Desde la infancia, los cuentos decoraron nuestra vida, La escritura nos abre las puertas de la imaginación llevándonos a la aventua, al misterio, fábulas mágicas, historias de amor, de dolor, cuentos de otras vidas, cuentos con sangre, suspenso.......

Los libros han sido compañeros y amigos de horas interminables, esn los que guardamos con extraña devoción porque marcaron neutros días con sus palabras, con cada página; también los que aborrecemos,a los que apenas hemos leído, pero los guardamos para esa oportunidad en que decidamos llegar hasta el FIN.

Algunos han pasado por nuestras manos infinitas veces,y siempre tenemos un momento para volver a mirarlos nuevamente,para recorrer sus hojas aún sabiendo casi de memoria sus párrafos....

Todos tenemos un favorito, o varios.....yo intentaré compartirles algunos de los míos acompañados con el arte, que es otra forma de expresar los sentimientos......

ALEJANDRO DUMAS

Nació el 25 de julio de 1802 en Villers-Cotterêts. Fue hijo de un general a las órdenes de Napoleón Bonaparte. Su abuelo fue el Marqués Antoine-Alexandre Davy de la Pailleterie casado con Marie-Céssette Dumas, una esclava negra de las islas Indias del Oeste de Santo Domingo. Su madre fue Marie-Louise Labouret.
A temprana edad quedó huérfano de padre, a merced de una exigua pensión que le correspondía a la viuda, no pudiendo darle a su hijo más educación que la escasa y precisa de sus rentas.
En 1811 ingresó en la Escuela del Abad Gregorie y permaneció en ella hasta 1813. Puede decirse que de la escuela pasó a ser pasante de notario (1816) en Villers-Cotterets. Dedicaba entonces, más energía en la caza que al estudio de leyes. En 1819 conoce a Adolphe de Leuven con quien escribiría su primer trabajo literario.
En 1822 realiza su primer viaje a París. Gracias a algunas cartas de recomendación para los antiguos compañeros de su padre y a su perfecta caligrafía consiguió una plaza de escribiente en la secretaría del Duque d'Orléans. Mientras tanto continaba escribiendo y completando su formación de manera autodidacta. Leía con voracidad, sobre todo historias de aventuras de los siglos XVI y XVII, asistía a las representaciones del teatro antiguo, viendo por vez primera la producción de Shakespeare, Hamlet logrando entusiasmarlo de tal modo, que desde ese momento quedó resuelta su vocación artístico-literaria.

Fue un escritor muy prolífico, con cerca de 1.200 volúmenes publicados bajo su nombre, entre los que destacan "Los tres mosqueteros" (1844) y " El conde de Montecristo" (1844). Aunque muchas de estas obras son fruto de colaboraciones o del trabajo de otros escritores a quienes contrataba, la mayoría de ellas llevan la impronta inconfundible de su genio personal y su inventiva.

Listado de sus obras:

Teatro

  • Anthony (1831)
  • La Torre de Nesles (1832)
  • Kean o Desorden y genio (1836)
  • Mademoiselle de Belle-Isle (1839)

Novelas

  • Los Tres Mosqueteros (1844)
  • El conde de Montecristo (1845)
  • Veinte años después (1845)
  • La reina Margot (1845)
  • El Vizconde de Bragelonne (1848)
  • El tulipán negro (1850)
  • Los mil y un fantasmas
  • La mujer del collar de terciopelo (1850)
  • El testamento de M. de Chauvelin
  • El caballero de Harmental (1843)
  • La Dama de Monsoreau (1846)
  • Joseph Balsamo, o Memorias de un médico (1846)
  • El collar de la reina (1849)
  • Ángel Pitou
  • La condesa de Charny
  • Georges
  • Los compañeros de Jéhu (1857)
  • Los blancos y los azules (1867)

El caballero de Sainte-Hermine (1869

LA MANO DEL MUERTO

EL SEPULCRO capítulo V

Una vez que Benedetto se sintió libre en la calle, le faltó aquel aplomo y firmeza con que había ejecutado su plan de evasión. Recién entonces la sangre le quemaba en las venas, pareciéndole oír todavía los moribundos sollozos del carcelero. Su misma sombra le causaba estremecimiento y al no poder dominar su miedo echó a correr insensatamente como si le persiguieran cuantos soldados componían la guardia de la Forcé.

Media hora después se encontraba ya a gran distancia de la cárcel, y sólo entonces paró para tomar aliento, observando alrededor de sí, como para ubicarse.

-Por fin -se dijo- soy libre, el mundo es grande, y si el conde de Monte-Cristo no ha muerto he de toparme con él; pero... sesenta mil francos no son suficientes para cuanto preciso. No obstante, ya aumentaré mi capital, y, entretanto, marchemos a buscar albergue.

Acordóse entonces de una de aquellas tabernas que abundan en París, en las que un huésped poco escrupuloso recibe a cualquier hora de la noche al que golpea a su puerta, y Benedetto, un poco más calmado de la agitación y del miedo, se dirigió a una de esas pocilgas que le era conocida, situada en uno de los más inmundos barrios de la ciudad. Protegido por la oscuridad de la noche y la espesa niebla que pesaba sobre París, envolviéndole en su movible misterioso manto, el famoso asesino llegó sin el menor encuentro con las rondas a la puerta de la posada, a la que llamó, dando en seguida un débil grito semejante al de la lechuza.

El posadero, al oír aquella señal, comprendió que podía abrir su puerta sin temor, y lo hizo así luego; envolviéndose en un cobertor salió de una especie de andamio formado de tablas, suspendido en dos estacas y dos cuerdas que pendían del techo de un enorme camaranchón.

-¡Hola! Muchacho: entra.

-Buenas noches.

-Si acaso quieres cama no la hay porque todas están ocupadas -dijo el posadero, señalando con el brazo el largo y húmedo dormitorio en que se esparcían los rayos débiles y rojizos de una linterna que había en el agujero de una pared y cuyo humo infecto hacía mortal aquella atmósfera.

-Tanto me da -respondió Benedetto-; dormiré aunque sea en un rincón y mañana, o mejor ahora mismo, hablaremos.

Pronunció el asesino estas palabras con aire de confianza y misterio que maravilló a su interlocutor.

-¿Qué hay, pues?... -preguntóle irguiéndose con una amable pero horrible sonrisa.

-Subamos a tu nido -contestó Benedetto mirando el andamio donde estaba la cama de su huésped.

-¿Sabes lo que dices?... Allí nadie entra más que yo, porque eso es contra los reglamentos de la casa.

-Pero cuando se trata de un negocio productivo...

-¡Ah! la cosa muda de aspecto, sube.

Y en el acto Benedetto subió la pequeña escalera seguido del viejo, al que ayudó a subir el andamio.

-¿De que se trata pues?... -preguntó este sentándose en la orilla de la cama, y examinando su cinturón para convencerse de si tenía allí algún argumento positivo con que deshacer cualquier gestión de violencia.

Benedetto hizo lo mismo por su parte y pareció tan satisfecho como el viejo posadero.

-Empieza, muchacho.

-Mañana, cuando haya de salir de aquí, necesito ropa más en consonancia con una persona de distinción, ¿entiendes? Tengo que ir con el cabello cortado, afeitada la barba, buena capa, buenos zapatos, buen pantalón y buen frac.

-Entiendo; necesitas salir de aquí de modo que no te conozcan; muy bien. En lo que toca al cabello y a la barba lo arreglaré yo mismo; y, respecto de la ropa, has de quedar satisfecho con lo que tenga mi vecina, que posee un excelente establecimiento de trajes decentes de todas clases. Es una mujer de inteligencia, por quien respondo. ¿Y el dinero?

-Lo tendrás mañana, viejo astuto -respondió Benedetto-; estoy esperando a mi banquero que es hombre de más juicio aún que tu vecina.

-Te advierto que yo percibo también mi comisión correspondiente.

-Seré generoso.

-Bien, bien, si quieres echa un trago, muchacho, que el frío es demasiado y hasta me parece que estas mojado.

-Traed, pues, vuestro quema gaznates -dijo Benedetto, alargando su mano para tomar un vaso roto que el posadero le presentaba.

-Ahora, vuélvete abajo y acomódate como puedas. Ya sabes que aquí no se responde de daños y perjuicios. Cada cual guarda lo que es posible: tal es la costumbre de la casa.

-¡Estas loco, viejo de Barrabás! -exclamó Benedetto— . Es conveniente que yo no sea visto entre esa gente ni sentido aquí arriba, sino de ti.

-Entonces la paga será doblada.

-Ya te he dicho que seré generoso.

-Corriente: Bebe, pues, otro sorbo más y duérmete.

El viejo se dejó caer sobre la jerga y se acurrucó bajo su cobertor, mientras Benedetto se acostaba en la tabla, cruzando religiosamente los brazos sobre el pecho; pero ninguno de los dos durmió aquella noche.

Benedetto, porque temía alguna treta del viejo y éste, porque recelaba otro tanto de su imprevisto compañero de cuarto. En cuanto amaneció fueron los parroquianos de la posada abandonando su albergue, y el posadero corrió a buscar a su vecina para escoger el equipo con qué Benedetto pensaba disfrazarse. Cuando regresó, ya su compeñero de la noche contaba sobre la jerga algunas monedas de plata con el semblante fanfarrón de una persona que quiere dar a conocer su independencia.

-Bravo, muchacho..., así entiendo yo los negocios; aquí tienes tu avío y vamos a hacer cuentas -dijo el viejo, disponiéndose a referirle el importe de la compra.

El trato quedó hecho en pocas palabras, y Benedetto, limpiamente vestido, cortado el cabello y afeitada la barba, esperó ocasión favorable de salir de su cueva en la firme convicción de que nadie podría figurarse en él al asesino del viejo carcelero de la Forcé. El posadero mismo era el primero en asegurarle que si él no lo hubiera visto metamorfosearse allí no hubiera podido reconocerlo entonces.

La aserción, aunque exagerada, no dejaba de tener algo de cierto; pues Benedetto, de tal manera se amoldaba a su nuevo traje que parecía un honrado propietario, en cuya fisonomía no era posible advertir la menor sombra de una mala acción. Durante el día se ocupó en arreglar su pasaporte, dándose a conocer como estudiante de arqueología universal, que deseaba estudiar la antigüedad en las grandes páginas diseminadas en diversos puntos del globo y que se llaman ruinas. Pero así que llegó la noche su fisonomía volvió al aspecto habitual, tomando ese tinte indefinible de rabia melancólica y atrevimiento que hacía que el supuesto estudiante volviese a sus proporciones de facineroso y malvado.

Recorriendo alegre la ciudad llegó al cementerio llamado del padre Lachaise, donde existen los mausoleos de las principales familias aristocráticas; después, rodeando el muro con precaución, parecía buscar un punto elevado desde donde pudiera ver aquella ciudad donde los muertos ostentaban, a semejanza de los vivos, la jerarquía de sus lechos de descanso. Su trabajo, no obstante, fue perdido y reconoció que no le quedaba otro medio de introducirse allí sino comprar por algunos francos la conciencia del guarda del cementerio.

Revistiéndose de toda su sangre fría llegó a la reja de hierro y golpeó.

-¿Quién es?... -preguntó la voz trémula, pero segura aún, de un hombre que salía de una pequeña casa construida al lado de la puerta.

-Amigo -contestó Benedetto-, no tengáis recelo; abrid.

Por un accidente singular y contra todas sus esperanzas el guarda salió de su casa y se acercó a la reja, de modo que parecía pronto a ceder a su ruego.

-Perdonad, señor, si me he tardado más de lo que debía; pero no contaba que debieseis volver aquí...

Benedetto no salía de su asombro; pero reconociendo luego que esto era efecto de alguna equivocación, cualquiera que ella fuese, ocultó su rostro bajo el embozo de su capa.

-¡Oh! Venís todavía a resucitar a alguno más -continuó el guarda sonriéndose bondadosamente-; porque si no sois un ángel, poseéis, sin duda, el secreto que dio la vida a Lázaro. Ea, pues, aquí me tenéis a vuestras órdenes señor.

-¡Ah! -dijo para sí Benedetto-; he aquí una aventura bien singular, que, si no estuviera cierto de haber hoy bebido sólo media botella..., me creería víctima de algún ataque de embriaguez.

-¿Queréis que os acompañe? -dijo el guarda.

-No -le dijo Benedetto.

-Entonces voy a traeros mi linterna.

Y el guarda se disponía a marcharse cuando se detuvo, de pronto, para agregar cariñosamente:

-Aún me acuerdo de vuestra primera visita y última visita, y para probaros lo que digo veréis como me doy maña a hacerlo todo como lo habíais dispuesto entonces, a no ser que traigas intención de bajar al sepulcro de las familias de Saint-Meran y Villefort.

Benedetto se estremeció al oír estas palabras; pero, comprendiendo que era forzoso responder alguna cosa en analogía con las preguntas del guarda, le dijo:

-Es igual.

-Pues bien, señor Wilmore -replicó el guarda-, voy a dejaros allí mi linterna y podéis bajar cuando os acomode, puesto que ya sabéis el camino.

El guarda tomó la luz y empezó a caminar por una larga calle de sepulcros.

-¿Wilmore! -murmuró Benedetto como si hubiese sentido la picada de una víbora-. ¡Wilmore!... ¿será esto un sueño!... ¡El inglés que me salvó del grillete en Tolón!... ¡Ah!... Edmundo Dantés..., ahora recuerdo que con este nombre se designa la misma persona... Edmundo Dantés... ¡el asesino de mi padre y de mis inocentes hermanos...! ¡maldito seas!... Cuando venía a este lugar para fortalecer la idea de la venganza que juré a mi moribundo padre, ¡he aquí que tu nombre resuena en mis oídos como repetido por el eco de las tumbas donde reposan tus víctimas!... Es la voz de los muertos que se alza contra los verdugos, y aquel inocente de nueve primaveras, envenenado por tu causa, que repite el nombre de su cruel y sangriento verdugo, Edmundo Dantés.

Después de este momento de exaltación, Benedetto volvió a su firmeza y ordinario sosiego.

-UN hombre me ha precedido ya bajando al sepulcro de Saint-Meran y Villefort -pensó él-; y ese hombre era Edmundo Dantés... ¿Viniste acaso a resucitar tus víctimas como dice el guarda, que te ha creído un ángel?... ¡Ah!... sí... ya comprendo... habrás venido acaso a recrear tu vista maldecida en los inanimados restos de tus víctimas; a turbar la tranquilidad de sus sepulcros con el eco de tu estridente carcajada, como si quisieras quitarles así el silencio y la paz del cementerio y hacerles sufrir aún más allá de la muerte.

Benedetto se adelantó por la calle del cementerio, y aunque ignoraba la situación del panteón de su padre, le fue fácil distinguirlo por el resplandor de la linterna del guarda, colocada sobre una de las gradas. La luz, que proyectaba por el barroso y húmedo suelo, formaba una figura oblonga y movediza, semejante a un fantasma de fuego entre los cenotafios de mármol.

A poca distancia distinguíanse un bulto. Era el guarda que parecía esperar las últimas órdenes de Wilmore.

Benedetto sacó un bolsillo y caminó hacia él, haciendo sonar el dinero.

-¡Perdón, excelentísimo! -murmuró retrocediendo el guarda-; pero... más bien quisiera que me lo brindaseis de igual modo que la vez primera; esto es, dejando la bolsa al lado de la linterna cuando salgáis del sepulcro. Yo... no puedo dominar mi temor, aunque veo que sois un hombre como yo con vida y movimiento...; pero no sé qué encuentro en vos de solemne y terrible que me hiela. Disculpad mi franqueza... Acostumbrado a vivir aquí entre los muertos más tiemblo de vos que de ellos, porque ni ellos ni ser viviente alguno hacen lo que vos hacéis.

Benedetto le indicó que se retirase, y viendo que se desviaba se encaminó a la puerta de hierro del sepulcro. Allí encontró una azada y vio ya removida la tierra, lo que juzgó fuese obra del guarda, conociendo la voluntad del misterioso lord Wilmore. Benedetto sacó entonces de su bolsillo una ganzúa e introduciendo la mitad en la cerradura de la puerta hízola saltar, retrocediendo luego un paso y llevando la mano a la nariz para evitar el vapor infecto que despedía.

La puerta giró sin dificultad, a virtud de haber sido la tierra cavada en ese lugar. Benedetto tomó su linterna y dio el primer paso en la escalera que conducía al interior del sepulcro.

Ladrón atrevido y asesino audaz como era, tembló lleno de pavor ante aquel silencio augusto y aquella oscuridad solemne del asilo de la muerte. Durante algunos momentos vaciló y sintió que se doblaban sus rodillas; pero, haciendo un esfuerzo para vencer ese terror, soltó una carcajada impía, y dijo como para animarse con el eco de su voz:

-Cómo se entiende... ¿Será acaso Edmundo Dantés más valiente que yo? Siendo él el que arrojó a este sepulcro los cadáveres que aquí yacen, no tembló de bajar en medio de ellos... ¿y me ha de faltar a mí energía bastante para hacerlo?... Adelante...; quién sabe si acaso a esta misma hora se hallaba él aquí.

Y haciendo un ademán con su brazo descendió, osado y atrevido, la escalera de mármol.

Hablando así, Benedetto se puso a bajar los escalones hasta llegar al interior del sepulcro, cuyo pavimento tendría unos treinta pies cuadrados. A cada lado había en él asientos de mármol, ocho de los cuales estaban ya ocupados con cajones de plomo.

Benedetto puso en el suelo la linterna, y buscando en su bolsillo otro hierro más largo que la ganzúa, con dos uñas semejantes a un pie de cabra, se dirigió a los cajones.

-Marqués de Saint-Meran -dijo leyendo el nombre escrito sobre el cajón-. Era el suegro de mi padre por su primer matrimonio. Anciano hidalgo, lleno de todos los privilegios de su noble alcurnia, debe tener su cadáver adornado con todo el esplendor de su jerarquía.

Y aplicó la palanca al cajón, haciéndole saltar la tapa. En efecto, el consumido esqueleto, vestido con su riquísimo uniforme, tenía sobre el pecho diversas placas y cruces de valor.

Benedetto se apoderó de ellas y cerró el cajón del marqués, yendo después a abrir de igual manera otro cuyo letrero decía: "La señora de Saint-Meran".

-¡Oh! -murmuró Benedetto- hoes aquí adornada también con riqueza para este sueño lúgubre y eterno; ¡última prueba de locura que el hombre da al mundo, y por la que se conoce todo su orgullo y vanidad!.

Las joyas que engalanaban los dedos y el pecho del cadáver, pasaron a poder de Benedetto, que fue a robar el tercer cajón, donde se leía el nombre de la señora Villefort.

-¡Basta! -dijo deteniéndose frente al cuarto cajón-. ¡Valentina Villefort, virgen sencilla como la flor de los campos, tú no ostentas tu cadáver revestido de otras joyas que las del prestigio santo de la pureza y la inocencia que le ha dejado tu alma! ¡Ahora el que sigue! Es de Eduardo, niño de nueve primaveras, aniquilado con su madre en el brazo de un vengador implacable. ¡Hermano mío! Eduardo... tú serás vengado. Y ahora os toca a vos padre mío -continuó el bandido, haciendo saltar la tapa de otro cajón de madera más pobre y humilde que los otros, en donde había un cadáver cubierto con un lienzo blanco.

Benedetto lo contempló unos instantes.

-Aún se percibe, padre mío, en vuestra frente, el sello del sufrimiento espantoso de aquél que vio desaparecer todas sus caras afecciones. ¡Vuestra esposa, vuestro hijo, vuestra hija, como las flores arrancadas por el huracán! Aún me parece que esos labios murmuran vuestro último deseo, después de la larga narración de vuestra vida, en aquella noche misma en que recibí vuestro último suspiro. Vuestra voluntad será cumplida -continuó Benedetto,

Y el guarda, al enterarse al siguiente día que el túmulo había sido abierto, y que los ataúdes habían sido descerrajados, juró que prendería y se vengaría del astuto ladrón Wilmore en la tercera visita que le hiciese.

Tennessee Williams

Thomas Lanier Williams; nació en Columbus, EE UU, 1911-Nueva York, 1983) Fue dramaturgo, poeta y novelista estadounidense. Fruto de una decepción amorosa, a los once años empezó a escribir, tomando como modelos a Chéjov, D. H. Lawrence y el poeta simbolista Hart Crane. Se licenció en la Universidad de Iowa en 1940, el mismo año en que estrenó, sin éxito, su primera pieza teatral.

Vivió la bohemia de Nueva Orleans, movido por un sentimiento de culpabilidad hacia su hermana, que había sufrido una lobotomía, escribió el que sería su primer gran éxito teatral, El zoo de cristal(1944), inicio de una ferviente producción que lo consolidaría como el más importante dramaturgo estadounidense de su tiempo.

Sus personajes se hallan frecuentemente enfrentados con la sociedad y se debaten entre conflictos de gran intensidad, en los que terminan por aflorar las pasiones y culpas en su forma original,ajena a los convencionalismos sociales. La intriga es escasa en sus obras, que se centran en la expresión desgarrada de los personajes, inmersos en un ambiente opresivo, y cuyos diálogos transmiten poesía y sensualidad.

El Sur natal proporciona a Tennesee Williams el escenario más frecuente para sus creaciones, como en su famosa pieza La gata sobre el tejado de cinc(1955), que sería llevada al cine en varias ocasiones (la primera en 1958, por R. Brooks). Sus obras alcanzaron durante los años cincuenta un renombre internacional, sobre todo Un tranvía llamado Deseo(1947), que le valió el Premio Pulitzer y también sería llevada a la pantalla (en 1952, por Elia Kazan).

Tras esta etapa dorada siguió una época dura para Williams, víctima de calmantes y drogas, solo y abrumado por las críticas adversas, en la que no consiguió escribir más que algunas piezas menores. En 1967 publicó el libro de poemas In the winter of cities y en 1975 sus Memorias. Murió solo en una habitación de hotel, tras ingerir un tubo de pastillas contra el insomnio.

EL ZOO DE CRISTAL

ESCENA SEGUNDA

El escenario es el mismo. Se ilumina la sala, se ve a Laura junto al zoo, lustrando los animales de vidrio. Va hacia el fonógrafo, pone un disco. (En la representación por profesionales se usaba «Dardanella»,pero puede utilizarse cualquier disco popular de la década de 1920-1930. Debe ser un disco gastado.) Laura sincroniza sus actos para poner la púa sobre el disco en el mismo momento en que concluye el fragmento musical que se estaba ejecutando en la escena anterior.

Entra Amanda por la callejuela de la derecha. Se oye rechinar la llave de la cerradura. Laura va con aire culpable a la máquina de escribir y teclea. (La mesita con la máquina está aún en escena, a la izquierda

de la sala.) Amanda entra en la habitación de la derecha, cerrando la puerta. Va hacia la butaca y deja sobre ella el sombrero, el bolso y los guantes.

A Amanda le ha sucedido algo. Ese algo está grabado en su rostro: una mirada ceñuda y desesperada y algo ridícula. Viste uno de esos abrigos baratos de paño que simulan terciopelo, con un cuello de pieles de imitación. Su sombrero tiene ya cinco o seis años de antigüedad, es uno de esos horribles «cloche» que se usaron en mil novecientos veintitantos, y oprime un enorme portamonedas de charol negro con cierre iniciales de níquel. Ese es su uniforme de gala, el que usa habitualmente cuando va a la sede de las DAR1.

Sus labios se contraen, sus ojos se dilatan, los pone en blanco y menea la cabeza.

Al ver la expresión fisonómica de su madre, Laura se toca los labios con nervioso gesto.

LAURA: Hola, mamá. Precisamente, yo estaba...

AMANDA: Lo sé. Sólo estabas practicando tu dactilografía, supongo.

LAURA: Sí.

AMANDA: ¡Engaño, engaño, engaño!

LAURA (con voz trémula): ¿Cómo estuvo la reunión de la DAR, mamá?

AMANDA (acercándosele): ¡La reunión de la DAR!

LAURA: ¿No fuiste a la reunión de la DAR, mamá?

AMANDA (con voz débil, casi inaudible): No, no fui a ninguna reunión de la

DAR (con más energía). No tuve fuerzas... No tuve el valor necesario.

1 «Daughters of the American Revolution» (Hijas de la Revolución Norteamericana). (N. del T.)

Digitalizado por kamparina para Biblioteca-irc en Mayo de 2.004

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Sólo quería hallar un agujero en el suelo y ocultarme en él y

quedarme allí durante el resto de mi vida. (Rasga el cuadro usado

para la dactilografía al tacto, y arroja al suelo los pedazos.)

LAURA: ¿Por qué has hecho eso, mamá?

AMANDA (se sienta en el extremo derecho del sofá-cama): ¿Por qué? ¿Por

qué? ¿Qué edad tienes, Laura?

LAURA: Mamá, tú sabes mi edad.

AMANDA: Creí que eras toda una mujer, pero evidentemente estaba muy

equivocada. (Mira fijamente a Laura.)

LAURA: ¡Por favor, no me mires con fijeza, mamá! (Cierra los ojos y baja la

cabeza. Pausa.)

AMANDA: ¿Qué vas a hacer? ¿Qué será de nosotros? ¿Qué futuro nos

espera? (Pausa.)

LAURA: ¿Ha sucedido algo, mamá? Mamá... ¿Ha sucedido algo?

AMANDA: Se me pasará en seguida. Sólo estoy desconcertada... por la

vida...

LAURA: ¡Mamá, quiero que me digas qué ha pasado!

AMANDA: Esta tarde fui a la DAR, como sabes; debían iniciarme como

oficial. Me detuve en la escuela comercial Rubicam para hablarles de

tu resfriado y para preguntarles sobre tus progresos allí.

LAURA: ¡Oh...!

AMANDA: Sí, oh..., oh..., oh. Fui directamente en busca de tu profesora de

dactilografía y me presenté como madre tuya. Ni siquiera sabía quién

eras. «¿Wingfield, dijo usted? Ni siquiera tenemos inscrita en la

escuela a una estudiante de ese apellido.» Le aseguré que sí. Dije

que mi hija Laura había estado asistiendo a las clases desde los

primeros días de enero. «Bueno, no sé —dijo la profesora—. Salvo

que se refiera a esa muchachita tan tímida que dejó de venir al

colegio después de varios días de asistencia.» No, dije. No me refiero

a ésa. ¡Me refiero a mi hija Laura, que ha estado viniendo aquí todos

los días durante las seis últimas semanas! «Excúseme» —dijo ella—.

Y tomó el libro de asistencias y allí estaba tu nombre, inconfundible,

impreso, y todas las fechas en que habías faltado. Sin embargo, le

repetí que se equivocaba. Le dije: «¡Debe de haber algún error!

¡Alguna confusión en los archivos!» «No —dijo la profesora—. Ahora

la recuerdo perfectamente. ¡Era tan tímida y sus manos temblaban

tanto, que sus dedos no lograban tocar el teclado de la máquina!

¡Cuando hicimos un examen de velocidad... desfalleció por

completo... empezó a dolerle el estómago y tuvimos que llevarla al

lavabo! Después de eso, ya ni volvió. Telefoneamos todos los días a

su casa y no obtuvimos respuesta.» (Se levanta y se va a la derecha,

centro.) Esto sucedió cuando yo trabajaba durante todo el día en ese

bazar, supongo, exhibiendo esos... (Hace con las manos una alusión

al corpiño.) ¡Oh! ¡Me sentí tan débil que no pude mantenerme en pie!

(Se sienta en la butaca.) ¡Tuve que sentarme mientras me

alcanzaban un vaso de agua! (Laura va hacia el fonógrafo.) Cincuenta

dólares por los cursos. No me importa tanto el dinero, pero todas mis

esperanzas de que tuvieras un porvenir se esfumaron... así, como si

tal cosa. (Laura le da cuerda al fonógrafo.) ¡Oh, no hagas eso¡ ¡No

hagas funcionar ese fonógrafo!

LAURA: ¡Oh! (Detiene el aparato, va hacia la mesita de la máquina de

escribir y se sienta.)

AMANDA: ¿Qué hiciste todos los días en que fingiste ir a la escuela

Rubicam?

LAURA: Estuve paseando.

AMANDA: ¡No es cierto!

LAURA: Sí, mamá. Paseando, nada más.

AMANDA: ¿Paseando? ¿Paseando? ¿En invierno? ¿Cortejando

deliberadamente a una pulmonía con ese abrigo liviano? ¿A dónde

fuiste, Laura?

LAURA: A diversos lugares... Más que nada, al parque.

AMANDA: ¿Aun cuando empezó ese resfriado?

LAURA: Era el menor de los dos males, mamá. Yo no podía volver. ¡Había

vomitado en el suelo!

AMANDA: ¿Quieres convencerme de que todos los días, desde las siete y

media hasta después de las cinco de la tarde, te paseabas por el

parque, porque querías hacerme creer que ibas aún a la Escuela

Comercial Rubicam?

LAURA: ¡Oh, mamá! Eso no era tan malo como parece. Yo entraba en

algunos edificios a calentarme.

AMANDA: ¿Dónde?

LAURA: En el museo de pintura y en las pajareras del Zoo. ¡Visitaba todos

los días a los pingüinos! A veces no almorzaba y me iba al cine.

Últimamente, pasé la mayoría de mis tardes en el Alhajero, esa gran

casa de cristal donde cultivan flores tropicales.

AMANDA: ¡Hiciste todo eso para engañarme, nada más que para

engañarme! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

LAURA: ¡Mamá, cuando estás desilusionada, tu rostro tiene el mismo aire

sufriente del retrato de la madre de Jesús en el museo! (Se levanta.)

AMANDA: ¡Cállate!

LAURA (va hacia su zoo): Yo no podía afrontarlo. No podía.

AMANDA (levantándose): Y bien... ¿Qué haremos ahora, querida, el resto

de nuestra vida? ¿Quedarnos sentadas, simplemente mirando pasar

el desfile? ¿Divertirnos con el zoo de cristal? ¿Ejecutar eternamente

esos discos gastados que tu padre nos dejó como un doloroso

recuerdo suyo? (Cierra ruidosamente el fonógrafo.) No podemos

estudiar una carrera comercial. No, no podemos. Eso sólo nos causa

indigestión. ¿Qué nos queda ahora sino depender de otros durante el

resto de nuestras vidas? Créeme, Laura: sé perfectamente qué les

pasa a las mujeres solteras que no están preparadas para ocupar una

posición en la vida. (Va a la izquierda y se sienta sobre el sofá-cama.)

He visto casos tan lamentables en el Sur... solteronas apenas

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toleradas que vivían de la caridad de una cuñada... metidas en

alguna ratonera... hostigadas por la cuñada para que se fueran a vivir

con otra cuñada... como golondrinas... sin nido... ¡comiendo la

corteza de la humillación durante toda su vida! ¿Es ése el futuro que

nos hemos trazado? Juro que no veo otra alternativa. Y no creo que

esa alternativa sea muy agradable. Desde luego... algunas

muchachas se casan. ¡Dios mío, Laura! ¿No te ha gustado nunca un

joven?

LAURA: Sí, mamá. En cierta ocasión, me gustó uno.

AMANDA: ¿De veras?

LAURA: Hace algún tiempo, encontré su retrato.

AMANDA: ¿También te dio su retrato? (Se levanta y se va hacia la butaca.)

LAURA: No, su fotografía figura en el anuario.

AMANDA (se sienta en la butaca): Ah... Un joven del colegio de secundaria.

LAURA: Sí. Se llamaba Jim. (Arrodillándose en el suelo, saca el anuario de

debajo del zoo de cristal.) Aquí está, en Los piratas de Penzance.

AMANDA (distraídamente): ¿En el qué?

LAURA: Me refiero a la opereta que representaron los alumnos del último

curso. Él y yo estábamos sentados en las puntas de banco opuestas

del pasillo, en el salón de actos. ¡Aquí está, con una copa de plata

que le dieron por sus éxitos en las polémicas! ¿Ves su sonrisa?

AMANDA: ¿De modo que también sonreía? (Mira la fotografía del padre,

que pende de la pared detrás del fonógrafo1. Le devuelve el anuario.)

LAURA: Solía llamarme... Blue Roses.

AMANDA: ¿Blue Roses? ¿Por qué te dio un nombre tan tonto?

LAURA (arrodillada, todavía): Cuando tuve ese ataque de pleurosis... me

preguntó qué me había pasado cuando volví. Le dije que había tenido

pleurosis... y él entendió «Blue Roses». De modo que, desde

entonces, me llamó así. Siempre que me veía, gritaba: «¡Hola, Blue

Roses!» La muchacha con quien salía Jim no me importaba. Emily

Meisenbach. ¡Oh, Emily era la muchacha mejor vestida de Soldán!

Pero nunca me pareció sincera... En cierta ocasión, leí en un periódico

que eran novios. (Pone el anuario sobre un estante del zoo de

cristal.) Eso sucedió hace mucho tiempo... Es probable que ya se

hayan casado.

AMANDA: Está bien, querida, está bien. No importa. Las muchachitas que

han nacido para las carreras comerciales suelen terminar casándose

con jóvenes muy guapos. ¡Y yo cuidaré que te suceda lo mismo!

LAURA: Pero mamá...

AMANDA: ¿Qué pasa?

LAURA: Soy una... ¡tullida!

1 En la puesta en escena original, esta fotografía era una cabeza de tamaño natural. Se

ilumina de vez en cuando, de acuerdo con las indicaciones. La iluminación puede omitirse, si

se desea. En el caso de que se la use, la fotografía debe iluminarse en este momento. (N. del

AMANDA: ¡No pronuncies esa palabra! (Se levanta y va hacia Laura.)

¡Cuántas veces te he dicho que no la pronuncies! No eres una tullida,

sólo tienes un leve defecto. (Laura se levanta.) Si hubieras vivido en

mis tiempos de muchacha, cuando barríamos el suelo con largas y

graciosas faldas, eso hasta habría sido una ventaja. Cuando se tiene

una ligera dificultad como ésa, basta con desarrollar alguna otra

cualidad en su lugar, la seducción... o la vivacidad... ¡o el encanto!

(Reflector sobre la fotografía. Se apaga.) ¡Eso es lo único que tenía

en abundancia tu padre...! ¡Encanto! (Se sienta en el sofá-cama.

Laura va hacia la butaca y se sienta. Se apagan las luces

Richard Bach

Nació en Oak Park, Illinois, 1936,Es escritor y piloto de aviación norteamericano, recordado especialmente como autor del libro Juan Salvador Gaviota (Jonathan Livingston Seagull, 1970), que se convirtió en un best-seller mundial en la época y sirvió como argumento de un largometraje dirigido en 1973 por Hall Bartlett

Cuando aún era un niño su familia se trasladó a Long Beach (California), donde el joven Richard Bach asistió al Long Beach State College. En 1955 se graduó en la universidad del estado como mecánico de aviones y de estaciones generadoras de energía, y en 1957 se convirtió en piloto de la Fuerza Aérea norteamericana, en la cual se mantuvo en servicio activo hasta 1962. Por esa época empezó a escribir artículos para revistas especializadas en aviación. En 1961 se convirtió en el editor de la revista Fliying, cargo que ocupó hasta 1964.

Durante su carrera como piloto desempeñó muchos de los oficios asociados a la aviación, como instructor de vuelo, piloto de charter y mecánico de aviación en Iowa. En 1970 obtuvo el cargo de presidente de la aerolínea Trans-creature; trabajó, además, como piloto acrobático en la Creature Enterprises Inc. En 1974 actuó como piloto de espectáculos aéreos y en 1975 estuvo vinculado a la Universidad de Embry Riddle como profesor de filosofía del vuelo.

Los aviones y la escritura fueron sus grandes pasiones. Aunque profesionalmente estuvo vinculado a la aviación, la literatura le reportó fama mundial y le hizo merecedor de un buen número de premios literarios tanto en Estados Unidos como en Europa. Como escritor, su nombre es un clásico de los best-sellers mundiales desde la década de los setenta.

El más conocido de todos, Juan Salvador Gaviota, cuenta la historia de una joven gaviota que aprende a sobreponerse a sus limitaciones y consigue traspasar los límites naturales en una alegoría que ensalza la libertad individual y el afán de superación. En ella es patente la pasión que el autor siente por el vuelo como sinónimo de libertad y de alejamiento de los problemas terrenales. La novela obtuvo, entre otros, el premio Nene el mismo año de su publicación, y se convirtió en una referencia obligada para lectores adolescentes. Otra de sus obras, Ilusiones(Illusions), fue nominada al Libro Americano del año en 1980.

El mundo del cine también le atrajo, aunque su experiencia no pudo ser más negativa. Cuando se filmó la película basada en su obra más famosa, la mencionada Juan Salvador Gaviota, se produjeron cambios en el argumento con los que Richard Bach no estuvo de acuerdo, por lo que demandó a la productora; la que iba a ser su mujer, Leslie Parrish, medió entre las dos partes y la película pudo al fin estrenarse, convirtiéndose en un éxito de taquilla.

Como dato anecdótico, coqueteó también con la ciencia-ficción, ya que realizó un guión para una película basada en la popular serie Star Trek, que iba a titularse Star Trek: Fase II. Sin embargo, su trabajo fue desestimado en favor del que sería el guión definitivo, que se filmó con el título de Star Trek: La película.

Sus obras: Ajeno a la Tierra (1963) Stranger to the Ground.,Biplano (1966) Biplane.

Nada es azar (1969) Nothing by Chance.Juan Salvador Gaviota (1970) Jonathan Livingston Seagull.El don de volar (1974) A Gift of Wings.Ningún lugar está lejos (1976) There's No Such Place as Far Away.,Ilusiones (1977) Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah.,El puente hacia el infinito (1984) The Bridge Across Forever: A Love Story.,Uno (1988) One.,Al otro lado del tiempo (1993),Alas para vivir (1995) Running from Safety.,Fuera de mi Mente (2000) Out of my Mind.,Crónicas de los hurones I. En el mar (2002),Crónicas de los hurones II. En el aire (2002),Crónicas de los hurones IV. En el rancho (2003),Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada (2004) Messiah's Handbook: Reminders for the Advanced Soul.,Vidas Curiosas: Las Aventuras de las Crónicas del Hurón (2005) Curious Lives: Adventures from the Ferret Chronicles.,Nueva versión de Juan Salvador Gaviota (2008),Vuela conmigo (2009)

ILUSIONES

Capítulo 1

Maestro traía consigo los conocimientos de otras tierras y otras escuelas, de otras vidas que había vivido. Los recordaba y puesto que los recordaba adquirió sabiduría y fuerza, y la gente descubrió su fortaleza y acudió al él en busca de consejo.

4. El Maestro creía que disfrutaba de la facultad de ayudarse a sí mismo y a de ayudar a toda la Humanidad, y puesto que lo creía, así fue, de modo que otros vieron su poder y acudieron a él para que les curase de sus tribulaciones y sus muchas enfermedades.

5. El Maestro creía que es bueno que todo hombre se vea a sí mismo como hijo de Dios, y puesto que lo creía, así fue, y los talleres y los garajes donde 1. Vino al mundo un Maestro nacido en la Tierra Santa de Indiana, criado en las colinas místicas situadas al este de Fort Wayne.

2. El Maestro aprendió lo que concernía a este mundo en las escuelas públicas de Indiana y luego, cuando creció, en su oficio de mecánico de automóviles.

3. Pero el trabajaba se poblaron y atestaron con quienes buscaban su sabiduría y el contacto de su mano y las calles circundantes con quienes sólo anhelaban que su sombra pasajera se proyectara sobre ellos y cambiara sus vidas.

6. Sucedió, en razón de las multitudes que varios capataces y jefes de talleres le ordenaron al Maestro que dejara sus herramientas y siguiera su camino, porque el apiñamiento era tal que ni él ni los otros mecánicos tenían espacio para trabajar en la reparación de los automóviles.

7. Se internó pues en la campiña y sus seguidores empezaron a llamarlo Mesías, y hacedor de milagros, y puesto que lo creían, así fue.

8. Si estallaba una tormenta mientras él hablaba, ni una sola gota de agua tocaba la cabeza de uno de sus oyentes, y quienes estaban al fondo de la multitud escuchaban sus palabras con tanta nitidez como los primeros, aunque en el cielo retumbaran rayos y truenos. Y siempre les hablaba en parábolas.

9. Y les dijo: "En cada uno de vosotros reside el poder de prestar consentimiento a la salud y a la enfermedad, a las riquezas y a la pobreza, a la libertad y a la esclavitud. Somos nosotros quienes las domeñamos y no otro."

10. Un obrero habló y dijo: "Es fácil para ti, Maestro, porque a ti te guían y a nosotros no, y no necesitas trabajar como trabajamos nosotros. En este mundo el hombre debe trabajar para ganarse la vida."

11. El Maestro respondió y dijo: "Una vez vivía un pueblo en el lecho de un gran río cristalino.

12. "La corriente del río se deslizaba sobre todos sus habitantes; jóvenes y ancianos, ricos y pobres, buenos y malos y la corriente seguía su camino ajena a todo lo que no fuera su propia esencia de cristal.

13. "Cada criatura se aferraba como podía a las ramitas y rocas del lecho del río, porque su modo de vida consistía en aferrarse y porque desde la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente.

14. "Pero al fin una criatura dijo: ‘Estoy harta de asirme, aunque no lo veo con mis propios ojos, confío en que la corriente sepa hacia donde va. Me soltaré y dejaré que me lleve a donde quiera. Si continúo inmovilizada, me moriré de hastío.’

15. "Las otras criaturas rieron y exclamaron:’ ¡ Necia ! ¡Suéltate y la corriente que veneras te arrojará, revolcada y hecha pedazos contra las rocas, y morirás más rápidamente que de hastío!’

16. "Pero la que había hablado en primer término no les hizo caso, y después de inhalar profundamente se soltó; inmediatamente la corriente la revolcó y la lanzó contra las rocas.

17. "Mas la criatura se empecinó en no volver a aferrarse, y entonces la corriente la alzó del fondo y ella no volvió a magullarse ni a lastimarse.

18. "Y las criaturas que se hallaban aguas abajo, que no la conocían, clamaron: ‘¡ Ved un milagro! ¡ Una criatura como nosotras, y sin embargo vuela! ¡ Ved al Mesías que ha venido a salvarnos a todas!’.

19. "Y la que había sido arrastrada por la corriente respondió: ‘No soy más Mesías que vosotras. El río se complace en alzarnos, con la condición de que nos atrevamos a soltarnos. Nuestra verdadera tarea es éste viaje, ésta aventura’.

20. "Pero seguían gritando aún más alto: ‘¡ Salvador!’, sin dejar de aferrarse a las rocas. Y cuando volvieron a levantar la vista, había desaparecido, y se quedaron solas, tejiendo leyendas acerca de un Salvador."

21. "Y sucedió que cuando vio que la multitud crecía día a día, más hacinada y apretada y enfervorizada que nunca, y cuando vio que los hombres le urgían para que los curara sin descanso, para que los alimentara con sus milagros, para que aprendiera por ellos y viviera sus vidas, se sintió afligido, y ese día subió solo a la cima de un monte solitario y allí oró.

22. Y dijo en el fondo de su alma: "Será un Portento Infinito, si es esa tu voluntad, que apartes de mí este cáliz, que me ahorres esta tarea imposible. No puedo vivir las vidas de los demás, y sin embargo diez mil personas me lo suplican. Lamento haber permitido que sucediera todo esto. Si esa es tu voluntad, autorízame a volver a mis motores y a mis herramientas, y a vivir como todos los hombres."

23. Y una voz le habló en las alturas, una voz que no era ni masculina ni femenina, poderosa ni suave, sino infinitamente bondadosa. Y la voz le dijo: "No se hará mi voluntad sino la tuya. Porque lo que tú deseas es lo que yo deseo de ti. Sigue tu camino como los otros hombres; y que seas feliz en la tierra."

24. Al escucharla, el Maestro se regocijó, y dio las gracias, y bajó de la cima del monte tarareando una cancioncilla popular entre los mecánicos. Y cuando la multitud le urgió con sus penas, y le imploró que la curara y aprendiese por ella y la alimentara incesantemente con su sabiduría y le entretuviera sus milagros, él sonrió y le dijo apaciblemente: "Renuncio".

25. Por un momento, la muchedumbre quedó muda de asombro.

26. Y él continuó: "Si un hombre le dijera a Dios que su mayor deseo consistía en ayudar al mundo atormentado, a cualquier precio, y Dios le contestara y explicara lo que debía hacer, ¿ tendría el hombre que obedecer?"

27. " ¡ Claro, Maestro!", clamó la multitud. "¡ Si Dios se lo pide deberá soportar complacido las torturas del mismísimo infierno!".

28. "¿ Cualesquiera que sean esas torturas, y por ardua que sea la tarea?"

29. "Deberá enorgullecerse de ser ahorcado, deleitarse de ser clavado en un árbol y quemado, si eso es lo que Dios le ha pedido", contestó la muchedumbre.

30. "Y que haríais - preguntó el Maestro a la concurrencia - si Dios os hablara directamente a la cara y os dijera: ‘OS ORDENO QUE SEÁIS FELICES EN EL MUNDO MIENTRAS VIVÁIS'? ¿ Qué haríais entonces?"

31. La multitud permaneció callada. Y no se oyó una voz, un ruido, entre las colinas ni en los valles donde estaba congregada.

32. Y el Maestro dijo, dirigiéndose al silencio: "En el sendero de nuestra felicidad encontraremos la sabiduría para la que hemos elegido esta vida. Esto es lo que he aprendido hoy, y opto por dejaros ahora para que transitéis por vuestro propio camino, como deseáis."

33. Y marchó entre las multitudes y las dejó, y retornó al mundo cotidiano de los hombres y las máquinas.

Suzanne Collins

Nació en 1964 en Estados Unidos,América, es escritora y guionista. Vive en Connecticut con su familia y sus tres gatos

Su carrera empezó en 1991, como guionista en programas de televisión para niños. Trabajó para canales como Nickelodeon, incluyendo programas como 'Clarissa lo explica todo', 'Los Misteriosos Archivos de Shelby Woo', 'Pequeño Oso' y 'Oswald'. También fue la guionista principal de 'Clifford, el gran perro rojo' (en inglés 'Clifford Puppy Days) para Scholastic Enternaiment's. Recibió una nominación de la Hermandad de Escritores de América (Writers Guild of America) por co-escribir el aclamado especial de Navidad 'Santa, Baby!'.Después de conocer al autor de libros para niños James Proimos mientras trabajaba en el programa 'Generation O!' en Kid's WB, se inspiró para escribir libros para infantiles por su cuenta

La inspiración de 'Gregor el Subterráneo', su primer libro de la saga Las Crónicas de las Tierras Bajas, vino en parte de 'Alicia en el país de las Maravillas', ya que cuando era pequeña pensaba en las posibilidades que tenía alguien de caer por un hoyo a la madriguera de un conejo y encontrar una fiesta del té. Collins también escribió un libro de imágenes que riman ilustrado por Mike Lester titulado 'Cuando Charlie McButton perdió el poder'. Collins también ha escrito una novela titulada Los Juegos del Hambre, la primera de una trilogía, que salió en 2008 por la editorial (en EEUU) Scholastic Press y en España la editorial Molino. La trilogía continúa con la secuela "En Llamas" que salió en Septiembre de 2009 en Estados Unidos y en Enero de 2010 en España. El último libro, "Sinsajo", saldrá en Agosto de 2010 en Estados Unidos.

Saga: Las Crónicas de las Tierras Bajas:1. Gregor y la profecía del Gris (2003)

2. Gregor y la Profecía de la Destruccion (2004)3. Gregor y la Maldición de los Warmbloods (2005) 4. Gregor y las Marcas del Secreto (2006) 5. Gregor y el Código de la Zarpa (2007)

Trilogía: Los Juegos del Hambre:1. Los Juegos del Hambre2. En Llamas3. Sinsajo

Otros libros:La prueba de fuego: Shelby Woo (1999)Cuando Charlie McButton perdió el poder (2005)

LOS JUEGOS DEL HAMBRE

PRIMERA PARTE: LOS TRIBUTOS

Cuando me despierto, el otro lado de la cama está frío. Estiro los dedos buscando el calor de Prim, pero no encuentro más que la basta funda de lona del colchón. Seguro que ha tenido pesadillas y se ha metido en la cama de nuestra madre; claro que sí, porque es el día de la cosecha.

Me apoyo en un codo y me levanto un poco; en el dormitorio entra algo de luz, así que puedo verlas. Mi hermana pequeña, Prim, acurrucada a su lado, protegida por el cuerpo de mi madre, las dos con las mejillas pegadas. Mi madre parece más joven cuando duerme; agotada, aunque no tan machacada. La cara de Prim es tan fresca como una gota de agua, tan encantadora como la prímula que le da nombre. Mi madre también fue muy guapa hace tiempo, o eso me han dicho.

Sentado sobre las rodillas de Prim, para protegerla, está el gato más feo del mundo: hocico aplastado, media oreja arrancada y ojos del color de un calabacín podrido. Prim le puso Buttercup porque, según ella, su pelaje amarillo embarrado tenía el mismo tono de aquella flor, el ranúnculo. El gato me odia o, al menos, no confía en mí. Aunque han pasado ya algunos años, creo que todavía recuerda que intenté ahogarlo en un cubo cuando Prim lo trajo a casa; era un gatito escuálido, con la tripa hinchada por las lombrices y lleno de pulgas. Lo último que yo necesitaba era otra boca que alimentar, pero mi hermana me suplicó mucho, e incluso lloró para que le dejase quedárselo. Al final la cosa salió bien: mi madre le libró de los parásitos, y ahora es un cazador de ratones nato; a veces, hasta caza alguna rata. Como de vez en cuando le echo las entrañas de las presas, ha dejado de bufarme.

Entrañas y nada de bufidos: no habrá más cariño que ése entre nosotros.

Me bajo de la cama y me pongo las botas de cazar; la piel fina y suave se ha adaptado a mis pies. Me pongo también los pantalones y una camisa, meto mi larga trenza oscura en una gorra y tomo la bolsa que utilizo para guardar todo lo que recojo. En la mesa, bajo un cuenco de madera que sirve para protegerlo de ratas y gatos hambrientos, encuentro un perfecto quesito de cabra envuelto en hojas de albahaca. Es un regalo de Prim para el día de la cosecha; cuando salgo me lo meto con cuidado en el bolsillo.

Nuestra parte del Distrito 12, a la que solemos llamar la Veta, está siempre llena a estas horas de mineros del carbón que se dirigen al turno de mañana. Hombres y mujeres de hombros caídos y nudillos hinchados, muchos de los cuales ya ni siquiera intentan limpiarse el polvo de carbón de las uñas rotas y las arrugas de sus rostros hundidos. Sin embargo, hoy las calles manchadas de carboncillo están vacías y las contraventanas de las achaparradas casas grises permanecen cerradas. La cosecha no empieza hasta las dos, así que todos prefieren dormir hasta entonces... si pueden.

Nuestra casa está casi al final de la Veta, sólo tengo que dejar atrás unas cuantas puertas para llegar al campo desastrado al que llaman la Pradera. Lo que separa la Pradera de los bosques y, de hecho, lo que rodea todo el Distrito 12, es una alta alambrada metálica rematada con bucles de alambre de espino. En teoría, se supone que está electrificada las veinticuatro horas para disuadir a los depredadores que viven en los bosques y antes recorrían nuestras calles (jaurías de perros salvajes, pumas solitarios y osos). En realidad, como, con suerte, sólo tenemos dos o tres horas de electricidad por la noche, no suele ser peligroso tocarla. Aun así, siempre me tomo un instante para escuchar con atención, por si oigo el zumbido que indica que la valla está cargada. En este momento está tan silenciosa como una piedra. Me escondo detrás de un grupo de arbustos, me tumbo boca abajo y me arrastro por debajo de la tira de sesenta centímetros que lleva suelta varios años. La alambrada tiene otros puntos débiles, pero éste está tan cerca de casa que casi siempre entro en el bosque por aquí.

En cuanto estoy entre los árboles, recupero un arco y un carcaj de flechas que tenía escondidos en un tronco hueco. Esté o no electrificada, la alambrada ha conseguido mantener a los devoradores de hombres fuera del Distrito 12. Dentro de los bosques, los animales deambulan a sus anchas y existen otros peligros, como las serpientes venenosas, los animales rabiosos y la falta de senderos que seguir. Pero también hay comida, si sabes cómo encontrarla. Mi padre lo sabía y me había enseñado unas cuantas cosas antes de volar en pedazos en la explosión de una mina. No quedó nada de él que pudiéramos enterrar. Yo tenía once años; cinco años después, muchas noches me sigo despertando gritándole que corra.

Aunque entrar en los bosques es ilegal y la caza furtiva tiene el peor de los castigos, habría más gente que se arriesgaría si tuviera armas. El problema es que hay pocos lo bastante valientes para aventurarse armados con un cuchillo. Mi arco es una rareza que fabricó mi padre, junto con otros similares que guardo bien escondidos en el bosque, envueltos con cuidado en fundas impermeables. Mi padre podría haber ganado bastante dinero vendiéndolos, pero, de haberlo descubierto los funcionarios del Gobierno, lo habrían ejecutado en público por incitar a la rebelión. Casi todos los agentes de la paz hacen la vista gorda con los pocos que cazamos, ya que están tan necesitados de carne fresca como los demás. De hecho, están entre nuestros mejores clientes. Sin embargo, nunca permitirían que alguien armase a la Veta.

En otoño, unas cuantas almas valientes se internan en los bosques para recoger manzanas, aunque sin perder de vista la Pradera, siempre lo bastante cerca para volver corriendo a la seguridad del Distrito 12 si surgen problemas.

--El Distrito 12, donde puedes morirte de hambre sin poner en peligro tu seguridad --murmuro; después miro a mi alrededor rápidamente porque, incluso aquí, en medio de ninguna parte, me preocupa que alguien me escuche.

Federico Moccia

Nació en Roma, Italia, 11 de noviembre de 1963 es un escritor italiano, autor de varias novelas de éxito que, a su vez, se han adaptado al cine. Trabajó previamente como director y guionista de programas de televisión hasta conseguir éxito en el mundo literario. Vivió una infancia ligada al mundo del cine gracias a su padre, que fue guionista en varias comedias italianas de los años 70 y 80. Se inició en el mundo laboral de su padre a los 19 años como ayudante del director de Attila flagello di Dio (1982).1 Cinco años más tarde dirigió su primera película, Palla al centro, pero la falta de éxito que tuvo provocó que Moccia escribiera guiones y dirigiera diversas series.

En 1992 escribió A tres metros sobre el cielo (Tre Metri Sopra il Cielo), su primera novela, la cual fue rechazada por varias editoriales y decidió costear una pequeña edición en la editorial Il Ventaglio.

Nuevamente sin éxito, en 1996 escribió y dirigió la película Classe mista 3A y volvió al mundo de la televisión. En 2004, doce años después de su primera edición, Tres metros sobre el cielo se reeditó, fue todo un éxito de ventas e incluso la historia fue adaptada al cine. El libro, que recibió varios premios, se tradujo a varios idiomas y fue publicado en toda Europa,Brasil y Japón.

En 2006 publicó Tengo ganas de ti (Ho Voglia di Te), secuela de la anterior novela, con la que obtuvo tanto éxito que se decidió, de nuevo, adaptarla al cine. Algo similar ocurrió conPerdona si te llamo amor (Scusa ma Ti Chiamo Amore) (2007), cuya secuela es Perdona pero quiero casarme contigo (2009) (Scusa ma Ti Voglio Sposare) cuyo estreno fue en 2010

Moccia se ha convertido en un fenómeno que ya ha traspasado el papel puesto que se han hecho adaptaciones cinematográficas de todas sus novelas. En España se estrenó en 2010 la versión italiana de Perdona si te llamo amor, y en diciembre del mismo año la adaptación española de 3MSC con Mario Casas y María Valverde de protagonistas.

A TRES METROS SOBRE EL CIELO

Novela adaptada al cine.
SINOPSIS:
Ella es una estudiante modelo y la hija perfecta. El, en cambio, es violento y descarado. Provienen de dos mundos completamente distintos. A pesar de todo entre los dos nacerá un amor fuera de todas las convenciones. Un amor controvertido por el que deberán luchar más de lo que esperaban. Babi y Step se erigen como un Romeo y Julieta contemporáneos en Roma, un escenario que parece creado para el amor.
A tres metros sobre el cielo es la primera obra de Federico Moccia. Publicado por primera vez en 1992 en una edición mínima pagada por el propio autor y que se agotó inmediatamente, fue fotocopiado una y otra vez, y circuló de mano en mano hasta que se reeditó en 2004 y se convirtió en un espectacular éxito de ventas. Se han vendido más de un millón de ejemplares en Italia.

Uno

«Cathia tiene el mejor culo de Europa.»

El grafitto rojo brilla con toda su desfachatez sobre una columna

del puente de la avenida Francia.

Cerca, una águila real, esculpida mucho tiempo atrás, seguramente ha

visto al culpable pero no hablará nunca. Algo más abajo, como un peque-

ño aguilucho protegido por las rapaces garras de mármol, está sentado él.

El pelo corto, casi a cepillo, rebajado en la nuca como el de un

marine y una cazadora Levi’s de color oscuro.

El cuello levantado, un Marlboro en la boca y las Ray-Ban en los

ojos. Aspecto de duro, aunque no lo necesita. Tiene una sonrisa preciosa, a pesar de que son pocos los que han tenido oportunidad de

poder apreciarla.

Tras el paso de cebra, algunos coches se han detenido amenazadores en el semáforo. Ahí están, en fila, como en una carrera, si no

fuera por su variedad. Un Cinquecento, un New Beatle, un Micra, un

coche americano sin identificar y un viejo Fiat Punto.

En el interior de un Mercedes 200, un delgado dedo con las uñas

mordidas da un leve empujón a un CD. En los altavoces Pioneer laterales, la voz de un grupo de rock cobra vida repentinamente.

El coche se pone de nuevo en marcha siguiendo la marea. Como

dice la canción, ella también quisiera saber ¿Dónde está el amor?

Pero ¿existe realmente? De una cosa está segura, prescindiría gustosa

de su hermana, quien desde atrás sigue repitiendo con insistencia:

«Pon a Eros, venga, quiero escuchar a Eros.»

001-400 Tres metros 04/09/08 17:22 Página 7El Mercedes pasa precisamente cuando el cigarrillo, ya terminado, cae al suelo, empujado por un impulso certero y ayudado por un

soplo de viento. Él baja por la escalera de mármol, se acomoda sus

Levi’s 501 y después se sube en la Honda azul VF 750 Custom. Como

por arte de magia, se encuentra de pronto entre los coches. Su Adidas

derecha cambia las marchas, embraga y deja ir el motor, que, potente,

lo empuja entre el tráfico como una ola.

El sol está saliendo y es una bonita mañana. Ella se dirige a clase;

él aún no se ha acostado. Un día como otro cualquiera. Pero en el semáforo se encuentran el uno al lado del otro. Y a partir de ese momento, ya no será un día cualquiera.

Rojo.

Él la mira. La ventanilla está bajada; un mechón de pelo rubio ceniza descubre levemente su cuello suave. Un perfil amable pero decidido, los ojos azules, dulces y serenos, escuchan soñadores y entornados una canción. Tanta calma le impresiona.

—¡Eh!

Ella se vuelve hacia él, sorprendida. Él sonríe, inmóvil junto a ella,

en aquella moto, los hombros anchos, las manos tempranamente

bronceadas, pues están a mediados de abril.

—¿Te apetece dar un paseo conmigo?

—No, tengo que ir a clase.

—¿Y por qué no haces ver que vas y te recojo delante de la escuela?

—Perdona —ella exhibe una sonrisa forzada y falsa—, pero me he

equivocado de respuesta: no me apetece ir a dar un paseo contigo.

—Pues te divertirías...

—Lo dudo.

—Resolvería todos tus problemas.

—Yo no tengo problemas.

—Ahora soy yo el que duda.

Verde.

El Mercedes 200 se pone en marcha dejando que la sonrisa segura

de él se desvanezca. El padre se vuelve hacia ella:

—Pero ¿quién era ése?, ¿un amigo tuyo?

—No, papá, sólo un cretino...

8 Federico Moccia

001-400 Tres metros 04/09/08 17:22 Página 8Algunos segundos después la Honda se sitúa de nuevo junto al coche. Él se agarra a la ventanilla con la mano izquierda y con la derecha da un poco de gas, para no hacer demasiado esfuerzo, aunque

con ese pedazo de brazo no debería suponerle muchos problemas.

El único que parece tener alguno es el padre.

—Pero ¿qué hace ese inconsciente? ¿Por qué se pega tanto al coche?

—Tranquilo, papá, yo me ocupo...

Se vuelve decidida hacia él:

—Oye, ¿es que no tienes nada mejor que hacer?

—No.

—Pues búscatelo.

—Ya he encontrado algo que me gusta.

—¿Y se puede saber qué es?

—Ir a dar un paseo contigo. Vamos, te llevo a la calle Olimpica,

corremos un poco con la moto, te invito a comer y luego te devuelvo

a la salida de clase. Te lo juro.

—Me temo que tus juramentos valen bien poco.

—Eso es cierto —sonríe—. ¿Ves?, ahora que sabes tantas cosas de

mí, confiésalo, ya empiezo a gustarte, ¿eh?

Ella se ríe y sacude la cabeza.

—Vamos, ya basta —dice, y abre un libro que ha sacado de la bolsa

Nike de piel—. Ahora debo concentrarme en mi verdadero y único

problema.

—¿Cuál es?

—El examen de latín.

—Creía que era el sexo.

Ella se vuelve, molesta. Esta vez ya no sonríe, ni siquiera de mentira.

—Quita la mano de la ventanilla.

—¿Y dónde quieres que la ponga?

Ella pulsa un botón.

—No puedo decírtelo: mi padre está presente.

La ventanilla eléctrica empieza a subir. Él espera hasta el último

instante y después aparta la mano.

—Nos vemos.

A tres metros sobre el cielo 9

001-400 Tres metros 04/09/08 17:22 Página 9No le da tiempo a oír su seco «No». Tuerce ligeramente hacia la

derecha, toma la curva, escala con las marchas y desaparece veloz entre los coches. El Mercedes prosigue su viaje, ahora más tranquilo,

hacia el colegio.

—Pero ¿tú sabes quién es ése? —La cabeza de la hermana asoma repentinamente entre los dos asientos—. Lo llaman Matrícula de Honor.

—Para mí es sólo un idiota.

Después, abre el libro de latín y empieza a repasar el ablativo absoluto. De repente, deja de leer y mira hacia afuera. ¿Es ése realmente su único problema? Por descontado, no es el que dice ese tipo. Y de

todos modos, no va a volver a verlo. Retoma la lectura decidida. El

coche gira a la izquierda, hacia la escuela Falconieri.

«Sí, yo no tengo problemas y no volveré a verlo nunca más.»

En realidad, no sabe lo mucho que se está equivocando. Sobre

ambas cosas.

James Dashner

Nació en 1972,en Georgia EEUU, Completó la carrera de Contador en la Brigham Young University, pero al recibirsedecedió dedicarse a la escritura de libros de fantasía para niños y adultos de fantasía para niños y libros para adultos, incluyendo La Realidad 13 de y la saga de Fincher Jimmy . Su novela El Diario de Cartas curioso fue elegido para un 2008 Fronteras voces originales de selección. [ 3 ] Ha sido publicado por Cedar Fort, Inc [ 4 ] y por Shadow Mountain Press, conocido por sus hijos populares novelas de la serie Leven Golpes y Fablehaven . Sin embargo, Delacorte, una división de Random House-es la publicación de su nueva serie,The Runner Laberinto , el primero de los cuales estaba el otoño de 2009. [ 5 ] Después deThe Runner laberinto es el New York Times vende mejor secuela, Los Juicios de Scorch .


EL CORREDOR DEL LABERINTO

MEMORIZA. CORRE. SOBREVIVE.
Bienvenido al bosque. Verás que, una vez a la semana, siempre el mismo día y a la misma hora, nos llegan víveres. Una vez al mes, siempre el mismo día y a la misma hora, aparece un nuevo chico, como tú. Siempre un chico. Como ves, este lugar está cercado por muros de piedra… Has de saber que estos muros se abren por la mañana y se cierran por la noche, siempre a la hora exacta. Al otro lado se encuentra el laberinto. De noche, las puertas se cierran… y, si quieres sobrevivir, no debes estar allí para entonces».
Todo sigue un orden… y, sin embargo, al día siguiente suena una alarma. Significa que ha llegado alguien más. Para asombro de todos, es una chica. Su llegada vendrá acompañada de un mensaje que cambiará las reglas del juego.

CAPÍTULO 1

Empezó su nueva vida de pie, rodeado de fría oscuridad y aire viciado y polvoriento.

Todo era de metal. Una agitada sacudida movió el suelo bajo

sus pies. Se cayó ante aquel movimiento repentino y retrocedió

a cuatro patas, con unas gotas de sudor cubriéndole la frente a

pesar del aire frío. Su espalda chocó contra una dura pared de

metal y se deslizó por ella hasta que dio con la esquina de la habitación. Se arrellanó en el suelo, con las piernas bien pegadas

al cuerpo y la esperanza de que pronto se le adaptaran los ojos

a la oscuridad.

Con otro zarandeo, la habitación dio un tirón hacia arriba, como

si se tratara de un viejo ascensor en el hueco de una mina.

Unos discordantes sonidos de cadenas y poleas, como el mecanismo de una antigua fábrica de acero, retumbaron en la habitación y

agitaron las paredes con un diminuto chirrido ahogado. El ascensor

sin luz se balanceó hacia delante y hacia atrás mientras ascendía, y al

chico le entraron náuseas. Un olor a aceite quemado le invadió los

sentidos y le hizo sentirse peor. Quería llorar, pero no le salían las 12

lágrimas; lo único que podía hacer era quedarse allí solo, sentado y a

la espera.

«Me llamo Thomas», pensó.

Eso… eso era lo único que podía recordar de su vida.

No entendía cómo era posible. Su mente funcionaba a la perfección mientras trataba de averiguar dónde se había metido. El conocimiento inundó sus pensamientos; le vinieron a la cabeza hechos e

imágenes, recuerdos y detalles del mundo y de cómo funcionaba. Se

imaginó la nieve en los árboles, la sensación de correr por una calle

cubierta de hojas, de comer una hamburguesa, el pálido brillo de

la luna sobre un prado de hierba, nadar en un lago, la plaza de una

ciudad con mucho movimiento y cientos de personas corriendo de

aquí para allá, ocupadas con sus asuntos.

Pero, aun así, seguía sin saber de dónde venía, cómo se había

metido en aquel oscuro ascensor ni quiénes eran sus padres. Ni siquiera sabía su apellido. Por un instante, le aparecieron en la cabeza

imágenes de gente, pero no reconoció a nadie y unas inquietantes

manchas de colores sustituyeron sus rostros. No podía pensar en

ninguna persona que conociera ni tampoco recordaba una simple

conversación.

La habitación continuó ascendiendo y balanceándose. Thomas

acabó por hacerse inmune al incesante traqueteo de las cadenas que le

llevaban hacia arriba. Pasó un largo rato. Los minutos se convirtieron

en horas, aunque era imposible estar seguro porque cada segundo pa-13

recía una eternidad. No. Era más listo que eso. Si confiaba en su instinto, sabría que llevaba moviéndose aproximadamente media hora.

Por extraño que pareciera, sintió que el miedo se retiraba como

un enjambre de mosquitos atrapado por el viento y daba lugar a una

intensa curiosidad. Quería saber dónde se encontraba y qué estaba

sucediendo.

Con un crujido y después un golpe seco, la habitación ascendente se detuvo; aquel cambio repentino hizo que Thomas dejara de

estar acurrucado y saliera disparado contra la dura superficie. Mientras se ponía de pie con dificultad, notó que la habitación cada vez

se balanceaba menos, hasta que al final no se oyó nada. Todo parecía

estar en silencio.

Pasó un minuto. Dos. Miró en ambas direcciones, pero no vio

nada más que oscuridad. Volvió a tantear las paredes, buscando una

salida, pero no había nada, sólo el frío metal. Gruñó, lleno de frustración. Su eco se amplificó en el aire como el angustioso gemido

de la muerte. Se desvaneció y volvió a reinar el silencio. Gritó, pidió

socorro y golpeó las paredes con los puños.

Nada.

Thomas regresó a un rincón, cruzó los brazos, se estremeció y el

miedo volvió. Notó una sacudida preocupante en el pecho, como si

el corazón quisiera escaparse, huir de su cuerpo.

—¡Que… alguien… me ayude! —gritó, y las palabras le irritaron la garganta.

CARLOS RUIZ ZAFÓN
Nació el 25 de septiembre de 1964 en Barcelona (España).Estudió con los jesuitas de Sarriá,acudió a la universidad y trabajó en el sector publicitario.

A comienzos de la década de los 90 inicia su carrera como escritor, escribiendo textos literarios dedicados al público infantil y juvenil. Debutó como novelista con “El príncipe de la niebla” (1993) por el que fue galardonado con el premio Edebé En 1994 se traslada a los Estados Unidos a la ciudad de Los Angeles, e intenta abrirse camino como guionista.

Amante de la novela del siglo XIX,influenciado por autores como Fedor Dostoievski, Leon Tolstoi o Charles Dickens, prosiguió su carrera con títulos de misterio como "El príncipe de la niebla" (1993), “El palacio de la medianoche” (1994), historia ambientada en la ciudad de Calcuta en los años 30, “Las luces de septiembre” (1995), un título protagonizado por un extraño fabricante de juguetes que reside en una mansión poblada por seres mecánicos, y “Marina” (1999,“La sombra del viento” (2001)

Carlos Ruiz Zafón resulta ser finalista en el premio Fernando Lara y se revela internacionalmente, logra convertir su obra en un best-seller en España y Alemania
La novela, “La sombra del viento”,ambientada en la Barcelona de la posguerra, muestra la obsesión por parte de un joven llamado Daniel Sempere con la figura de un escritor de nombre Julián Carax

"El juego del ángel" (2008), novela que transcurre en la Barcelona de los años 20, su último libro, es una gran aventura de intriga, romance y tragedia, a través de un laberinto de secretos donde el embrujo de los libros, la pasión y la amistad se conjugan en un relato magistral.La historiacomienza a desarrollarse a partir de que un misterioso editor de París le propone a un joven escritor obsesionado por un amor imposible elaborar, a cambio de una fortuna y algo más, un material literario como no ha existido jamás.

El juego del Ángel

SEGUNDO ACTO

LUX AETERNA

Celebré mi retorno al mundo de los vivos rindiendo pleitesía en uno los templos más influyentes de toda la ciudad: las oficinas centrales del Banco Hispano Colonial en la calle Fontanella. A la vista de los cien mil francos, el director, los interventores y todo un ejército de cajeros y contables entraron en éxtasis y me elevaron a los altares reservados a aquellos clientes que inspiran una devoción y una simpatía rayana en la santidad. Solventado el trámite con la banca, decidí vérmelas con otro caballo del apocalipsis y me aproximé a un quiosco de prensa de la plaza Urquinaona. Abrí un ejemplar de La Voz de la Industria por la mitad y busqué la sección de sucesos que en su día había sido mía. La mano experta de don Basilio se olfateaba todavía en los titulares y reconocí casi todas las firmas, como si apenas hubiera pasado el tiempo. Los seis años de tibia dictadura del general Primo de Rivera habían traído a la ciudad una calma venenosa y turbia que no le sentaba del todo bien a la sección de crímenes y espantos. Apenas venían ya historias de bombas o tiroteos en la prensa. Barcelona, la temible “Rosa de Fuego”, empezaba a parecer más una olla a presión que otra cosa. Estaba por cerrar el periódi co y recoger mi cambio cuando lo vi. Era apenas un breve en una columna con cuatro sucesos destacados en la última página de sucesos.

UN INCENDIO A MEDIANOCHE EN EL RAVAL DEJA UN MUERTO Y DOS HERIDOS GRAVES

Joan Marc Huguet / Redacción. Barcelona

En la madrugada del viernes se produjo un grave incendio en el número 6 de la plaza deis Ángels, sede de la editorial Barrido y Escobillas, en el que resultó fallecido el gerente de la empresa, Sr. D. José Barrido, y gravemente heridos su socio, Sr. D. José Luis López Escobillas, y el trabajador Sr. Ramón Guzmán, que fue alcanzado por las llamas cuando intentaba auxiliar a los dos responsables de la empresa. Los bomberos especulan con que la causa de las llamas pudiera haber sido la combustión de un material químico que estaba siendo empleado en la renovación de las oficinas. No se descartan por el momento otras causas, ya que testigos presenciales afirman haber visto salir a un hombre instantes antes de que se declarase el incendio. Las víctimas fueron trasladadas al Hospital Clínico, donde una ingresó cadáver y las otras dos permanecen ingresadas con pronóstico muy grave.

Llegué tan rápido como pude. El olor a quemado se podía apreciar desde la Rambla. Un grupo de vecinos y curiosos se habían congregado en la plaza frente al edificio. Briznas de humo blanco ascendían de un montón de escombros apilados a la entrada. Reconocí a varios empleados de la editorial intentando salvar de entre las ruinas lo poco que había quedado. Cajas con libros chamuscados y muebles mordidos por las llamas se amontonaban en la calle. La fachada había quedado ennegrecida, los ventanales reventados por el fuego. Rompí el círculo de mirones y entré. Un intenso hedor se me prendió en la garganta. Algunos de los trabajadores de la editorial que se afanaban por rescatar sus pertenencias me reconocieron y me saludaron cabizbajos.

-Señor Martín... una gran desgracia -murmuraban.

Atravesé lo que había sido la recepción y me dirigí a la oficina de Barrido. Las llamas habían devorado las alfombras y reducido los muebles a esqueletos de brasa. El artesonado se había desplomado en una esquina, abriendo una vía de luz al patío trasero. Un haz intenso de ceniza flotante atravesaba la sala. Una silla había sobrevivido milagrosamente al fuego. Estaba en el centro de la sala y en ella estaba la Veneno, que lloraba con la mirada caída. Me arrodillé frente a ella. Me reconoció y sonrió entre lágrimas.

-¿Estás bien? -pregunté.

Asintió.

-Me dijo que me fuese a casa, ¿sabes?, que ya era tarde y que fuera a descansar porque hoy íbamos a tener un día muy largo. Estábamos cerrando toda la contabilidad del mes... si me hubiese quedado un minuto más...

-¿Qué es lo que pasó, Herminia?

-Estuvimos trabajando hasta tarde. Era casi medianoche cuando el señor Barrido me dijo que me fuese a casa. Los editores estaban esperando a un caballero que venía a verlos...

-¿A medianoche? ¿Qué caballero?

-Un extranjero, creo. Tenía algo que ver con una oferta, no lo sé. Me hubiese quedado de buena gana, pero era muy tarde y el señor Barrido me dijo...

-Herminia, ese caballero, ¿recuerdas su nombre?

La Veneno me miró con extrañeza.

-Todo lo que recuerdo ya se lo he contado al inspector que ha venido esta mañana. Me ha preguntado por ti.

-¿Un inspector? ¿Por mí?

-Están hablando con todo el mundo.

-Claro.

La Veneno me miraba fijamente, con desconfianza, como si tratase de leer mis pensamientos.

-No saben si saldrá vivo -murmuró, refiriéndose a Escobillas-. Se ha perdido todo, los archivos, los contratos.. . todo. La editorial se acabó.

-Lo siento, Herminia.

Una sonrisa torcida y maliciosa afloró en sus labios.

-¿Lo sientes? ¿No es esto lo que querías?

-¿Cómo puedes pensar eso?

La Veneno me miró con recelo.

-Ahora eres libre.

Hice ademán de tocarle el brazo pero Herminia se incorporó y retrocedió un paso, como si mi presencia le produjese miedo.

-Herminia...

-Vete -dijo.

Dejé a Herminia entre las ruinas humeantes. Al salir a la calle me tropecé con un grupo de chiquillos que estaban hurgando entre las pilas de escombros. Uno de ellos había desenterrado un libro de entre las cenizas y lo examinaba con una mezcla de curiosidad y desdén. La cubierta había quedado velada por las llamas y el reborde de las páginas ennegrecido, pero por lo demás el libro estaba intacto. Supe por el grabado en el lomo que se trataba de una de las entregas de La Ciudad de los Malditos.

Las mil y una noches (autor anónimo)

Algunas de sus historias

El Ángel de la Muerte y el rey de Israel

Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el. Trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la pinta de un pordiosero y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el Rey se puso en pie de un salto y preguntó:

-¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa?

-Me lo ha mandado el Dueño de la casa. A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados. Yo soy aquel que no respeta a los tiranos. Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.

El rey cayó por el suelo al oír estas palabras y un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, quedándose sin sentido. Al volver en sí, dijo:

-¡Tú eres el Ángel de la Muerte!

-Sí.

-¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!

-¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo. ¿Cómo te he de conceder un día si los días de tu vida están contados, si tus respiros están inventariados, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?

-¡Concédeme una hora!

-La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta. Has terminado ya con tus respiros: sólo te queda uno.

-¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?

-Únicamente tus obras.

-¡No tengo buenas obras!

-Pues entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.

A continuación le arrebató el alma y el rey se cayó del trono al suelo.

Los clamores de sus súbditos se dejaron oír; se elevaron voces, gritos y llantos; si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.

Historia de Abdula, el mendigo ciego

El mendigo ciego que había jurado no recibir ninguna limosna que no estuviera acompañada de una bofetada, refirió al Califa su historia:

-Comendador de los Creyentes, he nacido en Bagdad. Con la herencia de mis padres y con mi trabajo, compré ochenta camellos que alquilaba a los mercaderes de las caravanas que se dirigían a las ciudades y a los confines de tu dilatado imperio.

Una tarde que volvía de Bassorah con mi recua vacía, me detuve para que pastaran los camellos; los vigilaba, sentado a la sombra de un árbol, ante una fuente, cuando llegó un derviche que iba a pie a Bassorah. Nos saludamos, sacamos nuestras provisiones y nos pusimos a comer fraternalmente. El derviche, mirando mis numerosos camellos, me dijo que no lejos de ahí, una montaña recelaba un tesoro tan infinito que aun después de cargar de joyas y de oro los ochenta camellos, no se notaría mengua en él. Arrebatado de gozo me arrojé al cuello del derviche y le rogué que me indicara el sitio, ofreciendo darle en agradecimiento un camello cargado. El derviche entendió que la codicia me hacía perder el buen sentido y me contestó:

-Hermano, debes comprender que tu oferta no guarda proporción con la fineza que esperas de mí. Puedo no hablarte más del tesoro y guardar mi secreto. Pero te quiero bien y te haré una proposición más cabal. Iremos a la montaña del tesoro y cargaremos los ochenta camellos; me darás cuarenta y te quedarás con otros cuarenta, y luego nos separaremos, tomando cada cual su camino.

Esta proposición razonable me pareció durísima, veía como un quebranto la pérdida de los cuarenta camellos y me escandalizaba que el derviche, un hombre harapiento, fuera no menos rico que yo. Accedí, sin embargo, para no arrepentirme hasta la muerte de haber perdido esa ocasión.

Reuní los camellos y nos encaminamos a un valle rodeado de montañas altísimas, en el que entramos por un desfiladero tan estrecho que sólo un camello podía pasar de frente.

El derviche hizo un haz de leña con las ramas secas que recogió en el valle, lo encendió por medio de unos polvos aromáticos, pronunció palabras incomprensibles, y vimos, a través de la humareda, que se abría la montaña y que había un palacio en el centro. Entramos, y lo primero que se ofreció a mi vista deslumbrada fueron unos montones de oro sobre los que se arrojó mi codicia como el águila sobre la presa, y empecé a llenar las bolsas que llevaba.

El derviche hizo otro tanto, noté que prefería las piedras preciosas al oro y resolví copiar su ejemplo. Ya cargados mis ochenta camellos, el derviche, antes de cerrar la montaña, sacó de una jarra de plata una cajita de madera de sándalo que según me hizo ver, contenía una pomada, y la guardó en el seno.

Salimos, la montaña se cerró, nos repartimos los ochenta camellos y valiéndome de las palabras más expresivas le agradecí la fineza que me había hecho, nos abrazamos con sumo alborozo y cada cual tomó su camino.

No había dado cien pasos cuando el numen de la codicia me acometió. Me arrepentí de haber cedido mis cuarenta camellos y su carga preciosa, y resolví quitárselos al derviche, por buenas o por malas. El derviche no necesita esas riquezas -pensé-, conoce el lugar del tesoro;además, está hecho a la indigencia.

Hice parar mis camellos y retrocedí corriendo y gritando para que se detuviera el derviche. Lo alcancé.

-Hermano -le dije-, he reflexionado que eres un hombre acostumbrado a vivir pacíficamente, sólo experto en la oración y en la devoción, y que no podrás nunca dirigir cuarenta camellos. Si quieres creerme, quédate solamente con treinta, aun así te verás en apuros para gobernarlos.

-Tienes razón -me respondió el derviche-. No había pensado en ello. Escoge los diez que más te acomoden, llévatelos y que Dios te guarde.

Aparté diez camellos que incorporé a los míos, pero la misma prontitud con que había cedido el derviche, encendió mi codicia. Volví de nuevo atrás y le repetí el mismo razonamiento, encareciéndole la dificultad que tendría para gobernar los camellos, y me llevé otros diez. Semejante al hidrópico que más sediento se halla cuanto más bebe, mi codicia aumentaba en proporción a la condescendencia del derviche. Logré, a fuerza de besos y de bendiciones, que me devolviera todos los camellos con su carga de oro y de pedrería. Al entregarme el último de todos, me dijo:

-Haz buen uso de estas riquezas y recuerda que Dios, que te las ha dado, puede quitártelas si no socorres a los menesterosos, a quienes la misericordia divina deja en el desamparo para que los ricos ejerciten su caridad y merezcan, así, una recompensa mayor en el Paraíso.

La codicia me había ofuscado de tal modo el entendimiento que, al darle gracias por la cesión de mis camellos, sólo pensaba en la cajita de sándalo que el derviche había guardado con tanto esmero.

Presumiendo que la pomada debía encerrar alguna maravillosa virtud, le rogué que me la diera, diciéndole que un hombre como él, que había renunciado a todas las vanidades del mundo, no necesitaba pomadas.

En mi interior estaba resuelto a quitársela por la fuerza, pero, lejos de rehusármela, el derviche sacó la cajita del seno, y me la entregó.

Cuando la tuve en las manos, la abrí. Mirando la pomada que contenía, le dije:

-Puesto que tu bondad es tan grande, te ruego que me digas cuáles son las virtudes de esta pomada.

-Son prodigiosas -me contestó-. Frotando con ella el ojo izquierdo y cerrando el derecho, se ven distintamente todos los tesoros ocultos en las entrañas de la tierra. Frotando el ojo derecho, se pierde la vista de los dos.

Maravillado, le rogué que me frotase con la pomada el ojo izquierdo.

El derviche accedió. Apenas me hubo frotado el ojo, aparecieron a mi vista tantos y tan diversos tesoros, que volvió a encenderse mi codicia. No me cansaba de contemplar tan infinitas riquezas, pero como me era preciso tener cerrado y cubierto con la mano el ojo derecho, y esto me fatigaba, rogué al derviche que me frotase con la pomada el ojo derecho, para ver más tesoros.

-Ya te dije -me contestó- que si aplicas la pomada al ojo derecho, perderás la vista.

-Hermano -le repliqué sonriendo- es imposible que esta pomada tenga dos cualidades tan contrarias y dos virtudes tan diversas.

Largo rato porfiamos; finalmente, el derviche, tomando a Dios por testigo de que me decía la verdad, cedió a mis instancias. Yo cerré el ojo izquierdo, el derviche me frotó con la pomada el ojo derecho. Cuando los abrí, estaba ciego.

Aunque tarde, conocí que el miserable deseo de riquezas me había perdido y maldije mi desmesurada codicia. Me arrojé a los pies del derviche.

-Hermano -le dije-, tú que siempre me has complacido y que eres tan sabio, devuélveme la vista.

-Desventurado -me respondió-, ¿no te previne de antemano y no hice todos los esfuerzos para preservarte de esta desdicha? Conozco, sí, muchos secretos, como has podido comprobar en el tiempo que hemos estado juntos, pero no conozco el secreto capaz de devolverte la luz. Dios te había colmado de riquezas que eras indigno de poseer, te las ha quitado para castigar tu codicia.

Reunió mis ochenta camellos y prosiguió con ellos su camino, dejándome solo y desamparado, sin atender a mis lágrimas y a mis súplicas. Desesperado, no sé cuántos días erré por esas montañas; unos peregrinos me recogieron.

EDWARD BELLAMY

Nació en la Unión Norteamericana, en la localidad de Chicopee Falte, Estado de Massachusetts, el 25 de marzo de 1830. Asistió al Union College de Schenectady, Nueva York, pero no se graduó. Mientras estuvo allí, se unió al Theta Chi Chapter de la Fraternidad Delta Kappa Epsilon. Estudió leyes, pero abandonó la práctica y trabajó brevemente en prensa en Nueva York, escribiendo editoriales para el New York Evening Post y en Springfield (Massachusetts), donde fue editor asociado del Springfield Union. Por motivos de salud abandonó el periodismo, dedicándose a la literatura, escribiendo tanto relatos breves

Después de la publicación de las novelas Seis a uno, La hermana de Miss Ludington y El proceso del doctor Heidenhoff, que no tuvieron mayor resonancia, publicó El año 2000, que alcanzó tan extraordinario éxito editorial que en menos de dos años se agotaron en Estados Unidos varias ediciones por un total de más de 300.000 volúmenes ,y con gran éxito en Europa, traducida a los principales idiomas de ese continente. Fue considerada esta obra al principio como una simple novela, se la catalogó como una expresión deliberada de las aspiraciones e ideas socialistas del autor, a cuya defensa dedicó gran parte del resto de su vida. No pocos críticos juzgan a Bellamy como uno de los escritores románticos de más viva imaginación que hayan existido en su patria después de Hawthorne. Murió el autor de esta notable obra en 1898.

EL AÑO 2000

PREFACIO

Sección Histórica, Colegio de Shawmut, Boston, diciembre 28 del 2000.

Viviendo como lo estamos en el año final del siglo XX, disfrutando de la felicidad de un orden social tan sencillo y lógico que parece simplemente un triunfo del sentido común, ha de ser difícil comprender, para aquellos cuyos estudios históricos no han sido muy amplios, que la actual organización, en toda su complejidad, tiene menos de un siglo de existencia. Sin embargo, no hay hecho histórico mejor establecido que la creencia general, existente hacia fines de la decimonovena centuria, de que el antiguó sistema industrial, con sus terribles consecuencias sociales, había de perdurar ―quizás con alguna pequeña modificación― hasta el fin de los siglos. ¡Cuan extraño y casi increíble resulta que esta maravillosa transformación moral y material se haya producido en tan breve lapso! No podría ser ilustrada más claramente la facilidad con que muchos hombres se acostumbran, como el hecho más natural, a las mejoras de su situación convencidos de momento de que nada más se puede desear. ¡Qué reflexión mejor calculada para moderar el entusiasmo de los reformadores que cuentan ser recompensados con la vehemente gratitud de las generaciones futuras!

Esta obra se ha escrito con el fin de ayudar a quienes, en el afán de lograr una idea más definida de los contrastes sociales entre los siglos XIX y XX, se hallen intimidados por la apariencia severa de los volúmenes que tratan del tema. El autor ha procurado suavizar la cualidad instructiva del libro desarrollándola en forma de relato novelesco, lo cual no disminuye en absoluto el interés del asunto principal.

Para el lector que esté al corriente de las modernas instituciones sociales y de sus principios básicos podrán parecer triviales las explicaciones del Dr. Leete, pero debe recordarse que no estaba en condiciones similares su huésped, y que este libro se ha escrito con el propósito determinado de inducir al lector a olvidar, por una vez, sus propios conocimientos. Me parece que no se encontrará mejor terreno para una audaz especulación del desenvolvimiento humano en los próximos mil años que mirando hacia atrás sobre el progreso de la pasada centuria

SEGMENTO DEL CAPITULO II

La casa en que yo vivía había sido ocupada durante tres generaciones por una familia de la cual era el único representante en línea directa. Se trataba de un edificio de madera, muy elegante según la moda de otros tiempos, pero situado en un barrio que hacía tiempo se había tornado imposible como lugar de residencia, desde que fuera invadido por casas de renta y fábricas. No era una casa como para que yo pudiera pensar en llevar a una desposada, mucho menos siendo tan delicada como Edith. Había anunciado que se hallaba en venta y, mientras tanto, la habitaba solamente para dormir, yendo a comer a mi club. Un sirviente, cierto negro fiel que se llamaba Sawyer, vivía también allí y atendía mis escasas necesidades. Había dispuesto que se construyera un dormitorio para mi uso personal debajo de la casa y era éste un detalle que suponía habría de extrañar muchísimo el día que la abandonara. Si me hubiera visto obligado a dormir en otra habitación, nunca podría haber descansado en la ciudad, a causa de sus interminables ruidos nocturnos; pero en aquel cuarto subterráneo no penetraba el menor rumor del mundo exterior. Cuando ya adentro cerraba la puerta, parecía envolverme el silencio de la tumba. A fin de evitar la humedad del subsuelo, las paredes eran muy gruesas y estaban protegidas por cemento hidráulico. Para que la habitación pudiera ser asimismo a prueba de robos y de incendios, el techo había sido protegido con losas de granito herméticamente unidas, y la puerta que comunicaba con el exterior era de hierro con una espesa capa de amianto. La renovación del aire estaba asegurada por un estrecho caño que se comunicaba con un ventilador.

Debe suponerse que el habitante de un aposento como el que acabo de describir estaría en condiciones de disfrutar del sueño; pero, sin embargo, era difícil que aun allí yo pudiera dormir más de dos noches seguidas. Estaba tan acostumbrado al insomnio que poco me mortificaba la pérdida de una noche de descanso. Pero una segunda noche pasada en mi sillón en vez de hacerlo en la cama me fatigaba, y nunca me animé a pasar más tiempo sin dormir por temor a un desarreglo nervioso. Se deducirá, en consecuencia, que debía tener a mi disposición algún medio artificial para vencer al sueño en última instancia, y ésa es la verdad. Si después de dos noches de insomnio me acercaba a una tercera sin la menor sensación de somnolencia, llamaba al doctor Pillsbury.

Bueno, esto de calificarle de doctor era sólo por cortesía, ya que en realidad se trataba de lo que entonces se dio en llamar un médico «empírico». El mismo se denominada «profesor de magnetismo animal». Lo conocí en el transcurso de algunas investigaciones que, como aficionado, había efectuado acerca de ese fenómeno. No creo que supiera nada de medicina, pero era ciertamente un notable hipnotizador.

Siempre que me hallaba frente a una tercera noche de insomnio hacía venir al doctor para que con sus manipulaciones me provocase el sueño. Por grande que pudiera ser mi excitación nerviosa o mi preocupación mental, nunca dejó el doctor Pillsbury, luego de un breve espacio de tiempo, de dejarme en profundo sueño, que se prolongaba hasta que se me despertaba merced a una reversión del proceso hipnótico. El sistema que adoptaba para despertar al paciente era mucho más sencillo y, para mayor comodidad, había conseguido que el doctor Pillsbury se lo enseñara a Sawyer.

Era mi leal servidor el único que conocía los propósitos y fines de sus visitas. Claro que cuando Edith fuera mi mujer tendría que contarle el secreto. No se lo había dicho hasta entonces porque existía sin duda cierto peligro en el sueño hipnótico, y yo no ignoraba que ella se opondría a su realización. El peligro estaba, naturalmente, en que el sueño llegara a ser demasiado profundo, y se cayese en un trance que el poder del magnetizador no pudiera romper, lo que conduciría a la muerte. Repetidas experiencias me habían convencido de que el peligro era insignificante siempre que se tomaran algunas razonables precauciones, y confiaba en esto, aunque no estaba del todo tranquilo, para convencer a Edith. Al dejarla aquella noche, me fui directamente a casa y mandé en seguida a Sawyer a buscar al doctor Pillsbury. Entretanto bajé a mi dormitorio subterráneo, me vestí una cómoda bata y me puse luego a leer el correo vespertino que Sawyer había dejado encima de una mesa.

Una de las cartas era del constructor de mi nueva casa, en la que me confirmaba lo que ya había deducido por la lectura del diario. Me decía que la huelga postergaba indefinidamente la terminación de la construcción, pues ni patrones ni obreros cederían en el punto en discusión sin una lucha prolongada. Mis pesarosas meditaciones fueron interrumpidas por el retorno de Sawyer, que venía con el doctor. Este me hizo saber entonces que, desde la última visita hecha, se había enterado de que en cierta lejana población se encontraba disponible una excelente oportunidad para un profesional y había decidido aprovecharla. Ante la inquietud que experimenté por saber quién podría hacerme dormir, me indicó los nombres de varios hipnotizadores de Boston, asegurándome que poseían tanta habilidad como él mismo.

Algo más tranquilo con sus manifestaciones, le dije a Sawyer que me despertara a las nueve de la mañana y, recostándome en el lecho, siempre con mi bata puesta, adopté una cómoda posición y me entregué a las manipulaciones del hipnotizador. Tal vez a causa de mi extraordinario desasosiego, tardé algo más que de costumbre en quedarme inconsciente, pero finalmente una dulce somnolencia se apoderó de mí.

CAPÍTULO III

—Está a punto de abrir los ojos. Sería mejor que en el primer momento sólo viera a uno de nosotros.

—Prométeme, de todas maneras, que no se lo dirás.

La primera voz era masculina, la segunda de una mujer y ambos hablaban en voz muy tenue.

—Veremos cómo se encuentra —replicó el hombre.

—No, no, prométemelo —insistió la otra.

—Déjale hacer su voluntad— susurró una tercera voz, también de mujer.

—Bueno, bueno. Te lo prometo —respondió el hombre—. ¡Pronto, vayanse! Está volviendo en sí.

Escuché un rumor de vestidos y abrí los ojos. Un hombre de aspecto agradable, quizás de sesenta años, estaba inclinado sobre mí, y en sus facciones se reflejaba una expresión de extrema benevolencia mezclada con profunda curiosidad. Por lo demás, era para mí un perfecto desconocido. Traté de enderezarme y miré a mi alrededor. No había nadie más en la habitación. Tenía la seguridad de no haber estado nunca allí, ni tampoco conocía los muebles. Contemplé a mi compañero, el cual mostró una sonrisa.

—¿Cómo se siente? —me preguntó.

—¿Dónde estoy?

—Se encuentra en mi casa —fue la respuesta.

—Y ¿cómo he llegado hasta aquí?

—Ya hablaremos de eso cuando se halle más repuesto. Mientras tanto le ruego que no se inquiete en lo más mínimo. Se encuentra entre amigos y en buenas manos. ¿Qué tal se siente?

—Me noto un poco raro —contesté—, pero creo que en general estoy bien. ¿Querrá explicarme a qué debo el honor de su hospitalidad? ¿Qué me ha sucedido? ¿Cómo he llegado hasta aquí? Cuando me acosté estaba en mi casa.

—Más tarde tendremos tiempo de sobra para explicarnos —dijo mi desconocido huésped, manteniendo su tranquila sonrisa—. Es preferible evitar una charla que lo agotaría hasta que se encuentre un poco más repuesto. ¿Sería tan amable de tomar un par de tragos de esta bebida? Le hará bien. Yo soy médico.

Rechacé el vaso y me senté en la cama, aunque con algún esfuerzo, porque sentía medio floja la cabeza.

—Insisto en saber enseguida dónde me encuentro y qué esta haciendo usted conmigo —le dije.

―Estimado señor, permítame rogarle que no se agite. Me hubiera agradado que no insistiera tan pronto en pedir explicaciones, pero, ya que lo desea, trataré de satisfacerlo siempre que tome esta poción, que habrá de fortalecerlo.

En vista de ello, bebí lo que me ofrecía.

—No es asunto tan sencillo como usted supone explicarle la forma en que llegó aquí. A este respecto tal vez pueda usted decir algo más que yo. Parece que se ha despertado usted de un profundo sueño, o más bien dicho, de un prolongado trance. Es todo lo que puedo decirle. Dijo usted que al dormirse estaba en su casa. ¿Puede decirme cuándo fue eso?

—¿Cuándo? —repuse—. ¡Vaya! Pues fue anoche, naturalmente, a eso de las diez. Le dije a Sawyer, mi sirviente, que me despertara por la mañana a las nueve. Por cierto, ¿qué se ha hecho de Sawyer?

—No puedo contestarle con exactitud —respondió mi compañero, contemplándome con expresión de curiosidad—, pero estoy seguro de que disculpará su ausencia. ¿Puede decirme ahora un poco más concretamente cuándo fue que se durmió? Me refiero a la fecha.

—¡Vaya! Anoche fue, salvo… que me haya quedado dormido un día entero. ¡Cielos! Pero no puede ser, aunque tengo la sensación de haber dormido mucho tiempo. Cuando me acosté era el Día de la Condecoración.

—¿El Día de la Condecoración?

—Sí, el lunes.

—Discúlpeme, ¿de qué mes?

—De éste, naturalmente, salvo que me haya despertado en junio, pero eso no puede ser.

—Estamos en setiembre.

—¿En setiembre? ¡No querrá usted decir que he dormido desde mayo! ¡Esto es increíble!

—Ya lo veremos —repuso mi compañero—. ¿Dice usted que era el treinta de mayo cuando se durmió?

—Sí.

—¿Podría decirme de qué año?

Lo miré estupefacto sin poder hablar durante algunos instantes.

—¿De qué año? —pude exclamar finalmente.

—Hágame el favor de decirme de qué año. Entonces estaré en condiciones de decirle cuánto tiempo ha pasado dormido.

—Fue en 1887 —declaré.

Mi compañero insistió en que bebiera otro trago y me tomó el pulso.

—Estimado señor —dijo—, su apariencia denota que usted es un hombre instruido, lo que no creo fuera muy corriente en aquella época. Por otra parte, he observado que no hay nada en el mundo que pueda ser más maravilloso que cualquier otra cosa, todo lo cual debe considerarse normal. Sin embargo, debería esperar que lo que voy a decirle ha de sorprenderlo, pero tengo la confianza de que usted no permitirá que su espíritu se altere.

»Su aspecto es el de un joven de unos treinta años, y su estado físico no difiere mucho del esperado en una persona que ha permanecido durmiendo durante tanto tiempo de manera profunda y tranquila, a pesar de todo lo cual, hoy es el día diez de septiembre del año 2000 y usted ha dormido exactamente ciento trece años, tres meses y once días.

Quedé como aturdido y luego de beber una especie de tisana, a indicación de mi compañero, caí en un sopor que se transformó en tranquilo sueño.

Cuando recuperé el sentido la luz del día entraba a raudales en la habitación, que había estado iluminada artificialmente cuando me desperté la vez anterior. Mi huésped misterioso estaba sentado a mi lado. Al abrir los ojos observé que no me estaba mirando, lo que aproveché para estudiarlo y meditar sobre mi extraña situación, antes de que notara que había despertado. Mi aturdimiento había desaparecido y recobrado mi mente su claridad. El cuento de que había dormido durante ciento trece años, que acepté sin discutir en mi anterior situación, débil y anormal, apareció de pronto ante mí como una absurda impostura, cuyo móvil era imposible presumir por el momento.

Claro que algo extraordinario había acontecido para despertarme en una casa ajena y con un compañero desconocido, pero mi imaginación se hallaba en la más absoluta impotencia para sugerir otra cosa que divagaciones sobre lo que podía haber ocurrido. ¿Sería víctima de algún complot? Por lo menos así lo parecía. Pero si los rasgos del semblante reflejan la verdad, evidentemente un hombre de rostro tan sereno y franco, como el que estaba a mi lado, tenía que ser ajeno a cualquier proyecto criminal.

Se me ocurrió entonces que tal vez se tratase de una broma pesada de mis amigos, que de alguna manera se hubieran enterado del secreto de mi dormitorio bajo tierra y que trataban en esta forma de concluir con el peligro de los experimentos hipnóticos. Esta hipótesis, empero, tenía muchos puntos débiles: Sawyer no sería capaz de traicionarme, ni yo tampoco tenía amigos sospechables de tal empresa; y, sin embargo, esta suposición era la más factible. Medio esperanzado con la idea de ver aparecer tras alguna cortina una cara familiar, miré cuidadosamente por todo el cuarto. Cuando mis ojos volvieron a mi compañero, tenía su vista clavada en mi persona.

—Ha echado usted una linda siesta de doce horas —me dijo vivamente—, y veo que le ha sentado bien. Tiene mejor aspecto: su color es normal y sus ojos brillantes. ¿Cómo se siente?

—Nunca me sentí mejor —le contesté, sentándome.

—Recordará con toda seguridad la primera vez que se despertó —continuó diciendo—, y su sorpresa al decirle la cantidad de tiempo que había pasado durmiendo.

—Creo que me habló de ciento trece años.

—Exactamente.

—Admitirá usted —le dije con irónica sonrisa— que el cuento es algo inverosímil.

—Reconozco que es extraordinario —contestó—, pero en condiciones adecuadas, dado el conocimiento que tenemos de la catalepsia, no lo considero ni improbable ni inverosímil. Cuando tal estado es absoluto, como en su caso, las fuerzas vitales quedan en suspenso, y no hay desgaste de los tejidos.

»No puede establecerse un límite a la duración del estado cataléptico cuando las condiciones exteriores impiden que el cuerpo sufra daños físicos. Evidentemente su trance es el de mayor duración que se conoce, y no hay ninguna razón por la cual, de no habérsele encontrado antes y hallándose la cámara donde lo encontramos en condiciones intactas, no hubiera usted continuado en estado de suspensión vital hasta el final indefinido de los siglos, en que el enfriamiento de la tierra habría destruido sus tejidos corpóreos y dado libertad a su alma.

Debía admitir ese razonamiento, reconociendo a la vez que si era víctima de una broma pesada, sus autores habían elegido el personaje más adecuado para llevar a feliz término su impostura. La conducta impresionante y el verbo elocuente de este hombre le habría prestado la misma seguridad, si hubiera afirmado que la luna estaba hecha de queso. La sonrisa con que lo había estado escuchando, mientras desarrollaba su hipótesis de la catalepsia, no pareció confundirlo en lo más mínimo.

—Tal vez —le dije— querrá usted continuar su relato dándome amablemente algunos detalles en cuanto a las circunstancias en que descubrieron la cámara de que me habla y de lo que había en su interior. Me encantan los cuentos bien hechos.

—En tal caso —fue la grave respuesta—, ninguno será más extraño que la verdad. Durante muchos años había estado acariciando la idea de construir un laboratorio en el amplio jardín que rodea esta casa, con el fin de realizar experimentos químicos, por los que tengo especial predilección. Finalmente, el jueves pasado se dio comienzo a la excavación preliminar, la que se concluyó al atardecer, por lo cual los albañiles debían venir al día siguiente, viernes. Pero en la noche del jueves cayó un tremendo diluvio y en la mañana del viernes encontramos la excavación hecha un charco de ranas y los paredones de tierra, que habían cedido, desmoronándose.

»Mi hija, que salió conmigo a contemplar el desastre, me llamó la atención hacia un cierto trozo de mampostería que había quedado al descubierto en un costado de la excavación. Retirada la tierra que aun quedaba encima, se notó que parecía formar parte de una gran masa, por lo que resolví investigar el asunto. Los obreros dejaron a la vista una especie de cámara oblonga a unos ocho pies debajo de la superficie y situada en la esquina de lo que sin duda habían sido los cimientos de una casa antigua. Una capa de ceniza y restos de carbón, en la parte superior de la cámara, demostraron que la casa había sido destruida por el fuego. La cámara, en si misma, estaba en perfectas condiciones, y el cemento tan firme como el día en que fue colocado. Había una puerta que no logramos violentar, pero pudimos entrar removiendo una de las losas de piedra que constituían el techo. El aire que salió no parecía muy enrarecido, y era puro, seco y no muy frío.

»Descendí con mi linterna y me encontré en una habitación amueblada como dormitorio al estilo del siglo XIX. En la cama yacía un joven. Debía darse por supuesto que estaba muerto, por lo menos desde hacía un siglo, pero me chocó el extraordinario estado de conservación del cuerpo, lo mismo que a los otros médicos a quienes hice llamar. No podíamos creer que el arte de embalsamar hubiera ido tan lejos, pero allí estaba la prueba evidente de lo que habían logrado nuestros antepasados.

»Mis colegas, excitada grandemente la curiosidad, querían empezar en el acto los experimentos necesarios para conocer la naturaleza del procedimiento empleado, pero me negué a permitirlo. El motivo de mi oposición, por lo menos el único que puedo mencionar ahora, fue el recuerdo de haber leído algo sobre la amplitud con que sus contemporáneos habían desarrollado el tema del magnetismo animal. Se me ocurrió entonces que probablemente usted se hallara en estado cataléptico, y que el secreto de su integridad física estaba en su propia vida, no en el arte de un embalsamador.

Aunque el asunto hubiese sido más increíble, los detalles del relato, así como el aspecto impresionante y la personalidad del narrador, habrían hecho vacilar a cualquier oyente, y yo mismo empezaba a sentirme trastornado, cuando, mientras escuchaba las últimas palabras, alcancé a contemplar una parte de mi persona en un espejo colgado en la pared opuesta de la habitación. Me levanté y fui hacia allí.

El semblante que vi era exactamente el mismo ―sin haber envejecido un solo día― que había contemplado mientras me arreglaba la corbata antes de ir a ver a Edith en aquel día de la Condecoración, el cual, si debía creer lo dicho por este hombre, se había celebrado ciento trece años atrás. Vino a mi mente, una vez más, la farsa colosal que se estaba tramando. La indignación me dominó al comprender el inaudito atrevimiento de aquella gente.

—Probablemente se habrá sorprendido —dijo mi compañero— al ver que, no obstante ser usted un siglo más viejo que cuando se acostó en la cámara subterránea, su aspecto no se ha modificado. Eso no debe asombrarle. Ha sobrevivido ese largo período en virtud de la paralización de las fuerzas vitales, como ya le he dicho. Sí su cuerpo hubiera experimentado el menor cambio durante el trance, hace tiempo que se habría descompuesto.

—Señor —repuse, volviéndome hacia él—, no me siento en condiciones de adivinar el motivo que lo ha llevado a presentarme de modo tan serio todo este absurdo, pero con seguridad ha de tener la inteligencia suficiente para comprender que sólo un imbécil habría de prestarle fe. Ahórreme el resto de todas estas complicadas tonterías y, de una vez por todas, dígame si se niega a darme una explicación plausible del lugar en que me encuentro y de la forma en que llegué hasta aquí. De lo contrario, procederé por mí mismo a descubrir mis andanzas sin interesarme por lo que pueda haber de oculto.

—¿No cree, entonces, que estamos en el año 2000?

—¿Cree usted que es necesario preguntarlo? —repuse.

—Perfectamente —contestó mi extraordinario interlocutor—. Ya que no he podido convencerlo, se convencerá solo. ¿Se encuentra bastante fuerte como para acompañarme hasta arriba?

—Me siento más fuerte que nunca —repuse enojado—, y estoy dispuesto a probarlo si este juego sigue adelante.

—Le ruego, señor —fue la respuesta de mi compañero—, que no se convenza totalmente de que es objeto de una broma, porque la reacción podría ser demasiado grave al comprender la verdad de mis afirmaciones.

El tono preocupado, a la vez de conmiseración, con que acompañó lo dicho, y la absoluta ausencia de cualquier señal de molestia por mis audaces palabras, me intimidaron de un modo extraño y lo seguí fuera de la habitación con una sorprendente mezcla de emociones en mi espíritu. Subimos dos tramos de escalera y luego uno más corto, llegando a una especie de mirador en la azotea de la casa.

—Sírvase mirar en torno suyo —me dijo al llegar— y después me dirá si éste es el Boston del siglo XIX.

A mis pies yacía una gran ciudad que se extendía en todas direcciones. Se alcanzaban a ver millas enteras de calles anchas sombreadas por árboles, con hermosos edificios a ambos lados, la mayor parte separados unos de otros y rodeados por jardines de todos los tamaños. No había barrio en que no se divisaran grandes plazas con arboleda, entre la cual se perfilaban estatuas y fuentes, relumbrantes con los últimos rayos del sol. Edificios públicos de tamaño colosal y de una arquitectura grandiosa, incomparables con los de mi época, se destacaban majestuosamente, imponentes. Estaba seguro de no haber visto nunca ciudad alguna que se le pareciera.

Por último, levanté mis ojos hasta el horizonte y miré hacia el poniente. ¿No era el sinuoso río Charles aquella cinta azul que ondulaba a lo lejos? Me di vuelta en dirección al este, donde se extendía el puerto de Boston, encerrado por sus promontorios, y no faltaba uno solo de sus verdes islotes. Comprendí entonces la verdad de la prodigiosa aventura en que me hallaba envuelto.

Alberto Vázquez Figueroa

El escritor, periodista y aventurero ,nació el once de octubre de 1936 en Santa Cruz de Tenerife. Su infancia fue muy dura por la guerra civil y las consecuencias familiares que ésta tuvo, aún no había cumplido un año ,su familia fue exiliada por motivos políticos al África Española, ya que su padre fue republicano socialista y fue encarcelado durante la Guerra Civil; allí pasó toda su infancia.

Más tarde, su padre fue liberado, pero estuvo ingresado durante varios años en un hospital a causa de la tuberculosis. Asimismo, estando en África su madre falleció. Entonces Vázquez-Figueroa fue recogido por su tío, administrador civil del fuerte militar en el Sahara español en el que vivían. Éste comenzó a proporcionarle libros para leer, sobre todo novelas de aventuras de autores como Joseph Conrad, Herman Melville o Julio Verne, que hicieron que éste fuera su género favorito.

A los 16 años regresó a Tenerife para estudiar. Trabajó como profesor de submarinismo y buceo en un buque-escuela "Cruz del Sur", con Jacques Cousteau, donde estaría dos años. Trabajó en los rescates de cadáveres en el Lago de Sanabria después de la rotura de la presa de Vega de Tera la cual destruyó el pueblo de Ribadelago.

Cursó estudios en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y a partir de 1962 empezó a trabajar como enviado especial de Destino, corresponsal de guerra en La Vanguardia y, posteriormente, para Televisión Española hizo el programa "A toda plana" con Miguel de la Cuadra Salcedo y con Silva. Como corresponsal asistió a acontecimientos clave del momento, así como a las guerras y revoluciones de países como Chad, Congo, Guinea, República Dominicana, Bolivia, Guatemala, etc.
También ejercía su labor periodística ,nunca de escribir ficción y su primer éxito le llegó en 1975 con Ébano, tras haber publicado ya numerosas obras, la cual fue llevada a la gran pantalla al año siguiente. Entre su extensa producción destacan: Tuareg, Ébano, El perro, la ambiciosa saga de Cienfuegos, Bora Bora, Manaos, Piratas o La sultana roja.
Muchas de sus novelas han sido llevadas al cine y hoy en día, es uno de los autores más leídos del panorama literario español.
A esta intensa trayectoria aventurera, profesional y literaria se ha unido en los últimos años su proyecto de potabilización del agua del mar por presión que genera al mismo tiempo energía eléctrica, mediante un sistema que él mismo ha inventado.

ALGUNAS DE SUS OBRAS

· Tuareg (1980), Tras las huellas de Alec (1971),Serie Cienfuegos
Cienfuegos(1987)Caribes,Azabache,Montenegro,Brazofuerte,XaraguáTierra de bisontes,Olvidar Machu-Picchu(1983),Manaos,Viracocha,Anaconda
· El perro, Marea negra.Fuerteventura,Serie Piratas,Un mundo mejor (2002), El señor de las tinieblas,El anillo verde,Delfines,La iguana,Ícaro
· Bora Bora,Ébano,¡Panamá, Panamá!,Los ojos del tuareg (2000), África llora,Matar a Gadafi (1997),El rey leproso (2005),Bajo siete mares
Filmografía como guionista:
· Corazón de cristal. (1985) Corazón de cristal. De Gil Bettman
· DVD Rottweiler. (2004) Rottweiler. De Brian Yuzna

TUAREG

Fragmento del libro

"Alá es Grande. Alabado sea”.

–Hace ya muchos años, cuando yo era joven y mis piernas me llevaban durante largas jornadas sobre la arena y la piedra sin sentir cansancio, ocurrió que en cierta ocasión me dijeron que había enfermado mi hermano menor, y aunque tres días de camino separaban mi "jaima" de la suya, pudo más el amor que por él sentía, que la pereza, y emprendí la marcha sin temor, pues como he dicho, era joven y fuerte y nada espantaba mi ánimo.

–Había llegado el anochecer del segundo día cuando encontré un campo de muy elevadas dunas, a media jornada de marcha de la tumba del Santón Omar Ibrahím, y subí a una de ellas intentando avistar un lugar habitado en el que pedir hospitalidad, pero sucedió que no distinguí ninguno, y decidí por tanto detenerme allí y pasar la noche guardado del viento.

–Muy alta debiera haber estado la luna -si para mi desgracia no hubiera querido Alá que fuera aquella noche sin ella-, cuando me despertó un grito tan inhumano que me dejó sin ánimo, e hizo que me acurrucase presa del pánico.

–Así estaba cuando de nuevo llegó el tan espantoso alarido, y a éste siguieron quejas y lamentaciones en tal número, que pensé que un alma que sufría en el infierno lograba atravesar la tierra con sus aullidos.

–Pero he aquí que de improviso sentí que escarbaban en la arena y al poco aquel ruido cesó para aparecer más allá, y de esta forma lo advertí sucesivamente en cinco o seis lugares diversos, mientras los desgarradores lamentos continuaban, y a mí el miedo me mantenía encogido y tembloroso.

–No acabaron aquí mis tribulaciones porque al instante escuché una respiración fatigosa, me tiraron puñados de arena a la cara, y que mis antepasados me perdonen si confieso que experimenté un miedo tan atroz que di un salto y eché a correr como si el mismísimo "Saitan", el demonio apedreado, me persiguiese. Y fue así que mis piernas no se detuvieron hasta que el sol me alumbró, y no quedaba a mis espaldas la menor señal de las grandes dunas.

–Llegué, pues, a casa de mi hermano, y quiso Alá que se encontrase muy mejorado, de tal forma que pudo escuchar la historia de mi noche de terror, y al contarla al amor de la lumbre, tal como ahora os la estoy contando, un vecino me dio la explicación a lo que me había ocurrido, y me contó lo que su padre le había contado:

–Y dijo así:

–Alá es grande. Alabado sea.

–Ocurrió, y de esto hace muchos años, que dos poderosas familias, los Zayed y los Atman, se odiaban de tal modo que la sangre de unos y de otros había sido vertida en tantas ocasiones que sus vestiduras e incluso su ganado, podrían haberse teñido de rojo de por vida. Y sucedió que habiendo sido un joven Atman el último caído, estaban éstos ansiosos de venganza.

–Ocurría también que entre las dunas donde tú dormiste, no lejos de la tumba del Santón Omar Ibrahím, acampaba una "jaima" de los Zayed, pero en ella habían muerto ya todos los hombres y tan sólo se encontraba habitada por una madre y su hijo, que vivían tranquilos, ya que incluso para aquellas familias que tanto se odiaban, atacar a una mujer seguía siendo algo indigno.

–Pero ocurrió que una noche aparecieron sus enemigos, y tras maniatar a la pobre madre que gemía y lloraba, se llevaron al pequeño con el propósito de enterrarlo vivo en una de las dunas.

–Fuertes eran las ligaduras, pero sabido es que nada es más fuerte que el amor de madre, y la mujer logró romperlas, pero cuando salió al exterior ya todos se habían ido, y no distinguió más que un infinito número de altas dunas, por lo que se lanzó de una a otra escarbando aquí y allá, gimiendo y llamando, sabiendo que su hijo se asfixiaba por momentos y ella era la única que podía salvarlo, –Y así le sorprendió el alba.

–Y así siguió un día, y otro, y otro, porque la Misericordia de Alá le había concedido el bien de la locura para que de este modo sufriera menos al no comprender cuánta maldad existe en los hombres.

–Y nunca más volvió a saberse de aquella infortunada mujer, y cuentan que de noche su espíritu vaga por las dunas no lejos de la tumba del Santón Omar Ibrahím, y aún continúa con su búsqueda y sus lamentaciones, y cierto debe ser, ya que tu, que allí dormiste sin saberlo, te encontraste con ella.

–Alabado sea Alá, el Misericordioso, que te permitió salir con bien y continuar tu viaje, y que ahora te reúnas aquí, con nosotros, al amor del fuego. –Alabado sea".

Al concluir su relato, el anciano suspiró profundamente volviéndose a los más jóvenes, aquellos que escuchaban por primera vez la antigua historia dijo:

–Ved cómo el odio y las luchas entre familias a nada conducen más que al miedo, la locura y la muerte y cierto es que en los muchos años que combatí junto a los míos contra nuestros eternos enemigos del Norte, los Ibn-Azíz, jamás vi nada bueno que lo justificase, porque las rapiñas de unos con las rapiñas de otros se pagan y los muertos de cada bando no tienen precio, sino que como una van arrastrando nuevos muertos, y las "jaimas” se quedan vacías de brazos fuertes y los hijos crecen sin la voz del padre.

Durante unos minutos nadie habló pues se hacía necesario meditar sobre las enseñanzas que contenía la historia que el anciano Suílem acababa de contar, y no hubiera resultado correcto olvidarlas al instante pues para eso no valía la pena molestar a un hombre tan venerable, que perdía horas de sueño y se fatigaba por ellos.

Al fin, Gacel, que había escuchado ya docenas de veces aquel viejo relato, indicó con un gesto de las manos que era hora de que todos se retiraran a dormir, y se alejó solo, como cada noche, a comprobar que el ganado había sido recogido, los esclavos habían cumplido sus instrucciones, su familia descansaba en paz, y reinaba el orden en su pequeño imperio constituido por cuatro tiendas de pelo de camello, media docena de "sheribas" de cañas entretejidas, un pozo, nueve palmeras y un puñado de cabras y camellos.

Luego, también como cada noche, ascendió despacio hasta la alta y dura duna que protegía su campamento de los vientos del Este, y contempló a la luz de la Luna los restos de ese imperio: una infinita extensión de desierto, días y días de marcha a través de arenas, rocas, montañas y pedregales en los que él, Gacel Sayah, reinaba con dominio absoluto, pues era el único "inmouchar" allí establecido, y era, también, dueño del único pozo conocido.

Le gustaba sentarse sobre aquella cima, a dar gracias a Alá por las mil bendiciones que a menudo arrojaba sobre su cabeza: la hermosa familia que le había proporcionado, la salud de sus esclavos, el buen estado de los animales, los frutos de sus palmeras, y el supremo bien de haberlo hecho nacer noble dentro de los nobles del poderoso pueblo del Kel-Talgimus, el "Pueblo del Velo", los indomables "imohag", a los que el resto de los mortales conocían por el apelativo de tuareg.

Nada había al Sur, al Este, al Norte, o al Oeste: nada que marcase límite a la influencia de Gacel "el Cazador", que había ido alejándose poco a poco de los centros habitados, para establecerse en el más lejano confín de los desiertos, allí donde podía sentirse por completo a solas con sus animales salvajes, addax fugitivos que acechaban durante días en la llanura; muflones de las altas montañas aisladas entre grandes mares de arena; asnos salvajes, jabalíes, gacelas, e infinitas bandadas de aves migradoras.

Había huido Gacel del avance de la civilización, de la influencia de los invasores y del exterminio indiscriminado a las bestias de las arenas, y sabida era, en toda la extensión del Sáhara, que la hospitalidad de Gacel Sayah no tenía igual de Tombuctú a las orillas del Nilo, aunque su furia solía abatirse sobre las caravanas de esclavos, y los "cazadores locos" que osaban adentrarse en su territorio.

–Mi padre me enseñó -decía no matar más que a una gacela aunque la manada huya y cueste luego tres días alcanzarla. Yo me repongo en tres días de marcha, pero nadie devuelve la vida a una gacela muerta inútilmente.

Gacel fue testigo de cómo los "franceses" extinguieron a los antílopes del Norte, a los muflones de la mayor parte del Atlas, y a los hermosos addax de la "hamada", al otro lado de la gran "sekia" que fuera miles de años atrás río caudaloso, y por ello había elegido aquel rincón de llanuras pedregosas, arenas infinitas y montañas hirientes, a catorce días de marcha de El-Akab, porque nadie más que él ambicionaba la más inhóspita de las tierras del más inhóspito de los desiertos.

Habían quedado definitivamente atrás los tiempos gloriosos en los que los tuareg asaltaban caravanas o atacaban aullando a los militares franceses, y habían pasado igualmente los días de rapiña, lucha y muerte corriendo como el viento por la llanura, orgullosos de su sobrenombre de "bandoleros del desierto" y "amos" de las arenas del Sáhara desde el sur del Atlas a las orillas del Chad. Se olvidaron también las guerras fratricidas y las algaradas de las que los ancianos guardaban tan grata y lejana memoria, y aquellos eran los años del ocaso de la raza "imohag" porque algunos de sus más valientes guerreros conducían camiones para un patrón "francés", servían en el Ejército regular, o vendían telas y sandalias a turistas de chillonas camisas.

El día que su primo Suleimán abandonó el desierto para vivir en la ciudad, decidido a transportar ladrillos hora tras hora, sucio de cemento y cal a cambio de dinero, Gacel comprendió que tenía que huir y convertirse en el último de los tuareg solitarios.

Jerome David Salinger

Nació en Nueva York,en 1919, fuéconocido principalmente por su novela El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye), que se convirtió en un clásico de la literatura moderna estadounidense en 1951. Comenzó su trayectoria literaria escribiendo relatos para revistas de esa ciudad. Entre sus primeros trabajos destacan especialmente Un día perfecto para el pez banana. Además, publicó dos capítulos de lo que posteriormente sería El guardián entre el centeno antes de verse obligado a abandonar los Estados Unidos para ir a la Segunda Guerra Mundial: I'm Crazy y Slight Rebellion Off Madison.
Su trabajo se vio interrumpido por este conflicto, en el que pudo ser testigo del combate en algunas de las batallas más violentas.posteriormente recurrió a sus experiencias de los tiempos de guerra para algunos de sus relatos, Un día perfecto para el pez banana, sobre un ex soldado suicida, y también Para Esmé, con amor y sordidez, narrado por un soldado traumatizado.
El guardián entre el centeno, su primera novela corta, fue publicada en 1951 y se hizo muy popular entre los críticos y jóvenes. La historia está narrada en primera persona por Holden Caulfield, un adolescente rebelde e inmaduro, pero de gran perspicacia. Posteriormente Salinger publicó las colecciones de relatos Nueve cuentos en 1953 (donde se incluyen los dos aludidos); Franny y Zooey, en 1961; y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, publicados juntos en 1963,protagonizados por la disfuncional familia Glass. Salinger se convirtió en un eremita, apartándose del mundo exterior y protegiendo al máximo su privacidad. Se mudó de Nueva York a Cornish, New Hampshire, donde continuó escribiendo historias que nunca publicó. Ha muerto el 27 de enero de 2010, con 91 años, y con mucha obra que espera su publicación póstuma.

Salinger ha intentado por todos los medios escapar de la exposición al público y de la atención del mismo ("Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida", declaró él mismo). Pero sin embargo se ve obligado a luchar continuamente contra toda la atención no deseada que recibe, como figura de culto que es. Cuando supo de la intención del escritor británico Iam Hamilton de publicar J. D. Salinger: A writing life, una biografía que incluía cartas que Salinger había escrito a amigos y a otros escritores, Salinger interpuso una demanda para detener la publicación del libro.

El libro apareció finalmente con los contenidos de las cartas parafraseados., incluyendo el hecho de haber escrito dos novelas y muchos relatos que no habían sido publicados, salieron a la luz pública a través de las transcripciones del juzgado. Salinger aparece como personaje en la novela Shoeless Joe de
W. P. Kinsella, en la que se inspiró la película Field of dreams. En la película el personaje tiene el nombre cambiado y es convertido en ficción. Ha estudiado a lo largo de toda su vida
el Hinduismo Advaita Vedanta. Este hecho ha sido descrito extensamente por Sam P. Ranchean en su libro An adventure in Vedanta: J. D. Salinger's the Glass Family (1990).
En 2000, su hija, Margaret Salinger, publicó El guardián de los sueños. En su libro de “confesiones”, la señorita Salinger afirma que su padre se bebía su propia orina, sufría glosolalia, rara vez tenía relaciones sexuales con su madre, la tenía como una “prisionera virtual” y se negaba a permitirle ver a sus parientes y amigos.
En 2002, se publicaron más de ochenta cartas a Salinger escritas por escritores, críticos y admiradores, bajo el título: Letters to J. D. Salinger. La película Descubriendo a Forrester, protagonizada por Sean Connery está basada en Salinger. Además, ha sido notable la influencia ejercida en escritores como Lemony Snicket y su Una Serie de Catastróficas Desdichas, habiendo numerosas alusiones a él en los libros. Salinger ha influido sobre una generación entera de escritores, entre los que se cuentan señaladamente John Updike, Harold Brodkey y Philip Roth.


El guardián entre el centeno

CAPITULO I

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield,pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y,segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana.

El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo.Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

Empezaré por el día en que salí de Pencey, que es un colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tío montando siempre dice lo mismo:

«Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara.» Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y allí no había un solo tío ni espléndido, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como mucho. Y probablemente ya eran así de nacimiento.

Pero como les iba diciendo, era el sábado del partido de fútbol contra Saxon Hall. A ese partido se le tenía en Pencey por una cosa muy seria. Era el último del año y había que suicidarse o -poco menos si no ganaba el equipo del colegio. Me acuerdo que hacia las tres, de aquella tarde estaba yo en lo más alto de Thomsen Hill junto a un cañón absurdo de esos de la Guerra de la Independencia y todo ese follón. No se veían muy bien los graderíos, pero sí se oían los gritos, fuertes y sonoros los del lado de Pencey, porque estaban allí prácticamente todos los alumnos menos yo, y débiles y como apagados los del lado de Saxon Hall, porque el equipo visitante por lo general nunca se traía muchos partidarios.A los encuentros no solían ir muchas chicas. Sólo los más mayores podían traer invitadas. Por donde se le mirase era un asco de colegio. A mí los que me gustan son esos sitios donde, al menos de vez en cuando, se ven unas cuantas chavalas aunque sólo estén rascándose un brazo, o sonándose la nariz, o riéndose, o haciendo lo que les dé la gana. Selma Thurner, la hija del director, sí iba con bastante frecuencia, pero, vamos, no era exactamente el tipo de chica como para volverle a uno loco de deseo. Aunque simpática sí era. Una vez fui sentado a su lado en el autobús desde Agerstown al colegio y nos pusimos a hablar un rato. Me cayó muy bien. Tenía una nariz muy larga, las uñas todas comidas y como sanguinolentas, y llevaba en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que más me gustaba de ella es que nunca te venía con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabía que era un gilipollas.

Si yo estaba en lo alto de Thomsen Hill en vez de en el campo de fútbol,era porque acababa de volver de Nueva York con el equipo de esgrima. Yo era el jefe. Menuda cretinada. Habíamos ido a Nueva York aquella mañana para enfrentarnos con los del colegio McBurney. Sólo que el encuentro no se celebró. Me dejé los floretes, el equipo y todos los demás trastos en el metro. No fue del todo culpa mía. Lo que pasó es que tuve que ir mirando el plano todo el tiempo para saber dónde teníamos que bajarnos. Así que volvimos a Pencey a las dos y media en vez de a la hora de la cena. Los tíos del equipo me hicieron el vacío durante todo el viaje de vuelta. La verdad es que dentro de todo tuvo gracia. La otra razón por la que no había ido al partido era porque quería despedirme de Spencer, mi profesor de historia. Estaba con gripe y pensé que probablemente no se pondría bien hasta ya entradas las vacaciones de Navidad. Me había escrito una nota para que fuera a verlo antes de irme a casa. Sabía que no volvería a Pencey. Es que no les he dicho que me habían echado. No me dejaban volver después de las vacaciones porque me habían suspendido en cuatro asignaturas y no estudiaba nada. Me advirtieron varias veces para que me aplicara, sobre todo antes de los exámenes parciales cuando mis padres fueron a hablar con el director, pero yo no hice caso. Así que me expulsaron. En Pencey expulsan a los chicos por menos de nada. Tienen un nivel académico muy alto. De verdad.Pues, como iba diciendo, era diciembre y hacía un frío que pelaba en lo alto de aquella dichosa montañita. Yo sólo llevaba la gabardina y ni guantes ni nada. La semana anterior alguien se había llevado directamente de mi cuarto mi abrigo de pelo de camello con los guantes forrados de piel metidos en los bolsillos y todo. Pencey era una cueva de ladrones. La mayoría de los chicos eran de familias de mucho dinero, pero aun así era una auténtica cueva de ladrones. Cuanto más caro el colegio más te roban, palabra. Total, que ahí estaba yo junto a ese cañón absurdo mirando el campo de fútbol y pasando un frío de mil demonios. Sólo que no me fijaba mucho en el partido. Si seguía clavado al suelo, era por ver si me entraba una sensación de despedida. Lo que quiero decir es que me he ido de un montón de colegios y de sitios sin darme cuenta siquiera de que me marchaba. Y eso me revienta. No importa que la sensación sea triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no luego da más pena todavía.

Tuve suerte. De pronto pensé en una cosa que me ayudó a sentir que me marchaba. Me acordé de un día en octubre o por ahí en que yo, Robert Tichener y Paul Campbell estábamos jugando al fútbol delante del edificio de la administración. Eran unos tíos estupendos, sobre todo Tichener.Faltaban pocos minutos para la cena y había anochecido bastante, pero nosotros seguíamos dale que te pego metiéndole puntapiés a la pelota.

Estaba ya tan oscuro que casi no se veía ni el balón, pero ninguno queríamos dejar de hacer lo que estábamos haciendo. Al final no tuvimos más remedio.El profesor de biología, el señor Zambesi, se asomó a la ventana del edificio y nos dijo que volviéramos al dormitorio y nos arregláramos para la cena.Pero, a lo que iba, si consigo recordar una cosa de ese estilo, enseguida me entra la sensación de despedida. Por lo menos la mayoría de las veces. En cuanto la noté me di la vuelta y eché a correr cuesta abajo por la ladera opuesta de la colina en dirección a la casa de Spencer. No vivía dentro del recinto del colegio. Vivía en la Avenida Anthony Wayne.

Corrí hasta la puerta de la verja y allí me detuve a cobrar aliento. La verdad es que en cuanto corro un poco se me corta la respiración. Por una parte, porque fumo como una chimenea, o, mejor dicho, fumaba, porque me obligaron a dejarlo. Y por otra, porque el año pasado crecí seis pulgadas y media. Por eso también estuve a punto de pescar una tuberculosis y tuvieron que mandarme aquí a que me hicieran un montón de análisis y cosas de ésas. A pesar de todo, soy un tío bastante sano, no crean.

Pero, como decía, en cuanto recobré el aliento crucé a todo correr la carretera 204. Estaba completamente helada y no me rompí la crisma de milagro. Ni siquiera sé por qué corría. Supongo que porque me apetecía. De pronto me sentí como si estuviera desapareciendo. Era una de esas tardes extrañas, horriblemente frías y sin sol ni nada, y uno se sentía como si fuera a esfumarse cada vez que cruzaba la carretera. ¡Jo! ¡No me di prisa ni nada a tocar el timbre de la puerta en cuanto llegué a casa de Spencer! Estaba completamente helado. Me dolían las orejas y apenas podía mover los dedos de las manos.

—¡Vamos, vamos! —dije casi en voz alta—. ¡A ver si abren de una vez!

Al fin apareció la señora Spencer. No tenían criada ni nada y siempre salían ellos mismos a abrir la puerta. No debían andar muy bien de pasta.

—¡Holden! —dijo la señora Spencer—. ¡Qué alegría verte! Entra, hijo,entra. Te habrás quedado heladito.

Me parece que se alegró de verme. Le caía simpático. Al menos eso creo. Se imaginarán la velocidad a que entré en aquella casa.

—¿Cómo está usted, señora Spencer? —le pregunté—. ¿Cómo está el señor Spencer?

—Dame el abrigo —me dijo. No me había oído preguntar por su marido.

Estaba un poco sorda.Colgó mi abrigo en el armario del recibidor y, mientras, me eché el pelo hacia atrás con la mano. Por lo general, lo llevo cortado al cepillo y no tengo que preocuparme mucho de peinármelo.

—¿Cómo está usted, señora Spencer? —volví a decirle, sólo que esta vez más alto para que me oyera.

—Muy bien, Holden —Cerró la puerta del armario-. Y tú, ¿cómo estás?

Por el tono de la pregunta supe inmediatamente que Spencer le había contado lo de mi expulsión.

—Muy bien —le dije—. Y, ¿cómo está el señor Spencer? ¿Se le ha pasado ya la gripe?

—¡Qué va! Holden, se está portando como un perfecto... yo que sé qué...Está en su habitación, hijo. Pasa

  • El guardián entre el centeno (1951) (The Catcher in the Rye), también traducido como El cazador oculto, se publicó Estados Unidos en 1951, provocando numerosas controversias por sulenguaje provocador y por retratar sin tapujos la sexualidad y la ansiedad adolescentes. Es considerado por numerosos expertos como uno de los libros más importantes del siglo veinte.

Su protagonista, Holden Caulfield, se ha convertido en un icono del resentimiento adolescente. Escrito en primera persona, El guardián entre el centeno relata las experiencias de Holden en la ciudad de Nueva York, después de ser expulsado de Pencey Prep, su escuela secundaria.
El título del libro hace referencia a un poema que se explica en el libro, que trata sobre un “guardián entre el centeno” que evita que “los niños caigan en el precipicio”.

En 2008 el cantante Axl Rose (Guns N' Roses) se inspiró en El guardian entre el centeno para darle forma y nombre a una de las canciones del álbum Chinese Democracy. Esta canción es bastante controvertida en el disco ya que se dice que está dedicada a los ex-compañeros de banda de Axl Rose.

Stephen King


Stephen Edwin King nació el 21-9-1947 en Portland, Maine. Tenía un hermano mayor, adoptado pues su madre creía ser estéril. Su padre les abandonó a temprana edad y su madre los llevó de un lado a otro del país, allá donde conseguía un trabajo (New York, Chicago, Wiscosin, Indiana...), hasta que acabaron por establecerse en Durham (Maine) donde su madre empezó a cuidar de su propios padres, ya mayores. Allí estudió, sufriendo las constantes burlas de sus compañeros (como le ocurría a Carrie) debido a su torpeza, continuas enfermedades y deficiencia visual.

Durante esos años escribió muchas historias. Incluso editó un periódico casero en el sótano de su casa junto a su hermano. Intentó constantemente publicar alguno de sus relatos pero todas las revistas le rechazaban cortésmente, pero él no desistió hasta que en 1964 consigue que le publiquen el primer relato, "In a Half World of Terror". Estos años inspiraron muchos de sus relatos, como "Cuenta Conmigo" o "It (Eso)", basados en parte en hechos de su infancia.

En 1966 se matricula en la universidad de Maine, donde se graduaría en 1970 de filología inglesa. Colaboró en el diario "The Maine Campus" con una columna semanal y fue activistas contra la guerra de Vietnam. Allí escribió su primera novela "Rabia" que aunque no la primera, al final logró publicar. En aquella época escribe otras novelas: "La Larga Marcha" y "El Fugitivo. Estos tres libros los publicó posteriormente bajo el pseudónimo de Richard Bachman, alter ego de Stephen King y a quien acabaría "asesinando".

En la universidad conoció a Tabitha Spruce. Con quien se casó en enero de 1971 y a finales de año nació su primera hija, Naomi Rachel. Vivian prácticamente en la miseria y King tuvo distintos trabajos, siendo el más estable de profesor de inglés. Sus pobres salarios se veían complementados con las novelas que conseguía publicar, sobre todo en revistas para adultos, aunque nunca llegó a cobrar más de 500 dólares.

1973 fue un año importante en la vida de Stephen King, para lo bueno y lo malo. Nace su primer hijo varón, Joseph Hill, lo que le llena de alegría pero pone su estado económico al borde del desastre. Logra un adelanto de 2500 $ por la publicación de Carrie y espera llegar a obtener unos 16000, pues sabe que la novela es buena. Contando que cobraba unos 6400 anuales, esto era para él una auténtica fortuna. Sus expectativas se quedaron cortas, pues se realiza una edición de bolsillo del libro y recibe unos 200.000 $. La alegría se ve empañada por que a su madre le diagnostican ese mismo año un cáncer de útero que acaba por llevársela en febrero del año siguiente a la edad de 59 años.

Problemas en la academia lo llevan a trasladarse a Colorado a vigilar un hotel que cerraba en invierno. Sus problemas con la bebida y las drogas siguen aumentando día a día. Lo que le inspiró el argumento de "El Resplandor".

Vuelve a Maine y se dedica exclusivamente a escribir. Publica "Salem's Lot" en 1975 y en 1976 se estrena la película basada en su novela "Carrie", dirigida por Brian de Palma. Tuvo dos nominaciones a los oscars y un gran éxito comercial.

A partir de aquí comenzaría a publicar varios libros, llegando en 1980 a tener 3 libros simultáneamente en la lista estadounidense de Best Sellers: "El Resplandor", "La Zona Muerta" y "Ojos de Fuego". También conoce a Peter Straub, con quien co-escribiría algún libro.

.,
En la década del 90,cada libro suyo ha sacudió el mercado del libro pulverizando las ventas. En 1997 rompió con Viking Penguin, su editor durante 20 años. Simon & Schuster le adelantó por 3 libros 2 millones de dólares, muy poco para él y casi para cualquiera, pero a cambio recibiría entre un 25% y un 50% de las ventas (lo normal es entre un 5% y un 10%). Con la nueva editorial las ventas siguieron su ritmo habitual en todo el mundo.

En 1999 se produce la tragedia. Un conductor borracho lo atropella salvajemente y el escritor salva milagrosamente la vida. Las fotos de la recuperación dan la vuelta al mundo. En el libro que en aquellos momentos tenía en preparación, "Mientras Escribo" cuenta con detalles el atropello y los días siguientes. Su fuerza de voluntad y ganas de vivir hacen que pueda seguir adelante y consigue volver a escribir.

Continua con sus innovaciones. Unos años antes había escrito una novela por entregas, "La Milla Verde". Ahora escribe una de distribución exclusiva por la red, mucho más barata que las novelas tradicionales. Pese a la imposibilidad de impresión enseguida empiezan a circular copias piratas. Aún así hace una última intentona y en su página web se inicia la publicación de la novela "The Plant", de distribución exclusiva por la red y por capítulos al precio de 1 $. La historia queda colgada en el capítulo sexto pues el experimento no sale como King esperaba.

Es un gran admirador de otros escritores, como H. P. Lovecraft, de quien ha incorporado varias de sus técnicas en sus novelas, pero diferenciandose de éste por su caracterización extensa, un diálogo efectivo, e historias con finales positivos.Igualmente, se ha inspirado en Edgar Allan Poe, uno de los padres del género de terror contemporáneo, siendo un ejemplo de su influencia, “El resplandor”, en donde la novela de King es bastante analoga al breve relato de Poe, “La mascara de la muerte roja”.

King ha expresado tambien su admiración por otro autor menos prolífico, Shirley Jackson. La novela de King, “Salem's Lot “ (1975), empieza con una cita del libro “The Haunting of Hill House”, de Jackson. Ademas hay algunas otras similitudes entre el personaje Carrie de la novela “Carrie” y el personaje Eleanor del libro “The Haunting of Hill House”.Y finalmente, otra de sus influencias fue John D. MacDonald, habiendo tomado de él mucho del arte de penetrar en la mente de los personajes y asemejandose a el en la manera de describir a sus personajes. King ha escrito en conjunto con otros autores, como las novelas “The Talisman” y “Black House”, colaborandocon PeterStraub y escribió además la novela no-ficticia "Faithful" con el novelistaStewart O'Nan.En su vida personal, Stephen vive en Maine con su esposa Tabitha King, que también es novelista. Ambos poseen otra casa en el distrito Western Lakes de Maine.

HAY TIGRES del Libro de Historias Fantásticas

Charles necesitaba angustiosamente ir al lavabo. Ya era inútil engañarse diciendo que podía

esperar al recreo. Su vejiga protestaba desesperadamente, y Miss Bird le había descubierto

retorciéndose.

Había tres profesoras en el tercer grado de la Escuela Elemental de Acorn Street. Miss

Kinney era joven y rubia y llenó de vivacidad. Mrs. Trask tenia la hechura de un almohadón

moruno, se peinaba con trenzas y se reía ruidosamente. Y luego, estaba Miss Bird.

Charles había sabido que terminaría con Miss Bird. Lo había sabido. Había sido inevitable.

Porque era obvio que Miss Bird quería destruirle. No permitía que los niños fueran al sótano. El

sótano, explicó Miss Bird, era donde se guardaban las calderas de la calefacción, y las señoras y

los caballeros bien educados jamás irían allí, porque los sótanos eran lugares feos, viejos y llenos

de hollín. Las jóvenes y los caballeros, repitió, no bajan al sótano. Van al cuarto de bario, dijo.

Charles volvió a retorcerse. Miss Bird le miró.

-Charles -dijo claramente, señalando Bolivia con el puntero-, ¿no necesitas ir al baño?

Cathy Scott, que tenía el pupitre delante de él, se rió pero cubriéndose prudentemente la boca

con la mano.

Kenny Griffen hizo una mueca y dio una patada a Charles por debajo del pupitre. Charles se

ruborizó.

-Di algo, Charles -insistió Miss Bird, vivamente-. Necesitas... (dirá orinar, siempre dice

orinar)

-Si, Miss Bird.

-¿Sí qué?

-Que tengo que ir al só..., al baño.

Miss Bird sonrió.

-Muy bien, Charles. Puedes ir al baño a orinar. ¿Es eso lo que necesitas hacer? ¿Orinar?

Charles bajó la cabeza abrumado.

-Muy bien, Charles. Puedes ir. Y la próxima vez, por favor, no esperes a que te lo pregunte.

Risitas generales. Miss Bird golpeó su mesa con el puntero.

Charles recorrió el pasillo hasta la puerta, con treinta pares de ojos clavados a su espalda y

cada uno de esos niños, incluida Cathy Scott, sabía que iba al baño a orinar. La puerta estaba a una

distancia tan larga como un campo de fútbol. Miss Bird no siguió con la clase, sino que mantuvo

silencio hasta que él hubo abierto la puerta, pasado el vestíbulo milagrosamente vacío, y vuelto a

cerrar la puerta.

Anduvo hacia el baño de los chicos...

(sótano, sótano, sótano, SI QUIERO)

... arrastrando los dedos a lo largo de la fresca tira de mosaico de la pared, dejándolos saltar

sobre el tablón de anuncios con los boletines pegados con chinchetas y resbalar sobre la...

(ROMPAN EL CRISTAL EN CASO DE EMERGENCIA)

... superficie roja de la caja de la alarma contra incendios.

Miss Bird disfrutaba. Miss Bird disfrutaba haciéndole ruborizarse. Delante de Cathy Scott

-que nunca necesitaba ir al sótano, ¿hay derecho?- y de todos los demás.

P-E-R-R-A, pensó. Lo deletreó porque el año pasado había decidido que, si se deletreaba,

Dios no lo consideraba pecado.

Entró en el baño de los chicos.

Dentro estaba muy fresco, con un leve, aunque no desagradable, olor a cloro, colgado

insistentemente del aire. Ahora, a media mañana estaba limpio y desierto, tranquilo y agradable, no

como el maloliente y humoso cubículo del Star Theatre» en la ciudad.Stephen King Historias fantásticas

El baño...

(¡sótano!)

... estaba construido como una L, la pata corta con una hilera de pequeños espejos cuadrados

sobre palanganas de porcelana y un rollo de toallas de papel...

(NIBROC)

- ... y la pata más larga con dos urinarios y tres cubiculos con sus tazas.

Charles dio la vuelta a la esquina después de contemplarse, aburrido; su rostro delgado y

pálido en uno de los espejos.

El tigre estaba echado al fondo, exactamente debajo de la ventanita blanca. Era un gran tigre,

con rayas y manchas oscuras pintadas en su piel. Levantó la cabeza vivamente para mirar a Charles

y sus ojos verdes se estrecharon. Una especie de gruñido suave como ronroneo escapó de su boca.

Los ágiles músculos se flexionaron y el tigre se levantó. Agitó la cola y golpeó con un ruidito

corltra-los lados de porcelana del último urinario.

El tigre parecía muy hambriento y agresivo.

Charles salió precipitadamente por donde había entrado. La puerta parecía tardar años en

cerrarse, neumáticamente, tras él, pero cuando lo hizo se creyó a salvo. Esta puerta solamente se

abría empujándola, y no recordaba haber leído jamás, u oído, que los tigres supieran abrir puertas.

Charles se secó la nariz con el dorso de la mano. Su corazón latía con tal fuerza que podía

oírlo. Seguía necesitando ir al sótano, más que nunca.

Se revolvió, bailó, y apretó la mano contra el vientre. Realmente tenía que ir al sótano. Si

solamente pudiera tener la seguridad de que no se acercaría nadie, podía entrar en el de las niñas.

Estaba del otro lado del vestíbulo. Charles lo miró anhelante, sabiendo que no iba á atreverse en un

millón de años. ¿Y si llegara Cathy Scott? Oh... horror de los horrores... ¿Y si la que llegara fuera

Miss Bird?

Quizás había imaginado el tigre.

Abrió la puerta lo suficiente para acercar un ojo y miró. El tigre le miró a su vez desde el

ángulo de la L, con los ojos de un verde resplandeciente. Charles imaginó que podía ver una

minúscula manchita azul en aquel brillo profundo, como si el tigre se hubiera comido uno de sus

ojos. Como si...

Una mano rodeó su cuello.

Charles lanzó un grito sofocado y sintió que tanto el corazón como el estómago se le

anudaban en la garganta. Por un momento, tuvo la terrible sensación de que iba a mojarse.

Era Kenny Griffin, sonriendo complaciente:

-Me ha mandado Miss Bird porque llevas anos sin volver. Prepárate.

-Si, pero no puedo entrar en el baño -dijo Charles medio muerto del susto que le había dado

Kenny.

-¡Estás estreñido! -lanzó Kenny alegremente-. ¡Espera a que se lo cuente a Caaathy!

- ¡ No se te ocurra! -dijo Charles asustado-. Además, no lo estoy. Hay un tigre allá dentro.

-¿Y qué está haciendo? -preguntó Kenny-. ¿Pis?

-No lo sé -murmuró Charles mirando a la pared-. Yo sólo querría que se fuera -y se echó a

llorar.

-Eh -dijo Kenny, desconcertado y un poco asustado-. ¡Eh!

-¿Y qué pasa si tengo que ir? ¿Y si no puedo hacer otra cosa? Miss Bird dirá que...

-Vamos -insistió Kenny, cogiéndole del brazo con una mano y empujando la puerta con la

otra-. Te lo estás inventando.

Estuvieron dentro antes de que Charles, aterrorizado, pudiera soltarlo y arrimarse a la puerta.

-¡Un tigre! -exclamó Kenny asqueado-. Chico, Miss Bird te matará.

-Está del otro lado.

Kenny empezó a andar junto a las palanganas:

-¿Gatito-gatito-gatito-gatito? ¿Gatito?Stephen King Historias fantásticas

-¡No lo hagas! -chilló Charles.

Kenny desapareció en la esquina.

-¿Gatito-gatito? ¿Gatito-gatito? Gat...

Charles salió disparado por la puerta y se apoyó en la pared, esperando, con las manos

apretando la boca, y los ojos cerrados con fuerza.

No se oyó ningún grito.

No tenía idea de cuanto tiempo permaneció allá, helado, con la vejiga a punto de reventar.

Contemplaba la puerta del sótano de chicos. Pero no le decía nada. Era sólo una puerta.

No iría.

No podría..

Pero al fin entró.

Las palanganas y los espejos seguían ordenados, y el vago olor a cloro persistía. Pero ahora

parecía que había otro olor por debajo de aquél. Era un olor vagamente desagradable, como de

cobre rallado.

Con gemidos de impaciencia (pero silenciosos), se acercó al ángulo de la L y miró.

El tigre estaba echado en el suelo, lamiendo sus patazas con una enorme lengua color de

rosa. Miró a Charles sin curiosidad. Enganchado en una de sus garras había un trozo de camisa.

Pero su necesidad era ahora pura agonía, y ya no podía esperar. Tenía que hacerlo. Charles

se acercó de puntillas a la palangana más cercana a la puerta.

Miss Bird entró como un huracán cuando ya se abrochaba los pantalones.

-¡Vaya, niño sucio, repugnante! -le increpó casi reflexiva.

Charles, asustado, no perdía de vista la esquina.

-Lo siento, Miss Bird..., el tigre..., voy a limpiar la palangana..., lo haré con jabón..., le juro

que lo haré...

-¿Dónde está Kenneth? -preguntó Miss Bird con calma.

-No lo sé.

La verdad es que no lo sabia.

-¿Está allá dentro?

-¡No! -gritó Charles.

Miss Bird se acercó al lugar donde la habitación hacía ángulo:

-Ven aquí, Kenneth. Ahora mismo.

-Miss Bird...

Pero Miss Bird ya había dado la vuelta a la esquina. Iba dispuesta a atacar, pensó Charles,

pero iba a descubrir lo que era un ataque de verdad.

Volvió a traspasarla puerta. Bebió agua en la fuente de la entrada. Miró la bandera americana

colgada sobre la entrada del gimnasio. Miró el tablón de anuncios. El Mochuelo del Bosque,

avisaba: GRITAD, PERO NO CONTAMINÉIS. El Buen Amigo, aconsejaba: NO OS VAYÁIS

CON DESCONOCIDOS. Charles lo leyó todo por dos veces.

Después, volvió a la clase, recorrió el pasillo hasta su sitio con los ojos en el suelo, y se

deslizó en su asiento. Eran las once menos cuarto. Sacó Caminos a todas partes y se puso a leer

sobre «Bill en el Rodeo».

Luis López Nieves

Nació el 17 de enero de1950 irrumpió de manera espectacular en el ambiente literario en 1984 al publicar su relato histórico “Seva”, el cual causó conmoción, hizo de su autor una celebridad y pasó a convertirse en uno de los mayores éxitos literarios de Puerto Rico. Además, introdujo una nueva modalidad literaria conocida como “historia trocada”.

En el 1987 publicó el libro de relatos Escribir para Rafa, que incluye cuentos como "El lado oscuro de la luna" y "El Telefónico". En el año 2000 el libro de cuentos históricos La verdadera muerte de Juan Ponce de León (que incluye el afamado cuento "El conde de Ovando") le ganó el Primer Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña (Premio Nacional de Literatura).

En el 2005, el Grupo Editorial Norma publicó su novela El corazón de Voltaire en la colección "Literatura o Muerte", la que fue muy elogiada en América Latina, Estados Unidos y Europa. En diciembre de 2006 el Instituto de Literatura Puertorriqueña le otorga el Premio Nacional por segunda vez, en esta ocasión por El corazón de Voltaire, proclamado el mejor libro de 2005.

López Nieves es doctor en Literatura Comparada por la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook. En el 2004 fundó el primer programa de maestría en Creación Literaria de América Latina (en la Universidad del Sagrado Corazón, San Juan de Puerto Rico), el cual dirige. También es fundador y director de la Biblioteca Digital Ciudad Seva (ciudadseva.com), aclamado portal de internet que cuenta con una selecta colección de más de 3200 cuentos clásicos. En el 2007 la Universidad del Sagrado Corazón lo nombró "Escritor Residente".

Relatos de López Nieves han sido incluidos en importantes antologías como El cuento hispanoamericano (Seymour Menton, FCE, México, 7ª Edición, 2003), El cuento hispanoamericano en el siglo XX (Fernando Burgos, Editorial Castalia, España, 1997), El muro y la intemperie (Julio Ortega, Ediciones del Norte, New Hampshire, USA, 1989) y Cuentos para ahuyentar el turismo (Vitalina Alfonso y Emilio Jorge Rodríguez, Editorial Arte y Literatura, La Habana, Cuba, 1991).

Sus obras han sido traducidas al neerlandés, alemán, inglés, islandés e italiano

LOS PEDAZOS DEL CORAZON

Margarita no es el tipo de mujer que le coge pena a los hombres. Durante nuestros quince meses de noviazgo había comenzado a sospecharlo. Pero la certeza –la terrible, insoportable evidencia– la tuve la noche en que fulminó nuestra relación en la misma puerta de su casa. No fue sutil, no paseó por las ramas. Me dijo:
--Gustavo, lo nuestro se acabó. No quiero verte más la cara.

Así dijo. ¿Sintió compasión por mí? Ninguna. Su rostro seguía duro, impenetrable, a pesar de nuestros quince meses de cines, restaurantes, paseos, librerías y amor. A pesar de las muchas noches en que me había prometido: “Gustavo, seré tuya para siempre”. Pero de pronto era como si no me conociera, como si nunca jamás hubiera estado en mis brazos. Con sus bruscas palabras me dejó el corazón hecho pedazos. Y a pesar de mi evidente desesperación, no hizo gesto alguno por ayudarme a recoger los blandos trozos de corazón dispersos por el suelo.
-Yo había dado un rápido salto hacia atrás, como la gente que pierde un lente de contacto. Me puse de rodillas y le dije:
–Margarita, mi corazón, ayúdame a recoger los pedazos.
¿Qué hizo la hermosa Margarita? ¿Qué exactamente hizo esta mujer que semanas antes, mientras me abrazaba, me había susurrado al oído: “Sin tu amor soy un pájaro sin alas”?
Me cerró la puerta en la cara. Eso hizo.

Y ahí quedé de rodillas, en el suelo, frente a los pedazos dispersos de mi corazón destrozado. El espectáculo me impresionó de tal manera que aún lo llevo grabado en la memoria: sobre los escalones de mármol blanquísimo yacían los pedazos tintos y aún palpitantes de un corazón que, a pesar del maltrato recibido, todavía no se resignaba a perder el amor de Margarita.

Saqué mi pañuelo almidonado y lo abrí con cuidado sobre el mármol. Recogí cada trozo tibio con esmero, uno por uno. Lo pillaba entre el pulgar y el índice de mi mano derecha, la más diestra; lo llevaba hasta el montículo que empezaba a crecer en el centro del blanco pañuelo y lo soltaba. Así recogí todos los fragmentos, y al concluir mi labor la miré con orgullo y me dije: “He aquí los pedazos de mi corazón”. Envolví mi obra con el pañuelo, hice un pequeño nudo y me lo eché en el bolsillo del gabán.

No me atrevía a montarme en el carro. Estaba un poco mareado, me faltaba el aire, la cabeza la sentía muy liviana. De ocurrirme, en esas condiciones, un accidente, ¿cómo explicarles a los policías que no estaba borracho ni drogado sino que tenía el corazón hecho pedazos?

Toqué varias veces en la puerta de Margarita, quien había sido la mujer de mi vida hasta unos minutos antes, pero esa bestia –me cuesta usar la palabra, pero no hay otra– esa pájara ya estaba bajo la ducha o encerrada en su cuarto con la música a todo volumen. Ya se había olvidado de mí.
Comprendí lo serio de mi caso: era una verdadera emergencia. Por ello decidí buscar ayuda oficial. Saqué el celular del bolsillo de mi pantalón y marqué el 911.

–Emergencias médicas, diga.
–Necesito ayuda, por favor.
–¿Cuál es la emergencia?
–Tengo el corazón hecho pedazos –dije.
Nada, la imbécil me colgó el teléfono. Volví a marcar.

-Emergencias médicas, diga.
–Mire, es en serio. Necesito ayuda. Tengo el corazón hecho pedazos.
–Pues llame a Notiuno. Si vuelve a llamar, lo arrestamos.

Colgó de nuevo.
¿Qué hacer? Me senté en los fríos escalones de mármol blanco –tan gélidos como su dueña–, reflexioné unos minutos y volví a llamar al 911.
–Emergencias médicas, diga.
–Soy yo de nuevo, el del corazón hecho pedazos. Estoy en la avenida Ponce de León número 900. Manda a la policía porque te seguiré llamando toda la noche, puta.

A los diez minutos llegaron dos patrullas. De la segunda descendió un sargento delgado, de bigote fino, a quien se le notaba de lejos que era un hombre sensible. Quizás, en su tiempo libre, era poeta o compositor de baladas. Les pidió a los demás policías, de aspecto bastante violento, que aguardaran, y caminó sin prisa hasta el mármol en que yo esperaba sentado.

–Buenas noches –dijo. Su semblante era el de un hombre en paz consigo mismo.

–Sargento, gracias por venir.
–¿Cuál es el problema?
–Es que tengo el corazón hecho pedazos y no me atrevo a manejar el carro. Me falta el aire y estoy mareado.
–Señor, ¿no cree que estos asuntos se ventilan mejor con un amigo o sacerdote? El 911 es para emergencias médicas reales.
–Pero es que tengo el corazón hecho pedazos.
–Amigo –dijo el sargento, en tono paciente y comprensivo–, usted no es el primero que sufre una tragedia amorosa. Yo le juré a mi novia que si me abandonaba mi vida sería un continuo ir y venir, un perpetuo vagar sin sentido por el mundo, un purgatorio.
–¿Por eso es policía?
–Por eso. Y vago todo el día por la ciudad, aunque siempre tratando de ayudar a los que, como usted, sufren tragedias amorosas.
–Pero lo mío es más concreto, ¿no cree? Mire.

Saqué del bolsillo el pañuelo, lo abrí con cuidado y le mostré los pedazos de mi corazón. Al sargento se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Perdón, amigo, estuve ciego –dijo con un sollozo–. Es cierto: usted tiene el corazón hecho pedazos. Llamaremos una ambulancia de inmediato.

En menos de treinta minutos la ambulancia me dejó en la sala de emergencias del hospital. Los paramédicos habían colocado los pedazos de mi corazón en una neverita con hielo. El paramédico jefe, muy competente, quería llevarla en la falda, pero yo insistí en transportar mi propio corazón. Por pena, o tal vez porque en realidad no les importaba, me permitieron cargar la neverita.

En la sala de espera me sentaron al lado de una rubia treintona. El pelo lacio, partido a la mitad, le caía sobre los hombros. Llevaba una blusa rosada ceñida al cuerpo y sonreía con dulzura mientras leía una revista. Se notaba que era una mujer comprensiva.
Estuvimos unos minutos sin hablar. Yo no tenía ganas de hacerlo porque no es fácil terminar con un amor de quince meses. Todavía quería a Margarita, a pesar de que me había destrozado el corazón; cuando se sufre de amor no quedan muchas energías para hablar.
Pero la mujer soltó la revista de pronto, cruzó las piernas y se inclinó hacia mí:
–¿Cuál es tu signo? –preguntó.
–Qué importa –exclamé sorprendido.
–Importa mucho –aclaró–. ¿Qué tienes en esa neverita?
–El corazón, lo tengo hecho pedazos –dije–. ¿Y tú?
–Estoy a punto de volverme loca.
–¿Por qué?
–El bandido de mi novio me dejó. Yo se lo había dicho muchas veces: “Si algún día me dejas, el dolor me volverá loca”. Pero no me hizo caso, no le importó un ajo mi salud mental. Eso fue ayer. Hoy amanecí con mucho dolor. Pronto, en horas o tal vez minutos, es obvio que me volveré loca. Quizá tengan que atarme.

–¿Qué te recomiendan?
–Electrochoque. Terapia cognitiva-conductista. Pastillas. Meditación. Dieta macrobiótica vegetariana. Depende del psiquiatra. ¿Y a ti?
–Todavía no me ha visto el médico.
–Bueno, pero lo tuyo es sencillo. A mí me han roto el corazón muchas veces.
–¿Y cómo te curaste?
–El tiempo lo cura todo. Paciencia.

Cuatro meses después había empezado a acostumbrarme a la idea de vivir sin Margarita. Todavía la quería, pero me quedaba muy poquito amor. En escasas horas, tal vez en minutos, emitiría un último suspiro y la olvidaría para siempre. Pero debo admitir que, en cierto modo, soy rencoroso. Margarita ya me importaba poco, cierto, pero sentía ganas de vengarme, de hacerla sufrir como yo había sufrido. ¿Acaso es fácil vivir con el corazón hecho pedazos? ¿Es poca cosa?
Esa noche, pues, fui a la casa de Margarita. Aún tenía las llaves, las cuales esa engreída ni siquiera se había molestado en pedirme de vuelta. Probablemente había cambiado las cerraduras.

Pero no, era la misma. Pude abrir la puerta de la sala. Nadie. En la esquina de la derecha, como siempre, el cono de luz formado por la lámpara que acostumbra dejar prendida cuando está en el cuarto. Entré a la habitación. Nadie. Pero alguien se duchaba en el baño. Me acosté sobre la cama a esperar, con los brazos bajo la cabeza. Me sentía algo arrogante y supongo que mi semblante era el de un envanecido desdeñoso, carcomido por un terrible deseo de venganza. Ya me sentía casi libre de Margarita. Sólo me quedaban pocos minutos de amor y los dediqué a contemplar la decoración del cuarto. No quedaba nada mío: ni una foto, ni uno solo de mis regalos, como si yo no hubiera existido nunca.

Tras una larga espera, salió al fin del baño. Estaba desnuda y tan perfecta como siempre, pero no me afectó su presencia. Era claro que el amor se me escapaba de prisa. Me miró con gesto lacónico, sin expresión ni sorpresa.
–Olvidé pedirte la llave –dijo–. ¿Viniste a traerla?
–¿A qué? –dijo sin miedo. No estaba preocupada por mi presencia en la habitación. No se molestó en cubrir su relumbrante cuerpo desnudo. Así de poco me respetaba.
–Vine a decirte que me quedan poquitos segundos de amor por ti.
–¡Todavía te quedan! –soltó una carcajada–. Qué lento eres. De todos modos, ¿a mí qué me importa? Deja la llave y vete.
–Sé que no recuerdas lo que me prometiste. Yo mismo he olvidado mucho en estos meses. Pero hay una promesa tuya que no puedo olvidar. Me pareció linda en aquel entonces.
–¿Cuál?
–Me dijiste: “Sin tu amor soy un pájaro sin alas”.
–Pendejadas –dijo ella–. Ahora vete. Pronto vienen a buscarme.
–Antes escucha.
–¿Qué cosa? Hazme el favor y sal de mi casa.
–Espera... escucha... escucha bien...
–¿Qué dices?
–Silencio, ahora... ahora... oye.
–Tonto, qué...
–¡Calla, carajo! Escucha...

De golpe sentí como si una larga aguja me atravesara el pecho desde adentro, una afilada aguja que quería abrirse paso entre mi carne y salir a la libertad. Entonces lo vi. Primero se escuchó un tenue arpegio como de telenovelas: un “tlin tlin” agudo y sostenido. Luego un hilo rojo muy fino, casi invisible, comenzó a salir de mi pecho. Al contacto con el aire, se disolvía.

–¿Lo ves, Margarita? –dije calmado–. ¿Lo oyes...? Los últimos segundos de amor por ti. Salen lentos. Los siento salir. Salen. Ah..., se fueron. Míralos disolverse. Ya no te amo, Margarita. Ya-no-te-amo.

Esa noche envolví a Margarita con mi pañuelo y la coloqué en el bolsillo del gabán, donde había guardado los pedazos de mi corazón destrozado. En mi casa la metí en una caja de zapatos, a la que le hice agujeros pequeños para que respirara. Al día siguiente compré una jaula dorada para pájaros raros, con columpios, campanas y una bañerita. Por tratarse de Margarita, también compré muchos espejos. En el colmado adquirí alpiste, semillas de anís y galletitas. Coloqué la jaula en la pared de la izquierda de mi sala, al lado de la ventana.

Ahora, cuando recibo visitas, la espantosa pájara sin alas es siempre el centro de atención. La gente es cruel. Algunos han dicho que la criatura es un monstruo, un simulacro de pájaro, y que debería morir porque no tiene alas. Lo han dicho al frente mismo de Margarita, en su cara.
Otros visitantes –los amantes de los animales, los ecologistas, los vegetarianos– han llegado al indelicado descaro de preguntarme si fui yo quien le cortó las alas. Pero no me ofendo jamás. Comprendo que estas personas –dichosas, en verdad– nunca han sufrido: nunca han conocido, como yo, la perfecta congoja de aquel que está de rodillas, solo, desconsolado, en medio de blanquísimos escalones de mármol frío... recogiendo uno por uno los tibios pedazos de un corazón destrozado.

Antoine de Saint-Exupéry,

Autor de EL PRINCIPITO, fue un aviador y literato francés ,vivió 44 años. Nació en Lyon, en 1900 y falleció en 1944.

Nunca se supo que ocurrió con él. Saint-Exupéry desapareció para siempre en una misión de reconocimiento, cuando sobrevolaba la Francia ocupada por los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Saint-Exupéry comenzó escribiendo en prosa lírica vivencias de carácter novelesco y, posteriormente, continuó con diarios, informes y cartas.

Sus textos son consecuencia de reflexiones profundas de índole humanista y de crítica a la cultura. Entre sus novelas sobresalen VUELO NOCTURNO y EL CORREO DEL SUR. Como diario dio vida a PILOTO DE GUERRA.

Pero su obra más famosa y por la que ha trascendido es EL PRINCIPITO, un cuento largo que en formato de libro ha batido récords de venta en el mundo y en todos los idiomas desde 1943, año en que se publicó por primera vez en francés.

EL PRINCIPITO es su obra cúlmine. En sus páginas se evocan -de manera sencilla y clara- los valores más arraigados y esenciales del humanismo, donde quedan de manifiesto la solidaridad, bondad, entereza, tenacidad, compañerismo y entusiasmo por el conocimiento.

El libro es un símbolo de búsqueda permanente del hombre, de aquellos principios que enriquecen el espíritu y que traen paz infinita al alma.

Para todos los niños,y los grandes,que aún guardamos la magia en nuestro corazón.....

El Principito

CAPITULO VI LA PUESTA DE SOL

¡Ah, principito!, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:

-Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol…

-Tendremos que esperar…

-¿Esperar qué?

-Que el sol se ponga.

Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:

-Siempre me creo que estoy en mi casa..

En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…

-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!

Y un poco más tarde añadiste:

-¿Sabes?… Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol.

-¿Estabas, pues, verdaderamente triste el dia de las cuarenta y tres veces?

El principito no respondió.

CAPÍTULO XXVII……..LA DESPEDIDA

Y ahora, por cierto, ya pasaron seis años... Nunca he contado esta historia todavía. Los camaradas que me volvieron a ver se pusieron muy contentos de encontrarme vivo. Yo estaba triste pero les decía: es el cansancio...

Ahora me he consolado un poco. Es decir... no totalmente. Pero sé que él regresó a su planeta, porque cuando salió el sol no encontré su cuerpo. No era un cuerpo tan pesado... Y me gusta por la noche escuchar a las estrellas. Son como quinientos millones de cascabeles...

Pero he aquí que sucede algo extraordinario. Al bozal que le dibujé al principito, me olvidé de agregarle la correa de cuero ! Nunca habrá podido colocárselo al cordero. Entonces me pregunto: "Qué es lo que sucedió en su planeta ? Posiblemente el cordero se haya comido la flor..."

A veces me digo: "Seguramente que no ! El principito guarda su flor todas las noches bajo su globo de vidrio y vigila bien a su cordero..." Entonces me pongo contento. Y todas las estrellas ríen en voz baja.

Otras veces me digo: "Uno puede distraerse en cualquier momento, y con eso basta ! Se olvidó alguna vez el globo de vidrio, o bien el cordero salió sin hacer ruido durante la noche..." Entonces los cascabeles se convierten todos en lágrimas !...

Ése es un gran misterio. Tanto para ustedes que aman también al principito como para mí, nada en el universo es parecido si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido o no una rosa...

Miren el cielo. Pregúntense: el cordero se comió o no a la flor ? Y verán como cambia todo...

Y ningún adulto comprenderá jamás la importancia que esto tiene !

Éste es para mí el más bello y el más triste paisaje del mundo. Es el mismo paisaje de la página anterior, pero lo dibujé una vez más para mostrárselos bien. Es acá que el principito apareció en la tierra, y luego desapareció.

Miren con atención este paisaje para estar seguros de reconocerlo, si viajan algún día por el desierto de África. Y si llegan a pasar por allí, les suplico que no se apuren y que esperen un poco, justo bajo la estrella ! Si entonces se les aproxima un niño, si ríe, si tiene cabellos dorados, si no responde cuando se lo interroga, podrán adivinar de quién se trata. Entonces, sean amables ! No me dejen tan triste: escríbanme pronto que ha regresado...


ADELA FERNANDEZ


Nació en Ciudad de México El 6 de dicienbre de 1942 Hija del famoso cineasta Emilio "El Indio" Fernández

Escritora, guionista de cine y teatro, cineasta, su infancia se desarrolló dentro del ambiente cinematográfico.

Nómada en permanente búsqueda, viajó por casi toda la República Mexicana participando de la vida campesina en la siembra de jitomate (tomate), sandía y cortando caña en la zona azucarera. Trabajó con pescadores de mar, en las minas del Rosario y con artistas trashumantes. Vivió en los Valles del Mesquital, una de las zonas más áridas de México.

Escribió y dirigió numerosos monólogos teatrales y un argumento para el cine (prohibido por la censura de su país. : LA TIERRA DE JOCortometrajes: Claroscuro.Cotidiano Surrealismo Obras de Teatro: La prodigiosa,La tercera soledad.Novelas : Sebastiana (1975),Las lamentaciones de Herodes (1975).Cuentos: EL PERRO ( Edic. El hábito por la rosa - 1975), DE ESTOS DIAS (Antología - La paz del fuego - UAM - 1981),entre otros
En sus textos, lo amargo y la ternura parecen enfrentados; sin embargo, la ternura se expone - como en la vida, mal que nos cueste - al oído atento, a quien descubra en la metáfora la intencionalidad y no el mero sonar de palabras bien colocadas.

LA QUEMAZON

Cuando entré a avisarle a mi padre que lo buscaban, estaba ahí, junto al fuego, masticando brasas y cantando para agradecer a los dioses los dones poseídos. Interrumpí su canto para decirle que urgentemente necesitaban de su ayuda. Un niño de Chenalhó venía a buscarlo porque su hermano, el más pequeño, estaba enfermo. Tras besar la tierra, que es la manera en que se saluda a un brujo cuando uno va pedirle que intervenga en una curación, le contó que al principio creyeron que el niño se había enfermado por los pecados de su madre. Pero ella, para aliviarlo, ya había comido su propio excremento como se debe hacer en estos casos y aún así el mal no se alejaba. Entonces fue cuando pensaron que no se trataba de los pecados ( que recaen en los niños inocentes para ser purgados por medio de las enfermedades, el dolor o incluso la muerte) sino que tal vez unTi 'bal le había devorado el alma.

Los que tienen el alma fría nada pueden hacer para defenderse de los aires nefastos que vomita la boca del infierno; ni de los Ti 'bales, espíritus que se alimentan del alma dejando a la gente muerta a medias.

Mi padre tiene el alma cálida, protegida por el Señor Sol. Con el fuego que lleva dentro tiene la fuerza suficiente para hacer el bien o el mal. Cuando la mujer de su hermano se metió con otro hombre, mi padre la desnudó y le echó su vaho por todo el cuerpo. Con sólo hacer eso ella ardió y ahora anda toda chamuscada. También lo he visto recobrar las almas. Se pone una máscara con la que invoca al aire, reza la misma palabra con insistencia hasta que se escucha un zumbido. Entonces atrapa en el aire el alma que anda en el aire. El alma es una serpiente tan delgada como un hilo, y cuando mi padre la devuelve al cuerpo del desposeído ésta le entra por la boca con la rapidez del aire.

Se puso su máscara y rezó con insistencia, pero esta vez el aire no trajo nada. Por eso decidió ir a ver al enfermo y partimos a Chenalhó.

Caminamos todo el día y sólo nos detuvimos a beber en el ocaso, cuando el sol se convierte en águila que cae a las entrañas de la tierra. A esta hora, mi padre siempre tiene convulsiones y emite sonidos de águila. Una vez que se calma, come tierra y reza.

Era ya de noche cuando estábamos próximos a llegar al pueblo. Había algo inquietante en el aire y se escuchaba a lo lejos un bullicio como de fiesta o de riña. De entre los árboles salió mucha gente con palos y piedras que gritaban " muerte al brujo". A sus gritos, vinieron otros con antorchas. El niño que fingió necesitar ayuda y nos hizo venir hasta Chenalhó, se fue corriendo. Me sorprendió que mi padre, que todo lo adivina, no hubiera advertido el engaño.

Los de Chenalhó, motivados por el cura, con astucias hicieron venir a los brujos de la región para darles muerte. Nos apedrearon y a empujones nos llevaron al pueblo

El aire traía muchos gritos de otras partes, y en distintos sitios, por entre los árboles, se veía correr la lumbre de las antorchas de aquellos que perseguían a mansalva a los brujos que trataban de escapar. En el centro de la plaza había una hoguera. Vi que entre muchos hombres iban arrastrando a uno al que querían arrojar al fuego, pero el brujo se convirtió en serpiente, se escurrió entre los cuerpos y se metió en un hoyo. Otro hombre, al que también jaloneaban con el mismo propósito, se convirtió en venado y tras patear a algunos salió corriendo. Fue flechado por un joven y entonces se convirtió en águila; desde el cielo se sacudió la flecha, que cayó sobre el joven causándole la muerte.

Cuando vi todo esto ya no me importó ver cómo arrastraban a mi padre. A mí me soltaron cuando dijo que yo era de alma fría y a él lo llevaron hasta la hoguera. Con la cara arrastrándose en el suelo me gritaba que fuera a casa, pero yo estaba sin poder moverme, esperando su transformación. El se quedó hombre todo el tiempo y vi cómo lo echaron al fuego. Su cuerpo se retorció y se volvió cenizas.

Comprendí que mi padre no tenía los poderes suficientes para transformarse como los otros brujos, y lloré su muerte y más aún lloré su debilidad. Me quedé ahí en el pueblo viendo la quemazón. Pocos fueron los brujos que llegaron a quemar, y por cierto fueron los más ancianos, porque los otros se transformaron en animales y lograron huir.

De regreso a casa, durante la larga caminata, no pude quitarme de la mente la figura de mi padre retorciéndose en el fuego. Caminé con asco por aquel olor a hombres quemados, que tanto me penetró; caminé con tristeza y desilusión.

A llegar a la casa mi padre estaba ahí; sentado junto al fuego, masticando brasas y cantando.

Woody Allen

(Allen Stewart Konisberg) nació en el barrio neoyorkino de Brooklyn el 1 de diciembre de 1935. Martin, su padre, era joyero, aunque también tuvo que aceptar trabajos de camarero y de taxista durante la época de la recesión económica. Su madre se llamaba Nettea Cherry, y trabajaba de contable en una florería. En 1943 nació Letty, su hermana menor y su más ferviente admiradora.

Woody Allen se ha destacado por un humor satírico y corrosivo, casi letal. En uno de sus shows alguna vez contó que de joven no tenía demasiados amigos y que sus compañeros le llamaban Red, por el color de su pelo, cosa que no le hacía demasiada gracia

En un principio trabajó ofreciendo ideas a una empresa de publicidad y escribió "sketches" en TV con un típico humor judío. Su gestó más significativo consistió en no acudir a recoger el Oscar por "Annie Hall" pero ese día Allen estaba muy ocupado tocando el clarinete. Desde que en 1997 cerrase el Michael´s Pub donde Allen tocó durante 25 años, al banda de Allen (The Eddie Davis Band) toca en el Café Carlylel, en el hotel del mismo nombre . Allen toca todos los lunes por la noche y sólo falla por razones de rodaje o viaje. El precio de la entrada es de 45$ y suelen avisar si Allen no va a tocar esa noche.Cuando sólo tenía 16 años, mandó bajo el pseudónimo de Woody Allen (nombre a su parecer más comercial que Allen Konisberg ) gags propios a diferente períodicos. Después llegó un contrato con la David O. Alber Associates, una agencia de relaciones públicas que contaba entre sus clientes con Bob Hope o Sammy Kaye, al los que sería atribuida la autoría de los chiste que Allen entregase. Pero su verdadero primer salto se produco con su contrato con la NBC, bajo la tutela Abe Burrows, pariente de su madre, que coincidió con su despido de la agencia de relaciones. Así, que de la mano de la NBC, Woody Allen apareció por primera y prácticamente única ocasión en Hollywood, para intentar relanzar la Colgate Comedy Hour, un programa de humero que pese al apoyo de Allen, fracasó. Después de algunos meses en California, Woody Allen, regresó a Nueva York en donde continua su colaboración con programas televisivos, entre los que destacaron los que hizo para el show de Caesar, junto a otros grandes humoristas, y que le valió su primer premio, el "Sylvana Awar" en 1957, que despreció al igual que lo ha hecho con los demás que ha recibido durante su carrera. Empezó a publicar sus historias en el New Yorker, y más tarde en otras publicaciones. Por fin, y tras una actuación en el local Blue Angel, le ofrecieron la oportunidad de hacer el guión de una película, el aceptó a cambio de 35.000 dólares y de un papel como actor. La película se llamó "What´s new, Pussy Cat?".Bajito, feo y cinéfilo Woody Allen toma a Bogart como modelo ideal para superar sus complejos y conquistar a las mujeres.Woody tiene dos ex esposas: Harlenne Rosen (marzo de 1956-1962) y Louise Lasser (2 de febrero de 1966-1969) que apareció en "Toma el dinero y corre". Antes que Mia Farrow hubo varias mujeres en su vida entre las que se encuentra Diane Keaton (cuando ya estaba divorciado) en el rodaje de "Sueños de un seductor", luego vino Mariel Hemingway, a la que conquistó en "Manhattan" y Charlote Rampling en "Stardust Memories". Después, Mia Farrow fue la protagonista de todas sus películas. Su origen judío marca su mentalidad y su humero y ni siquiera su afición al clarinete le salva del diván psicoanalista: su último refugio.

Woody Allen ha colaborado con Alfonso Arau,Clive Donner,Gene Wilder,Jean-Luc Godard,John Huston,Martin Ritt,Martin Scorsese,Paul Mazursky,Robert Parrish,Senkichi Taniguechi

Parte De su Filmografía Medianoche París 2011, Conocerás al hombre de tus sueños 2010Vicky Cristina Barcelona 2008, Match point 200Un final made in Hollywood 2002Celebrity 1998Todos dicen I Love You 1996,Poderosa Afrodita 1995,Misterioso asesinato en Manhattan 1993, .Historias de Nueva York 1989,Días de radio 1987Hannah y sus hermanas 1986, La rosa púrpura de El Cairo 1985, Manhattan 1979, Sueños de un seductor 1972, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y nunca preguntó1972,entre otras.

DEL LIBRO CUENTOS SIN PLUMAS

PARA ACABAR CON INGMAR BERMAN EL SEPTIMO SELLO

El drama se desarrolla en el dormitorio de la casa de dos pisos de Nat Ackerman, en algún lugar de Kew Gardens, Nueva York. La habitación está enmoquetada. Hay una gran cama doble y un inmenso velador. La habitación está enmoquetada y acortinada de forma meticulosa y en las paredes hay varias pinturas y un barómetro no muy atractivo. Se oye una música suave cuando se levanta el telón. Nat Ackerman, un confeccionista de pret a porter de cincuenta y siete años, calvo, está sentado en la cama terminando de leer el Daily News. Lleva puestas una bata y zapatillas y lee a la luz de una lamparilla cogida con grampas al cabezal blanco de la cama. Es cerca de medianoche. De pronto, se oye un ruido, Nat se sienta y mira la ventana.)

NAT: ¿Qué diablos es eso?

(Trepando torpemente por la ventana, aparece una figura sombría y con capa. El intruso viste una capucha negra y ropa ajustada al cuerpo también de color negro. La capucha le cubre la cabeza, pero no la cara, que es de mediana edad y absolutamente blanca. De algún modo, tiene cierto parecido con Nat. Resopla sonoramente y luego, saltando por encima del marco de la ventana, se deja caer en la habitación.)

LA MUERTE: (porque de eso se trata): ¡Dios santo! Casi me rompo el cuello.

NAT: (observando perplejo): ¿Quién es usted?

LA MUERTE. La Muerte.

NAT: ¿Quién?

LA MUERTE: La Muerte. Escuche. ¿Puedo sentarme? Casi me rompo el cuello. Estoy temblando como una hoja.

NAT: ¿Quién es usted?

LA MUERTE: La Muerte. ¿No tendría un vaso de agua?

NAT: ¿La muerte? ¿Qué quiere decir... La Muerte?

LA MUERTE: ¿Qué diablos le pasa? ¿No ve mi traje negro y mi rostro blanco?

NAT: Sí.

LA MUERTE: ¿Y le parece que puedo ser Pinocho?

NAT: No.

LA MUERTE: Entonces soy La Muerte. Ahora bien, ¿Podría darme un vaso de agua… o un agua tónica?

NAT: Si se trata de una broma…

LA MUERTE: ¿Qué clase de broma? ¿Tiene cincuenta y siete años? ¿Nat Ackerman? ¿Calle Pacific 118? A menos que me haya equivocado…¿dónde habré dejado el papel?

(Se revisa los bolsillos hasta que saca una tarjeta con una dirección. La verifica.)

NAT: ¿Qué quiere de mí?

LA MUERTE: ¿Qué qué quiero? ¿Qué le parece que quiero?

NAT: Debe estar bromeando. Estoy en perfecto estado de salud.

LA MUERTE: (sin dejarse impresionar): Uh, uh. (Mira en derredor) Es un hermoso lugar. ¿Lo hizo usted mismo?

NAT: Tuvimos una decoradora, pero yo la ayudé.

LA MUERTE: (mirando una foto en la pared): Me encantan esos chicos de ojos grandes.

NAT: No quiero irme todavía.

LA MUERTE:¿Usted no quiere irse? Por favor no empecemos. No empeore las cosas, la ascensión me ha mareado.

NAT: ¿Qué ascensión?

LA MUERTE: Subí por la tubería del desagüe. Quería hacer una entrada dramática. Vi. las ventanas abiertas y pensé que usted estaría despierto leyendo. Imaginé que sería divertido subir y entrar así, por las buenas, ya sabe… (chasquea los dedos). Pero me enganché el tacón en una enredadera, se rompió la tubería y me quedé colgado por un pelo. Después se me rasgó la capa. Mire, mejor vámonos de una vez. Ha sido una noche terrible.

NAT: ¿Así que, además, me ha roto la tubería del desagüe?

LA MUERTE: Bueno roto, no, sólo un poco torcido. ¿No oyó nada? Me pegué un porrazo en el suelo.

NAT: Estaba leyendo.

LA MUERTE: Entonces debería estar muy concentrado. (Hojea el periódico que leía Nat.) “Colegialas sorprendidas en una orgía de marihuana”. ¿Me lo presta?

NAT: Aún no he terminado.

LA MUERTE: Bueno…no sé cómo decírselo amigo, pero…

NAT: ¿Por qué no tocó el timbre abajo?

LA MUERTE: ¿Y qué, si no, estoy tratando de explicarle?

Podría haberlo hecho, pero ¿qué impresión le habría causado? Así queda más dramático. Pasa algo. ¿Ha leído Fausto?

NAT: ¿Qué?

LA MUERTE: ¿Y qué habría ocurrido si hubiera estado acompañado?

Estaría sentado, ahí con gente importante. Llego yo, La Muerte. ¿Qué le parece mejor? ¿Qué toque el timbre o aparezca de pronto? ¿En qué está pensando, hombre?

NAT: Escuche, señor, es muy tarde.

LA MUERTE: Tiene razón. Bueno, ¿vamos?

NAT: ¿Adónde?

LA MUERTE: La Muerte. Eso. La cosa. Los Felices Campos de Caza. (Se mira la rodilla) ¿Sabe?, es una herida bastante profunda. Mi primer trabajo y puede que coja una gangrena.

NAT: Espere un minuto. Necesito tiempo. No estoy listo para ir.

LA MUERTE: Lo lamento mucho. No puedo hacer nada por usted. Me gustaría, pero ha llegado la hora.

NAT: ¿Cómo puede haber llegado la hora? ¡Si acabo de asociarme con Original Pret a porter!

LA MUERTE: ¿Qué diferencia hay entre un par de billetes más o un par de billetes menos?

NAT: ¡Claro! A usted ¿qué le importa? Debe tener todos los gastos pagados.

LA MUERTE: ¿Quiere venir conmigo ahora?

NAT: (estudiándolo): Perdone, pero no puedo creer que sea usted La Muerte.

LA MUERTE: ¿Por qué? ¿Qué esperaba?… ¿Rock Hudson?

NAT: No, no se trata de eso.

LA MUERTE: Siento mucho haberlo desilusionado, pero, oiga usted…

NAT: No se enfade. No sé; siempre pensé que usted sería…eh un poco más alto.

LA MUERTE: Mido un metro setenta. Es normal para mi peso.

NAT: Se parece algo a mí.

LA MUERTE: ¿Y a quién tendría que parecerme? Al fin y al cabo soy su Muerte.

NAT: Deme un poco de tiempo. Un día más. Veinticuatro horas.

LA MUERTE: ¿Para qué las necesita? La radio dijo que mañana lloverá.

NAT: ¿No podríamos llegar a un acuerdo?

LA MUERTE: ¿Como cuál?

NAT: ¿Juega al ajedrez?

LA MUERTE: No.

NAT: Una vez vi una foto suya jugando al ajedrez.

LA MUERTE: No podría ser yo porque no juego al ajedrez. Gin rummy, quizás.

NAT: ¿Juega al gin rummy?

LA MUERTE: ¿Si juego al gin rummy? ¿Juega McEnroe al tenis?

NAT: Es muy bueno, ¿no?

LA MUERTE: Muy bueno.

NAT: Le diré lo que haré…

LA MUERTE: No quiera llegar a ningún acuerdo conmigo.

NAT: Le reto al gin rummy. Si gana usted, me voy enseguida. Si gano yo, me da un poco más de tiempo. Un poquitín...un día más.

LA MUERTE: ¿Y quién tiene tiempo para jugar al rummy?

NAT: Vamos, vamos. Dice que es tan bueno..

LA MUERTE: Aunque me gustaría hacer una partidita…

NAT: Vamos, pórtese como un caballero. Juguemos media hora.

LA MUERTE: En realidad, no debería…

NAT: Aquí mismo tengo las cartas. No se ahogue en un vaso de agua. Vamos.

LA MUERTE: De acuerdo, empecemos. Juguemos un poco, Me relajará.

NAT: (tomando las cartas, una hoja para anotar, un lápiz): No se arrepentirá.

LA MUERTE: No me dore la píldora. Vamos a las cartas, deme un agua tónica y algo de picar. ¡Vaya! Aparece un desconocido en su casa y usted no tiene ni patatas fritas para ofrecerle.

NAT: Abajo hay galletas en un plato.

LA MUERTE. ¿Galletas? Y si viene el presidente, ¿qué?¿También le daría galletas?

NAT: Usted no es el presidente.

LA MUERTE: Dé las cartas.

(Nat da y sirve un cinco)

NAT: ¿Quiere jugar a una décima de centavo para hacerlo más interesante?

LA MUERTE: ¿No le parece aún lo suficientemente interesante para usted?

NAT: Juego mejor si hay dinero de por medio.

LA MUERTE: Lo que usted diga, Newt.

NAT: Nat. Nat Ackerman. ¿No sabe mi nombre?

LA MUERTE: Newt, Nat... ¡tengo tanta jaqueca!

NAT: ¿Quiere ese cinco?

LA MUERTE: No.

NAT: Entonces, recoja.

LA MUERTE: (mirando sus cartas mientras recoge): Dios santo, no conseguí nada.

NAT: ¿A qué se parece?

LA MUERTE: ¿A qué se parece qué?

( A lo largo de la siguiente conversación, cogen y abren cartas)

NAT: La Muerte.

LA MUERTE: ¿Cómo tendría que ser? Usted abrió allí.

NAT: ¿Hay algo después?

LA MUERTE: Aaaahhh, se está guardando los dos.

NAT: Le estoy preguntando. ¿Hay algo después?

LA MUERTE: (con aire ausente): Ya verá.

NAT: Ah, entonces ¿voy a ver algo?

LA MUERTE: Pues, quizá no tendría que habérselo dicho de ese modo. Descarte.

NAT: No suelta usted prenda. ¿eh?

LA MUERTE: Estoy jugando a las cartas.

NAT: Pues bien, juegue.

LA MUERTE: Mientras tanto, le estoy regalando una carta tras otra.

NAT: No mire el mazo.

LA MUERTE: No estoy mirando. Lo estoy poniendo recto. ¿Cuál es la carta para cerrar?

NAT: ¿Ya está listo para cerrar?

LA MUERTE: ¿Quién dijo que estaba listo para cerrar? Lo único que pregunté es con qué carta se cierra.

NAT: Y lo único que yo pregunto es si debo esperar algo después.

LA MUERTE: Juegue.

NAT: ¿No puede decirme nada? ¿A dónde vamos?

LA MUERTE: ¿Nosotros? Para decirle la verdad, usted tropezará en un montón de pliegues en el suelo y se caerá.

NAT: ¡Oh, no quiero verlo!¿Me va a doler?

LA MUERTE: Un par de segundos.

NAT: Extraordinario. (Suspira) Lo que me faltaba. Un hombre acaba de asociarse con Original Pret a porter y...

LA MUERTE: ¿Qué tal con cuatro puntos?

NAT: ¿Cierra y se va?

LA MUERTE: ¿Son buenos cuatro puntos?

NAT: No, yo tengo dos.

LA MUERTE: Está bromeando.

NAT: No, usted pierde.

LA MUERTE: ¡Dios santo! Y pensar que creía estar guardando los seis.

NAT: No, su turno. Veinte puntos y dos cajas. Dé. (La muerte da las cartas) Debo caerme al suelo ¿eh?¿No puedo estar de pie encima del sofá cuando suceda?

LA MUERTE: No; juegue.

NAT: ¿Por qué no?

LA MUERTE: ¡Porque todo el mundo se cae al suelo! Déjeme en paz. Estoy tratando de concentrarme.

NAT: ¡Porque tiene que ser al suelo! ¡Es lo único que digo! ¿Por qué demonios no puedo estar al lado de un sofá cuando suceda?

LA MUERTE: Haré lo que pueda. ¿Quiere jugar, sí o no?

NAT: De eso estoy hablando. Usted me recuerda a Moe Lefkowitz. Tozudo como una mula.

LA MUERTE: ¿Que le recuerdo a Moe Lefkowitz? ¡Soy una de las figuras terroríficas que pueda imaginarse y al señor le recuerdo a Moe Lefkowitz! ¿Quién es? ¿Un peletero?

NAT: Ya le gustaría ser ese peletero. Gana ochenta mil dólares al año. Fabricante de pasamanos. Tiene su propia fábrica. Dos puntos.

LA MUERTE: ¿Qué?

NAT: Dos puntos. Voy ¿Qué tiene?

LA MUERTE: Tengo una mano como el resultado de un partido de baloncesto.

NAT: Y son espadas.

LA MUERTE: ¡Si no hablara tanto!

(Vuelven a dar y siguen el juego)

NAT: ¿Qué quiso decir cuando dijo que era su primer trabajo?

LA MUERTE: ¿Qué le parece?

NAT: ¿Quería decirme acaso… que antes de mí no ha muerto nadie?

LA MUERTE: Por supuesto que sí. Pero no lo llevé yo.

NAT: Entonces ¿quién lo hizo?

LA MUERTE: Los otros.

NAT: ¿Hay otros?

LA MUERTE: Claro. Cada uno tiene su forma personal de irse.

NAT: No lo sabía.

LA MUERTE: ¿Por qué habría de saberlo?¿Quién se cree que es al fin y al cabo?

NAT: ¿Qué pretende decir con eso de quién me creo que soy?¿Acaso soy un Don Nadie?

LA MUERTE: Nadie, no. Es un confeccionista de pret-a porter. ¿De dónde va a sacar un conocimiento de los misterios eternos?

NAT: ¿De qué está hablando? Yo gano mucha pasta. Envié a mis dos chicos a la universidad. Uno está en publicidad, el otro se casó. Tengo casa propia. Llevo un Chrysler. Mi mujer tiene lo que se le antoja. Criadas, abrigo de visón, vacaciones. En este momento está en Eden Roc. Cincuenta dólares al día sólo porque quiere estar cerca de su hermana. Tengo que reunirme con ella la semana que viene, entonces, ¿qué piensa que soy?¿Un tipo corriente?

LA MUERTE: Está bien. No sea tan quisquilloso.

NAT: ¿Quién es quisquilloso?

LA MUERTE: Yo también podría enfadarme porque me ha insultado.

NAT: ¿Quién lo ha insultado?

LA MUERTE: ¿No dijo que lo había desilusionado?

NAT: ¿Qué espera? ¿Pretende que tire la casa por la ventana?

LA MUERTE: No estoy hablando de eso. Quiero decir, yo personalmente, que soy demasiado bajo, que soy eso, que soy lo otro.

NAT: Dije que se parecía a mí. Es como un reflejo.

LA MUERTE: Ok, está bien, corte, corte.

(Continúan jugando, mientras sube el volumen de la música y se van apagando las luces hasta la oscuridad total. Las luces vuelven a encenderse lentamente; ha pasado el tiempo y se ha terminado la partida. Nat cuenta los puntos.

NAT: Sesenta y ocho... ciento cincuenta... Bueno ha perdido.

LA MUERTE: (mirando, abatido, los naipes): Sabía que no debía haber tirado ese nueve. ¡Mierda!

NAT: Entonces lo veo mañana.

LA MUERTE: ¿Qué significa eso de que me ve mañana?

NAT: Me gané un día extra. Ahora déjeme.

LA MUERTE: ¿Habla en serio?

NAT: Un trato es un trato.

LA MUERTE: Sí, pero…

NAT: No me venga con “peros”. Le gané las veinticuatro horas. Vuelva mañana.

LA MUERTE: No sabía que jugábamos por tiempo.

NAT: Lo siento mucho. Tendría que prestar más atención.

LA MUERTE: ¿Y ahora qué voy a hacer durante veinticuatro horas?

NAT: A mí ¿qué me importa? El asunto es que le gané un día extra.

LA MUERTE: ¿Qué quiere que haga? ¿Qué camine por las calles?

NAT: Métase en un hotel, váyase al cine. Tome un schvitz !No haga de eso un asunto de Estado!

LA MUERTE: A lo mejor se ha equivocado al contar.

NAT: No sólo no me he equivocado, sino que me debe, además, veintiocho dólares.

LA MUERTE: ¿Qué?

NAT: Así es amigo. Aquí está, léalo.

LA MUERTE (revisándose los bolsillos): Tengo unas cuantas monedas, pero no veintiocho dólares.

NAT: Le acepto un cheque.

LA MUERTE: ¿Un cheque? ¿En qué cuenta?

NAT: ¡Si todos fueran como usted!

LA MUERTE: Ponga un pleito, demándeme, haga lo que quiera. ¿Cómo voy a tener yo cuenta corriente?

NAT: Muy bien, muy bien. Deme lo que tenga y quedamos en paz.

LA MUERTE: Escuche, necesito ese dinero.

NAT: ¿Por qué va a necesitar dinero La Muerte? Cuénteselo a su tía.

LA MUERTE: No haga bromitas. Está a punto de ir al Más Allá.

NAT: ¿Y qué?

LA MUERTE: ¿Cómo y qué? ¿Sabe lo lejos que está?

NAT: ¿Y qué?

LA MUERTE: Y la gasolina ¿qué? ¿Y el peaje?

NAT: ¿Con que vamos en coche?

LA MUERTE: Ya verá. (Agitado) Mire, vuelvo mañana y me da otra oportunidad para recuperar mi pasta, ¿eh? De lo contrario, tendrá problemas.

NAT: Como quiera. Es muy posible que gane una semana extra o un mes. Quizá un año..De modo que juega…

LA MUERTE: Mientras tanto, me he quedado sin un centavo.

NAT: ¡Hasta mañana!

LA MUERTE (empujado hacia la puerta): ¿Dónde hay un buen hotel? ¿Qué hablo de hoteles si no tengo un céntimo? Iré a sentarme en una confitería. (Recoge elNews .)

NAT: Eh, deje eso. Es mi diario.(Se lo quita)

LA MUERTE (yéndose): ¡Y pensar que pude agarrarlo y llevármelo sin problemas! ¿Por qué me dejé enrollar con el rummy?

NAT (llamándole): Y tenga cuidado al bajar.¡En uno de los escalones, la alfombra está suelta!

(Y, al instante, se oye una gran estruendo y el sonido de alguien que cae. Nat suspira, luego se dirige a la mesita de noche y hace una llamada telefónica.)

NAT: ¿Hola, Moe? Yo. Escucha, no sé si alguien me ha hecho una broma o qué, pero La Muerte acaba de salir de aquí. Jugamos un poco al rummy. No, La Muerte. En persona. O alguien que afirma ser La Muerte. Peor, Moe, ¡es un schlep! ¡El rey de los huevones!

RAMON LAVAL

Funcionario de la Biblioteca Nacional por más de treinta años, de la cual llegó a ser subdirector, Ramón Laval (1862-1929) fue también uno de los folkloristas más importantes de principios del siglo XX, junto con Julio Vicuña Cifuentes y el erudito y lingüista alemán Rodolfo Lenz. Junto a ellos fundó la Sociedad del Folklore Chileno en 1909, que dos años después se fusionó con la recién creada Sociedad Chilena de Historia y Geografía. En su corta existencia, la Sociedad del Folklore Chileno agrupó a los principales estudiosos del género y publicó la primera revista especializada sobre el folklore nacional, ayudando a consolidar el estudio de las culturas populares en el país.
La obra de Ramón Laval destacó por el prolijo trabajo de campo que hizo en zonas rurales como Carahue, en el sur del país, y por la erudición con que comparó diferentes manifestaciones de la cultura popular con sus equivalentes europeos. Entre sus obras destacaron Del Latín en el folklore chileno (1910), Oraciones, ensalmos i conjuros (1910), Cuentos chilenos de nunca acabar (1910), Contribución al folklore de Carahue (1916), Tradiciones, leyendas y cuentos recogidos de la tradición oral de Carahue (1920), Paremiología chilena (1923), Cuentos populares en Chile (1923) y Cuentos de Pedro Urdemales (1925).

LAS TRES MENTIRAS

Cuentos Populares de Chile
Colección de Ramón A. Laval.

Un capesino, al morir, dejó por toda herencia a los tres hijos que tenía la cantidad de trescientos pesos. Los dos mayores que eran muy ambiciosos querían adueñarse de toda esa cantidad y a fin de quedarse con ella, propusieron al menor dejar enterrada la plata, y salir de viaje en busca de aventuras. El viaje duraría un año, y al término, el poseedor sería aquel que al volver contara la mentira más grande. Aceptada la proposición salieron a la aventura.
Al año justo se juntaron los tres hermanos en el mismo punto, en que habían enterrado el dinero y después de abrazarse, comenzaron a contar sus andanzas.
- Yo, dijo el mayor, he trabajado durante todo el año en una chacra. Y una vez planté una semilla de garbanzo, que creció tanto, que llegó hasta el cielo.
-¡Qué grande es esta mentira! - dijeron los otros dos -.
- Ahora dí la tuya, hermano- dijo el mayor al segundo de ellos-.
- Yo- dijo éste- estuve trabajando en una hilandería, y torcí en una ocasión un hilo tan largo, tan largo, que mientras yo lo tenía de una punta, la otra llegaba al cielo.
- Bien grande es esta mentira- dijeron los otros dos-. A ti hermanito te toca ahora, decir la tuya.
- Yo -dijo el menor- no trabajé en nada fijo, sino en lo que me tocaba, hacía de todo. Una noche que venía por un camino muy solo, me puse a torcer un cigarro, y cuando quise encenderlo, me encontré que no tenía fósforos, y mientras tanto, tenía muchas ganas de fumar... ¿Qué hice entonces ? Divisé una luz en la luna, y subí hasta ella a encender mi cigarro.
-Y...¿por dónde subiste?
-Y...¿por dónde bajaste?
-Por el garbanzo que tú plantaste.
La pequeña fortuna del padre le correspondió al hermano menor, que era el menos ambicioso, y que ni siquiera se había preocupado en todo el año en urdir una mentira.

DOMINGO........... LA VENTANA INDISCRETA

El cielo es gris,los edificios son grises,el viento es gris,el frío es gris,no hay un alma en la calle,el domingo reina soberano.El domingo no es un día de la semana,es un estado de ánimo,un ambiente.Creo que podría despertarme en medio de la oscuridad,sin saber el lugar ni el día y,sin embargo,sabría si es domingo a la tarde.El domingo a la mañana no es tan domingo.El domingo a la tarde sí lo es.Día de nada gris.La nada no tiene color,pero la nada domingo es nada gris.
Para caminar hace frío y ver gente que no va hacia ninguna parte me desorienta aún más.Podría visitar a alguien,pero seguramente estará durmiendo la siesta.que es otra nada dominguera.Dormir sin tener sueño es como vivir sin tener vida¿Y si me meto en el cine?Pero es distinto ir al cine a ver tal película que ver una película porque hay que meterse en el cine.Y la gente que va al cine los domingos no me gusta,e ir al cine sola tampoco y llamar a alguien para ir al cine un domingo es feo.Mejor ,e voy a casa y me pongo a leer.Pero es medio triste volver a casa sola un domingo tan temprano.Puedo escuchar música,poner en orden los placares.Pero ¿trabajar también en domingo?,con lo cansada que estoy....El domingo es para descansar,pero me cansa descansar los domingos.
Tendría que haber ido afuera de la ciudad,al campo o a una quinta.Pero no me fui.Estaba demasiado cansada para programar el fin de semana y este se me cayó de golpe,sin remedio.Bueno ,después de todo es un mal que dura poco,solo unas horas.Pero las horas forman los días,y los días forman los años y los años forman la vida y,¿desperdiciarla así, esperando que pase...?
Voy a pensar que es lunes y listo.Pero ese pensamiento no convence a nadie y menos a mí.Es domingo.Irremediable,interminable,indefinible e intransigente,incipiente e intermitente,insoluble e indiferente....
Domingo,dominius,dome,domi,domicilium,dominator,dominiorum,domito,
domus.Traducido:señor ,en casa,domicilio,dominador,tirano,dominar,casa.Toda una filosofía en esta traducción ¿no?De donde venia el maldito domingo...me quiere dominar,el señor ¿que señor?,un tirano,¿dominarme?,¿a mi?
Por suerte ,hablando del domingo se me pasó el domingo.A la tarde,que es domingo,domingo.Ahora soy libre(será cierto lo del tirano dominante..),puedo leer,caminar,escuchar música,cantar,vivir......


EL AGUILA REAL

El águila es una de las aves de mayor longevidad. Llega a vivir setenta años. Pero para llegar a esa edad, en su cuarta década tiene que tomar una seria y difícil decisión.

A los cuarenta años, sus uñas se vuelven tan largas y flexibles que no puede sujetar a las presas de las cuales se alimenta. El pico, alargado y puntiagudo, se curva demasiado apuntando contra el pecho y ya no le sirve. Sus alas están envejecidas y pesadas en función del gran tamaño de sus plumas, y para entonces, volar se le hace muy difícil.

En ese momento, sólo tiene dos alternativas: abandonarse y morir, o enfrentarse a un doloroso proceso de renovación que le llevará aproximadamente 150 días (5 meses).

Este proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, en un nido cercano a un paredón, donde no tenga la necesidad de volar y sentirse seguro.

Entonces, una vez encontrado el lugar adecuado. El águila comienza a golpear con su pico en la pared con mucha fuerza hasta conseguir arrancárselo. Después esperara el crecimiento de un nuevo pico, con el que se desprenderá una a una sus viejas uñas. Cuando las nuevas garras comienzan a nacer, comenzará a desgarrarse sus desgastadas plumas.

Y después de todos esos largos y dolorosos cinco meses de heridas, cicatrizaciones y crecimiento, logra realizar su famoso vuelo de renovación, renacimiento y festejo para vivir otros treinta años más.

Moraleja
(Lección o enseñanza que se deduce de un cuento, fábula, ejemplo, anécdota, etc.)

En nuestra vida para continuar un vuelo de victoria muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación.

Debemos desprendernos de costumbres, tradiciones y recuerdos cuyo peso nos impiden avanzar. Solamente libres del pasado podremos aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre nos trae.

Renovarse por dentro implica poner orden en el mundo mental, desechando los recuerdos de acontecimientos frustrantes o dolorosos para quedarnos solo con la experiencia de lo que aprendimos.

Para poner en orden, para renovarnos y alzar vuelo, hay que conocernos, saber quienes somos, cuales son nuestras potencialidades y a donde queremos llegar.

No hay necesidad de adaptarse al problema; existe la posibilidad de librarse de el. Pero el camino es un poco difícil, el camino es un desafió. Es una elección tuya.

Sigamos la ruta de las águilas, Siempre hacia arriba, Siempre hacia delante.

Referencias

Jaume Soler y M. Merce Conangla. Aplicate el Cuento: Relatos, Cuentos y Anecdotas de Ecología Emocional para una Vida Inteligente y Equilibrada. Amat, 2004


Si puedes mantener intacta tu firmeza
cuando todos vacilan a tu alrededor
Si cuando todos dudan, fías en tu valor
y al mismo tiempo sabes exaltar su flaqueza

Si sabes esperar y a tu afán poner brida
O blanco de mentiras esgrimir la verdad
O siendo odiado, al odio no le das cabida
y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad

Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey
Si piensas y el pensar no mengua tus ardores
Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley
y los tratas lo mismo como dos impostores.

Si puedes soportan que tu frase sincera
sea trampa de necios en boca de malvados.
O mirar hecha trizas tu adora quimera
y tornar a forjarla con útiles mellados.

Si todas tu ganancias poniendo en un montón
las arriesgas osado en un golpe de azar
y las pierdes, y luego con bravo corazón
sin hablar de tus perdidas, vuelves a comenzar.

Si puedes mantener en la ruda pelea
alerta el pensamiento y el músculo tirante
para emplearlo cuando en ti todo flaquea
menos la voluntad que te dice adelante.

Si entre la turba das a la virtud abrigo
Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo
Si marchando con reyes del orgullo has triunfado
Si eres bueno con todos pero no demasiado

Y si puedes llenar el preciso minuto
en sesenta segundos de un esfuerzo supremo
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita
y lo que es más serás hombre hijo mío....

LA LEYENDA DEL JACARANDA

En la provincia argentina de Corrientes nació esta leyenda en torno al jacarandá, árbol de bellas flores...

Cuando los españoles comenzaron a poblar Corrientes, trayendo consigo a sus familias, vino a habitar este suelo un caballero que traía consigo a su hija. Una bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, ojos azul oscuro y negra cabellera. Se instalaron en una zona no muy retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde los jesuitas cumplían su misión evangelizadora y civilizadora, enseñando no sólo el amor a Cristo sino también a cultivar la tierra a los guaraníes.
Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un mocetón
veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra con tesón, como queriendo arrancar de sus entrañas toda su riqueza y sus secretos.
Una tarde en que Pilar -la joven española- salió a caminar en compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté y fue verlo y prendarse de su apostura. El indio también la observó con disimulo al principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro cabello y el color de sus ojos.
El encuentro fue fugaz. Tan sólo intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que la joven desapareció entre unos arbustos. El indio buscó la forma de que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio, hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.
Pilar, entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen. No podía olvidar lo hermoso que le pareció con su torso desnudo, cubierto de gotas de sudor que le parecían chispas del sol que se le pegaban al cuerpo, al estar realizando su rudo trabajo.
No pasó mucho tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas fueron largas y profundas. Tan profundas que -sin palabras- se adentraron en el espíritu de ambos, mutuamente.
Mbareté pidió ál sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Y aprendió rápido todas aquellas palabras que le sirvieran para expresarle a
Pilar que la amaba desde el primer día en que se conocieron. Y buscó la forma de encontrarla a solas y poder hablarle. Y esa oportunidad la tuvo el día en que halló a la joven rodeada de indiecitos a quienes les enseñaba el catecismo. El joven se acercó al grupo y sin musitar palabra permaneció observándola hasta que los niños se fueron.
Entonces, Mbareté caminó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español -balbuceante, al principio- para confesarle su amor. Pilar se ruborizó, se sintió confundida, quiso ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo comprobar que era correspondido.
Los encuentros se repitieron. Mbareté le propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le habló de construir una choza, junto al río, para ella y allí unir sus vidas. Pilar aceptó y, cuando la choza estuvo concluida, amparándose en las sombras de una noche en que Yasy les brindó su complicidad, escapó con su amado.
A la mañana siguiente, el caballero español buscó infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de Mbareté y que éste también había
desaparecido.
Furioso, el padre convenció a varios compañeros para que lo ayudaran a
encontrar a la pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda. Pasaron varios días hasta que descubrieron la choza junto al río. Sigilosamente, tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a Mbareté en su canoa, con el producto de su pesca, y vieron también salir a Pilar a recibirlo.
El padre de la joven no resistió la visión de la tierna escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por su mente. Trató de evitarlo; de explicarle su actitud, pero el español siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por su propio padre. Al ver esto, Mba-reté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse. Fue entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se desplomó sobre el cuerpo de su amada.
El padre, dolorido e indignado, no se acercó siquiera a los cuerpos yacentes e instó a sus compañeros a volver a la reducción. Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse de su mente, y con las primeras luces del alba, inició el camino hacia el lugar donde tan tristemente terminara ese amor tan grande que motivó que los jóvenes se olvidaran de sus
diferencias de raza.
Cuando llegó a la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el
lugar donde la tarde anterior yaciera la pareja -sin que existiera ningún
rastro de la sangre allí derramada- se erguía un hermoso árbol de tronco
fuerte, cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la
brisa.
El hombre tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de su hija lo miraban desde todas y cada una de las azules flores del jacarandá. (*)

JORGE LUIS BORGES

Nació en Buenos Aires (Argentina) el 24 de agosto de 1899, siendo llamado Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Era hijo de Jorge Guillermo Borges, abogado y profesor de psicología, y de la traductora de inglés Leonor Acevedo Suárez.


Aprendió simultáneamente a hablar castellano e inglés, lo que le permitió traducir a Oscar Wilde, a la precoz edad de diez años.

Se inició en sus primeras letras en Argentina y continuó sus estudios en Suiza. Vivió temporalmente en España, donde se relacionó con escritores ultraístas (movimiento literario que propugnaba la ruptura con el pasado, y la expresión con abundancia de metáforas). Regresó a Argentina en 1921, participando en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas, como”Prisma” (1921-1922); “Proa” (1922-1926) y “Martín Fierro.”

A pesar de haberse educado en Europa, trató temas propios de su país natal, en poemarios como “Fervor de Buenos Aires” (1923); “Luna de enfrente” (1925) y “Cuaderno de San Martín” (1929). Además compuso letras de tangos y milongas.

Su obra, que incluye poesía, ensayo y narrativa, es de alto contenido metafísico, fantástico y subjetivo. No es de fácil comprensión para el lector, ya que sus escritos reflejan, según el propio Borges, “su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que llamamos filosofía, en forma de literatura”. En sus letras, se mezcla la realidad con la fantasía, teniendo como protagonistas principales a soldados, gauchos y figuras históricas. Su poesía, caracterizada por una sobrevaloración de la metáfora se expresa en “Discusión” (1932); “Poemas (1943); “Ficciones” (1944) y “El Aleph” (1949).

En cuanto a sus ideas políticas, se opuso al peronismo, al que calificó de dictatorial, lo que determinó que debiera abandonar su cargo en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en el que se desempeñó entre 1938 y 1947.

En 1950, es elegido presidente de la SADE, y un año después edita en México, en coautoría con Delia Ingenieros, “Antiguas Literaturas Germánicas”.

Alejado Perón del poder, pudo ocupar en 1955, el cargo de Director de la Biblioteca Nacional hasta 1973.

A partir de 1955 fue profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Buenos Aires, abandonando en esa época paulatinamente la poesía para escribir afamados cuentos.
De esta época datan “El hacedor” (1960), “El informe de Brodie” (1970), “El oro de los tigres” (1972), “El libro de arena” (1975) y “Libro de sueños” (1976).

A pesar de que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura, obtuvo importantes distinciones como el Premio Nacional de Literatura en 1957, el Internacional de Editores en 1961, el Formentor, que compartió con Samuel Beckett en 1969, el Cervantes, que le fuera otorgado junto a Gerardo Diego en 1979 y el Balzán en 1980. El gobierno español lo condecoró , en 1983, con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X, el Sabio.

Condenó severamente los horrores cometidos durante la dictadura militar, apoyando a las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, al firmar, en 1980, una solicitada en el diario “Clarín”, por los desaparecidos. Se opuso a la Guerra de Malvinas, a la que consideró un intento de los militares para perpetuarse en el poder.

Murió en Ginebra (Suiza), el 14 de junio de 1986, a causa de cáncer hepático. Estaba acompañado de su segunda esposa, María Kodama, con quien contrajo enlace casi en su lecho de muerte. Fue un símbolo de gratitud por haberlo cuidado en sus últimos años, en los que no podía valerse por sí mismo a causa de sus problemas generales de salud sumados a una ceguera progresiva que lo afectó desde su juventud.

Hombre de la esquina rosada

A Enrique Amorim

A mí, tan luego, hablarme del finado Francisco Real. Yo lo conocí, y eso que éstos no eran sus barrios porque él sabía tallar más bien por el Norte, por esos laos de la laguna de Guadalupe y la Batería. Arriba de tres veces no lo traté, y ésas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí a dormir en mi rancho y Rosendo Juárez dejó, para no volver, el Arroyo. A ustedes, claro que les falta la debida esperiencia para reconocer ése nombre, pero Rosendo Juárez el Pegador, era de los que pisaban más fuerte por Villa Santa Rita. Mozo acreditao para el cuchillo, era uno de los hombres de don Nicolás Paredes, que era uno de los hombres de Morel. Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también; nadie inoraba que estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita, sobre la melena grasienta; la suerte lo mimaba, como quien dice. Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo de escupir. Sin embargo, una noche nos ilustró la verdadera condición de Rosendo.
Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero insolente de ruedas coloradas, lleno hasta el tope de hombres, que iba a los barquinazos por esos callejones de barro duro, entre los hornos de ladrillos y los huecos, y dos de negro, dele guitarriar y aturdir, y el del pescante que les tiraba un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban al moro, y un emponchado iba silencioso en el medio, y ése era el Corralero de tantas mentas, y el hombre iba a peliar y a matar. La noche era una bendición de tan fresca; dos de ellos iban sobre la capota volcada, como si la soledá juera un corso. Ese jue el primer sucedido de tantos que hubo, pero recién después lo supimos. Los muchachos estábamos dende tempraño en el salón de Julia, que era un galpón de chapas de cinc, entre el camino de Gauna y el Maldonado. Era un local que usté lo divisaba de lejos, por la luz que mandaba a la redonda el farol sinvergüenza, y por el barullo también. La Julia, aunque de humilde color, era de lo más conciente y formal, así que no faltaban músicantes, güen beberaje y compañeras resistentes pal baile. Pero la Lujanera, que era la mujer de Rosendo, las sobraba lejos a todas. Se murió, señor, y digo que hay años en que ni pienso en ella, pero había que verla en sus días, con esos ojos. Verla, no daba sueño.
La caña, la milonga, el hembraje, una condescendiente mala palabra de boca de Rosendo, una palmada suya en el montón que yo trataba de sentir como una amistá: la cosa es que yo estaba lo más feliz. Me tocó una compañera muy seguidora, que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar. En esa diversión estaban los hombres, lo mismo que en un sueño, cuando de golpe me pareció crecida la música, y era que ya se entreveraba con ella la de los guitarreros del coche, cada vez más cercano. Después, la brisa que la trajo tiró por otro rumbo, y volví a atender a mi cuerpo y al de la compañera y a las conversaciones del baile. Al rato largo llamaron a la puerta con autoridá, un golpe y una voz. Enseguida un silencio general, una pechada poderosa a la puerta y el hombre estaba adentro. El hombre era parecido a la voz.
Para nosotros no era todavía Francisco Real, pero sí un tipo alto, fornido, trajeado enteramente de negro, y una chalina de un color como bayo, echada sobre el hombro. La cara recuerdo que era aindiada, esquinada.
Me golpeó la hoja de la puerta al abrirse. De puro atolondrado me le jui encima y le encajé la zurda en la facha, mientras con la derecha sacaba el cuchillo filoso que cargaba en la sisa del chaleco, junto al sobaco izquierdo. Poco iba a durarme la atropellada. El hombre, para afirmarse, estiró los brazos y me hizo a un lado, como despidiéndose de un estorbo. Me dejó agachado detrás, todavía con la mano abajo del saco, sobre el arma inservible. Siguió como si tal cosa, adelante. Siguió, siempre más alto que cualquiera de los que iba desapartando, siempre como sin ver. Los primeros -puro italianaje mirón- se abrieron como abanico, apurados. La cosa no duró. En el montón siguiente ya estaba el Inglés esperándolo, y antes de sentir en el hombro la mano del forastero, se le durmió con un planazo que tenía listo. Jue ver ese planazo y jue venírsele ya todos al humo. El establecimiento tenía más de muchas varas de fondo, y lo arriaron como un cristo, casi de punta a punta, a pechadas, a silbidos y a salivazos. Primero le tiraron trompadas, después, al ver que ni se atajaba los golpes, puras cachetadas a mano abierta o con el fleco inofensivo de las chalinas, como riéndose de él. También, como reservándolo pa Rosendo, que no se había movido para eso de la paré del fondo, en la que hacía espaldas, callado. Pitaba con apuro su cigarrillo, como si ya entendiera lo que vimos claro después. El Corralero fue empujado hasta él, firme y ensangrentado, con ése viento de chamuchina pifiadora detrás. Silbando, chicoteado, escupido, recién habló cuando se enfrentó con Rosendo. Entonces lo miró y se despejo la cara con el antebrazo y dijo estas cosas:
­Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero. Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano, porque lo que estoy buscando es un hombre. Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero, y de malo, y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe a mí, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista.
Dijo esas cosas y no le quitó los ojos de encima. Ahora le relucía un cuchillón en la mano derecha, que en fija lo había traído en la manga. Alrededor se habían ido abriendo los que empujaron, y todos los mirábamos a los dos, en un gran silencio. Hasta la jeta del mulato ciego que tocaba el violín, acataba ese rumbo.
En eso, oigo que se desplazaban atrás, y me veo en el marco de la puerta seis o siete hombres, que serían la barra del Corralero. El más viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó para quedarse como encandilado por tanto hembraje y tanta luz, y se descubrió con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar si el juego no era limpio.
¿Qué le pasaba mientras tanto a Rosendo, que no lo sacaba pisotiando a ese balaquero? Seguía callado, sin alzarle los ojos. El cigarro no sé si lo escupió o si se le cayó de la cara. Al fin pudo acertar con unas palabras, pero tan despacio que a los de la otra punta del salón no nos alcanzo lo que dijo. Volvió Francisco Real a desafiarlo y él a negarse. Entonces, el más muchacho de los forasteros silbó. La Lujanera lo miró aborreciéndolo y se abrió paso con la crencha en la espalda, entre el carreraje y las chinas, y se jue a su hombre y le metió la mano en el pecho y le sacó el cuchillo desenvainado y se lo dio con estas palabras:
­Rosendo, creo que lo estarás precisando.
A la altura del techo había una especie de ventana alargada que miraba al arroyo. Con las dos manos recibió Rosendo el cuchillo y lo filió como si no lo reconociera. Se empinó de golpe hacia atrás y voló el cuchillo derecho y fue a perderse ajuera, en el Maldonado. Yo sentí como un frío.
­De asco no te carneo: ­dijo el otro, y alzó, para castigarlo, la mano. Entonces la Lujanera se le prendió y le echó los brazos al cuello y lo miró con esos ojos y le dijo con ira:
­Dejalo a ése, que nos hizo creer que era un hombre.
Francisco Real se quedó perplejo un espacio y luego la abrazó como para siempre y les gritó a los musicantes que le metieran tango y milonga y a los demás de la diversión, que bailáramos. La milonga corrió como un incendio de punta a punta. Real bailaba muy grave, pero sin ninguna luz, ya pudiéndola. Llegaron a la puerta y grito:
­ ¡;Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida!
Dijo, y salieron sien con sien, como en la marejada del tango, como si los perdiera el tango.
Debí ponerme colorao de vergüenza. Di unas vueltitas con alguna mujer y la planté de golpe. Inventé que era por el calor y por la apretura y jui orillando la paré hasta salir. Linda la noche, ¿;para quien? A la vuelta del callejón estaba el placero, con el par de guitarras derechas en el asiento, como cristianos. Dentré a amargarme de que las descuidaran así, como si ni pa recoger changangos sirviéramos. Me dio coraje de sentir que no éramos naides. Un manotón a mi clavel de atrás de la oreja y lo tiré a un charquito y me quedé un espacio mirándolo, como para no pensar en más nada. Yo hubiera querido estar de una vez en el día siguiente, yo me quería salir de esa noche. En eso, me pegaron un codazo que jue casi un alivio. Era Rosendo, que se escurría solo del barrio.
­Vos siempre has de servir de estorbo, pendejo ­me rezongó al pasar, no sé si para desahogarse, o ajeno. Agarró el lado más oscuro, el del Maldonado; no lo volví a ver más.
Me quedé mirando esas cosas de toda la vida ­cielo hasta decir basta, el arroyo que se emperraba solo ahí abajo, un caballo dormido, el callejón de tierra, los hornos ­y pensé que yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las flores de sapo y las osamentas. ¿;Que iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos para el castigo, boca y atropellada no más? Sentí después que no, que el barrio cuanto más aporriao, más obligación de ser guapo.
¿;Basura? La milonga déle loquiar, y déle bochinchar en las casas, y traía olor a madreselvas el viento. Linda al ñudo la noche. Había de estrellas como para marearse mirándolas, una encima de otras. Yo forcejiaba por sentir que a mí no me representaba nada el asunto, pero la cobardía de Rosendo y el coraje insufrible del forastero no me querían dejar. Hasta de una mujer para esa noche se había podido aviar el hombre alto. Para esa y para muchas, pensé, y tal vez para todas, porque la Lujanera era cosa seria. Sabe Dios qué lado agarraron. Muy lejos no podían estar. A lo mejor ya se estaban empleando los dos, en cualesquier cuneta.
Cuando alcancé a volver, seguía como si tal cosa el bailongo.
Haciéndome el chiquito, me entreveré en el montón, y vi que alguno de los nuestros había rajado y que los norteros tangueaban junto con los demás. Codazos y encontrones no había, pero si recelo y decencia. La música parecía dormilona, las mujeres que tangueaban con los del Norte, no decían esta boca es mía.
Yo esperaba algo, pero no lo que sucedió.
Ajuera oímos una mujer que lloraba y después la voz que ya conocíamos, pero serena, casi demasiado serena, como si ya no juera de alguien, diciéndole:
­Entrá, m'hija­y luego otro llanto. Luego la voz como si empezara a desesperarse.
­¡;Abrí te digo, abrí gaucha arrastrada, abrí, perra! ­se abrió en eso la puerta tembleque, y entró la Lujanera, sola. Entró mandada, como si viniera arreándola alguno.
­La está mandando un ánima ­dijo el Inglés.
­Un muerto, amigo ­dijo entonces el Corralero. El rostro era como de borracho. Entró, y en la cancha que le abrimos todos, como antes, dio unos pasos marcados ­alto, sin ver ­ y se fue al suelo de una vez, como poste. Uno de los que vinieron con él, lo acostó de espaldas y le acomodó el ponchito de almohada. Esos ausilios lo ensuciaron de sangre. Vimos entonces que traiba una herida juerte en el pecho; la sangre le encharcaba y ennegrecía un lengue punzó que antes no le oservé, porque lo tapó la chalina. Para la primera cura, una de las mujeres trujo caña y unos trapos quemados. El hombre no estaba para esplicar. La Lujanera lo miraba como perdida, con los brazos colgando. Todos estaban preguntándose con la cara y ella consiguió hablar. Dijo que luego de salir con el Corralero, se jueron a un campito, y que en eso cae un desconocido y lo llama como desesperado a pelear y le infiere esa puñalada y que ella jura que no sabe quién es y que no es Rosendo. ¿Quién le iba a creer?
El hombre a nuestros pies se moría. Yo pensé que no le había temblado el pulso al que lo arregló. El hombre, sin embargo, era duro. Cuando golpeó, la Julia había estao cebando unos mates y el mate dio la vuelta redonda y volvió a mi mano, antes que falleciera. "Tápenme la cara", dijo despacio, cuando no pudo más. Sólo le quedaba el orgullo y no iba a consentir que le curiosearan los visajes de la agonía. Alguien le puso encima el chambergo negro, que era de copa altísima. Se murió abajo del chambergo, sin queja. Cuando el pecho acostado dejó de subir y bajar, se animaron a descubrirlo. Tenía ese aire fatigado de los difuntos; era de los hombres de más coraje que hubo en aquel entonces, dende la Batería hasta el Sur; en cuanto lo supe muerto y sin habla, le perdí el odio.
­Para morir no se precisa más que estar vivo ­dijo una del montón, y otra, pensativa también:
­Tanta soberbia el hombre, y no sirve más que pa juntar moscas.
Entonces los norteros jueron diciéndose una cosa despacio y dos a un tiempo la repitieron juerte después.
­Lo mató la mujer.
Uno le grito en la cara si era ella, y todos la cercaron. Ya me olvidé que tenía que prudenciar y me les atravesé como luz. De atolondrado, casi pelo el fiyingo. Sentí que muchos me miraban, para no decir todos. Dije como con sorna:
­Fijensén en las manos de esa mujer. ¿Que pulso ni que corazón va a tener para clavar una puñalada?
Añadí, medio desganado de guapo:

­¿Quién iba a soñar que el finao, que asegún dicen, era malo en su barrio, juera a concluir de una manera tan bruta y en un lugar tan enteramente muerto como éste, ande no pasa nada, cuando no cae alguno de ajuera para distrairnos y queda para la escupida después?
El cuero no le pidió biaba a ninguno.
En eso iba creciendo en la soledá un ruido de jinetes. Era la policía. Quien más, quien menos, todos tendrían su razón para no buscar ese trato, porque determinaron que lo mejor era traspasar el muerto al arroyo. Recordarán ustedes aquella ventana alargada por la que pasó en un brillo el puñal. Por ahí paso después el hombre de negro. Lo levantaron entre muchos y de cuantos centavos y cuanta zoncera tenía lo aligeraron esas manos y alguno le hachó un dedo para refalarle el anillo. Aprovechadores, señor, que así se le animaban a un pobre dijunto indefenso, después que lo arregló otro más hombre. Un envión y el agua torrentosa y sufrida se lo llevó. Para que no sobrenadara, no se si le arrancaron las vísceras, porque preferí no mirar. El de bigote gris no me quitaba los ojos. La Lujanera aprovechó el apuro para salir.
Cuando echaron su vistazo los de la ley, el baile estaba medio animado. El ciego del violín le sabía sacar unas habaneras de las que ya no se oyen. Ajuera estaba queriendo clariar. Unos postes de ñandubay sobre una lomada estaban como sueltos, porque los alambrados finitos no se dejaban divisar tan temprano.
Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas tres cuadras. Ardía en la ventana una lucecita, que se apagó enseguida. De juro que me apure a llegar, cuando me di cuenta. Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre.

LEYENDA DE QUETZALCOATL

LA CREACION HABIA TERMINADO, Y LOS DIOSES Y LOS HUMANOS VIVIAN EN PAZ EN EL UNIVERSO, EJECUTANDO CADA QUIEN LAS TAREAS QUE SE LES HABIA ENCOMENDADO. TODO ERA UTOPICO Y TODOS ESTABAN ALEGRES, TODOS MENOS QUETZALCOATL, QUIEN OBSERVABA MELANCOLICO A LOS HUMANOS, QUIENES MAS QUE CREACION DIVINA, ERAN TRATADOS COMO MASCOTAS.
-¿TE SUCEDE ALGO DIVINO HERMANO?- PREGUNTO HUITZILOPOCHTLI A LA SERPIENTE EMPLUMADA, SACANDOLO DE SUS CAVILACIONES.
-OBSERVO A LA HUMANIDAD, ESTAN CONTENTOS CON LO QUE LES HEMOS DADO, PERO VIVEN EN LA OBSCURIDAD, SIN CONOCIMIENTOS, DESPOJADOS POR COMPLETO DEL ESPIRITU CREATIVO QUE LOS HARA ACERCARCE CADA VEZ MAS A LA DIVINIDAD.- RESPONDIO QUETZALCOATL A SU PODEROSO HERMANO.
-¿Y QUE ES LO QUE PIENSAS HACER?, ¿ACASO PIENSAS DARLES EL CONOCIMIENTO QUE ES PRIVILEGIO UNICO DE LOS DIOSES?, CREO QUE SI ESO ES LO QUE PIENSAS, MIS OTROS HERMANOS NO ESTARAN DE ACUERDO CON TU DESICION.- DIJO HUITZILOPOCHTLI REFIRIENDOSE A TEZCATLIPOCA Y XIPE TOTEC, LOS OTROS DOS DIOSES CREADORES.

TU LO HAS DICHO MI QUERIDO HERMANO- REPLICO QUETZALCOATL -BAJARE AL TLALTIPAC Y LES ENSEÑARE A LOS HUMANOS UNA MEJOR FORMA DE VIDA, DONDE EL ARTE FORME PARTE PRIMORDIAL DE ESTA, Y SI PARA ESO TENGO QUE RENUNCIAR A MI DIVINIDAD, LO HARE GUSTOSO SABIENDO QUE NUESTRA CREACION ESTA A SOLO UN PASO DE LA PERFECCION.- Y AL TERMINAR DE DECIR ESTO, LE DIO LA ESPALDA A SU HERMANO Y SE DIRIGIO, COMO LO HABIA DICHO, A COMENZAR UNA NUEVA ERA EN EL TLALTIPAC.
DESPOJADO DE SU DIVINIDAD, QUETZALCOATL SUPO POR VEZ PRIMERA LAS PENALIDADES QUE SUFREN LOS SERES HUMANOS, SINTIO EL ACOSO DEL FRIO Y EL HAMBRE HOSTIGO SUS CARNES, PERO TAMBIEN PUDO DELEITARSE CON LA BELLEZA FEMENINA, QUE AUNQUE EL LA HABIA CREADO, NO POSEIA LA PERSPECTIVA HUMANA PARA PODER DISCERNIR COMO UN HOMBRE.
CANSADO DE LAS INCLEMENCIAS DEL CAMINO, EL DIOS SE SENTO A DESCANSAR A LA SOMBRA DE UN VIEJO ARBOL Y DEBIDO A LA FALTA DE COSTUMBRE AL CANSANCIO, SE QUEDO PROFUNDAMENTE DORMIDO Y COMENZO A SO
ÑAR.
SO
ÑO QUE A SU LADO PASABA UNA FILA INTERMINABLE DE HORMIGAS MIENTRAS EL LAS OBSERVABA ASOMBRADO POR SU TEZON EN EL TRABAJO, PERO AUN MAS POR QUE CADA HORMIGA LLEVABA UN GRANO DEL MEJOR MAIZ QUE SE HUBIERA VISTO JAMAS EN EL ANAHUAC, ASI QUE DECIDIO REDUCIR SU TAMAÑO Y SEGUIRLAS PARA SABER DE DONDE OBTENIAN TAN PRECIOSAS SEMILLAS, UNA VEZ HECHO ESTO, TRABAJO CON AHINCO A LA PAR DE LAS HORMIGAS PARA JUNTAR UN MONTON DE CONSIDERABLE TAMAÑO. CUANDO EL DIOS DESPERTO, A SU LADO ESTABA EL MONTON DE MAIZ QUE HABIA REUNIDO, LO ENVOLVIO EN SU TILMANTLI Y HECHO A ANDAR CON RUMBO A LA CIUDAD EN ESE ENTONCES MAS GRANDE EN TODO EL TLALTIPAC: TOLLAN.

EN EL JUSTO MOMENTO EN EL QUE EL GEMELO PRECIOSO ARRIVABA A TOLLAN, SE ESTABA CELEBRANDO UN SACRIFICIO EN HONOR DE SU HERMANO TEZCATLIPOCA, ENFURECIDO ANTE ESTA ACTITUD QUE EL CONSIDERABA BARBARICA, SUBIO A LA CIMA DEL TEOCALLI Y DETUVO LA EJECUCION.
-¡ALTO!- GRITO ENARDECIDO,-LOS SACRIFICIOS HUMANOS NO LOS SACARAN DE ESTA BARBARIE, AL CONTRARIO, LOS SUMIRAN AUN MAS EN LA OSCURIDAD Y LOS ALEJARAN DE LA DIVINIDAD PARA LA QUE FUERON CREADOS. POR ESO YO, QUETZALCOATL, DEJO ESTABLECIDO QUE LOS SACRIFICIOS HUMANOS NO SERAN MAS MIENTRAS YO ESTE EN TOLLAN.- Y DICHO ESTO, LIBERO A LA JOVEN CUYO CORAZON IBA A SER ARRANCADO DE SU PECHO PARA BENEPLACITO DEL ESPEJO NEGRO.
-¿COMO ES QUE TE ATREVES A DESAFIAR LA VOLUNTAD DE LOS DIOSES?, ¿ACASO TE SIENTES IGUAL A LAS DIVINIDADES QUE MORAN EN EL TETEOCAN?.- GRITO FURIOSO EL SACERDOTE QUE REALIZARIA EL SACRIFICIO MIENTRAS EL CIELO SE TORNABA GRIS CON NUBES DE TORMENTA COMO JAMAS SE HABIAN VISTO EN AQUEL LUGAR, RAYOS Y TRUENOS CAIAN ANUNCIANDO LA IRA DEL DIOS DE LA NOCHE. - ¿PUEDES VERLO?, ¡HAS PROVOCADO LA IRA DE TEZCATLIPOCA Y ESTA CIUDAD SERA ARRASADA PARA COLMAR SU SED DE SANGRE.- A
ÑADIO ASUSTADO EL SACERDOTE

-TENGAN CALMA MORADORES DE TOLLAN, QUE MIENTRAS ESTA CIUDAD ESTE BAJO MI TUTELA, NO CAERA ANTE NADA NI NADIE, Y FLORECERA COMO NINGUNA CIUDAD EN TODO EL TLALTIPAC LO HAYA HECHO- REPLICO EL DIOS RUBIO, Y DICHO ESTO, ALZO LAS MANOS AL CIELO Y CON SU ADEMAN, LOS VIENTOS COMENZARON A SOPLAR FURIOSOS Y DESPEJARON LAS NUBES DE LA TORMENTA PARA BENEPLACITO DE LOS TOLTECAS.
REBOZANTES DE JUBILO, LOS HOMBRE QUISIERON RENDIRLE CULTO Y ADORARLE COMO AL DIOS QUE ERA, ALGUNOS QUISIERON CONSTRUIRLE PALACIOS Y OTROS QUERIAN TEJERLE LOS MAS FINOS VESTIDOS CON HILOS DE ORO, PERO QUETZALCOATL RECHAZO TODAS LAS PROPUESTAS Y SE FUE A VIVIR A LAS ORILLAS DE TOLLAN, EN UN HUMILDE XACALLI QUE EL MISMO CONSTRUYO, AL SABER ESTO LOS GOBERNANTES, QUISIERON PONERLE UNA GUARDIA EN SU PUERTA PARA QUE LO PROTEGIERAN DIA Y NOCHE, PERO EL DIOS PREDICABA CON LA HUMILDAD Y RECHAZO TODA CLASE DE LUJOS, ALEGANDO QUE LO QUE EL LES IBA A ENSE
ÑAR SE APRENDIA UNICAMENTE CON LA PUREZA DEL ALMA.
A PARTIR DE ESE MOMENTO, TOLLAN CRECIO Y PROSPER
Ó AUN MAS, PUESTO QUE EL DIOS LES ENSEÑO A CULTIVAR LAS SEMILLAS QUE ENCONTRÓ, ADEMAS LES ENSEÑO A TRABAJAR EL CALCHIHUITL Y A PULIR LA OBSIDIANA, LES ENSEÑO A REPUJAR EL ORO Y A TEÑIR EL ALGODON, LES ENSEÑO EL ARTE DE LA ASTRONOMIA Y ENRIQUECIO SU ESCRITURA, FOMENTO EL CULTO A LOS DIOSES SOLARES Y ABOLIO LOS SACRIFICIOS HUMANOS, EN LUGAR DE ESO LES ENSEÑO EL AUTOSACRIFICIO, PUNZANDOSE LAS OREJAS, LENGUA Y PARTES PUDENDAS CON ESPINAS DE MAGUEY, CREÓ UNA ORDEN DE DONCELLAS QUE SE DEDICARIAN A LA LIMPIEZA Y MANTENIMIENTO DE LOS TEMPLOS. EN FIN, EN EL TIEMPO EN EL QUE EL DIOS VIVIO ENTRE LOS HOMBRES, NO HUBO UNA CIUDAD MAS GRANDE, LIMPIA Y SAGRADA QUE TOLLAN.
PERO TEZCATLIPOCA NO ESTABA CONTENTO CON EL COMPORTAMIENTO DE SU HERMANO, YA QUE SIEMPRE SE HABIA INTERPUESTO EN SUS PLANES DE TRATAR A LA HUMANIDAD COMO SU ZOOLOGICO PRIVADO, POR ESO, IDE
Ó UN PLAN CON EL CUAL DERRUMBARIA LA IMAGEN INCORRUPTIBLE DE SU HERMANO.

LLEVABA QUETZALCOATL EN TOLLAN 26 AÑOS Y EL PUEBLO LO QUERIA POR QUE LES HABIA ENSEÑADO MUCHAS COSAS.
PERO LA CALMA SE VIO ROTA CUANDO TEZCATLIPOCA, DISFRAZADO COMO UN ANCIANO, FUE A VER AL DIOS CON EL PRETEXTO DE LLEVARLE UN REGALO QUE NUNCA EL DIOS HABIA VISTO EN SU VIDA, CUANDO FUE LLEVADO ANTE LA PRESENCIA DE QUETZALCOATL SE ARRODILLO HUMILDEMENTE, - ¡SE
ÑOR DE TOLLAN, AMO DEL CONOCIMIENTO!, PERMITEME OFRENDARTE ESTE HUMILDE REGALO QUE YO MISMO HE ELABORADO Y QUE ESPERO QUE LO RECIBAS GUSTOSO PARA REGOCIJO DE MI ALMA- DIJO CINICO EL DIOS DISFRAZADO.
-DE PIE BUEN HOMBRE, Y DIME, ¿QUE ES ESE GRANDIOSO REGALO QUE MIS OJOS NO HAYAN VISTO?, Y NO TE PREOCUPES, POR QUE SEA LO QUE FUERE, LO ACEPTARE GUSTOSO POR QUE HAS VENIDO DESDE MUY LEJOS TAN SOLO PARA OFRENDARMELO CON EL CORAZON.- CONTESTO AMABLEMENTE QUETZALCOATL.
-SE
ÑOR- COMENZO A DECIR EL ANCIANO,- EN LA TIERRA DE DONDE VENGO, ABUNDA UNA PLANTA QUE CRECE ENTRE LAS ROCAS, Y DE LA QUE SOLO SON APROVECHADAS SUS ESPINAS PARA HACER AUTOSACRIFICIO, PERO LO QUE NADIE SABE ES QUE ESTA PLANTA, CUYO NOMBRE ES MAYAHUEL, OFRECE UN LIQUIDO QUE AL PALADAR ES EXQUISITO, Y QUE SI SE LE ADEREZA CORRECTAMENTE, ESTA SE CONVIERTE EN UNA BEBIDA DIGNA DE UN DIOS COMO TU, MI SEÑOR. HASTA AHORA, NADIE LA HA PROBADO, PUESTO QUE LLEVO MUCHO TIEMPO PERFECCIONANDOLA PARA QUE TU SEAS EL PRIMERO QUE LA PRUEBE.- CONCLUYO EL ANCIANO Y ACTO SEGUIDO LE ACERCO AL DIOS UN CANTARO DE BARRO CONTENIENDO EL PERNICIOSO LIQUIDO.

QUETZALCOATL, QUE DESCONOCIA LAS PERFIDAS INTENCIONES DE SU NEGRO HERMANO, TOMO EL CANTARO Y BEBIO DEL BLANCO LIQUIDO, UNA VEZ QUE ACABO PREGUNTO MARAVILLADO:
-¿COMO SE LLAMA ESTA MARAVILLOSA BEBIDA QUE ME HAS TRAIDO?, ¡NUNCA IMAGINE QUE UN SER HUMANO FUERA CAPAZ DE CREAR TAL PORTENTO!-
-OCTLI(PULQUE), MI SE
ÑOR, Y ES TODO PARA TI- RESPONDIO CINICAMENTE EL ANCIANO. VIENDO QUE EL DIOS YA NO CONTESTABA Y VOLVIA A TOMAR DEL CANTARO.
ESA NOCHE, BAJO LOS INFLUJOS DEL PULQUE, QUETZALCOATL CANTO Y BAILO COMO NUNCA EN SU VIDA, Y POR PRIMERA VEZ EL DESEO CARNAL INVADIO SU SER, Y TOMO A QUETZALPETATL, UNA SACERDOTISA DE SU CULTO, COMO SU MUJER. A LA MA
ÑANA SIGUIENTE, VIENDO QUE NO SOLO HABIA ROTO SUS VOTOS DE CASTIDAD, SINO QUE HABIA HECHO QUE LAS DONCELLAS DE SU CULTO TAMBIEN LO HICIERAN, YA QUE AQUELLO HABIA DEGENERADO EN BACANAL, SE SINTIO INMUNDO Y BUSCO POR TODAS PARTES AL CREADOR DE LA BEBIDA QUE EMBOTA LOS SENTIDOS Y TE HACE PERDER EL CONTROL, AL NO HALLARLO TOMO LA RESOLUCION MAS DIFICIL DE SU VIDA.

-HIJOS MIOS, HE FALLADO EN MI INTENTO POR GUIARLOS POR EL CAMINO QUE YO CONSIDERE CORRECTO, Y FALLE ARRASTRANDOLOS A USTEDES EN LA INMUNDICIA QUE DESDE UN PRINCIPIO IBA DESTINADA HACIA MI PERSONA, ES POR ESO QUE YA NO SOY DIGNO DE DIRIGIR TOLLAN Y ME IRE PARA REFLEXIONAR SOBRE MIS PECADOS.- DIJO EL DIOS CON LAGRIMAS EN LOS OJOS Y CON LA VOZ QUEBRADA POR LA EMOCION.
-PERO PADRE, TU NO NOS HAS FALLADO,- DIJO EL SACERDOTE PRINCIPAL- POR EL CONTRARIO, HAS HECHO MAS BIEN QUE MAL A ESTA CIUDAD Y SIN TI NO SERIAMOS LO QUE SOMOS AHORA, ESTE ERROR QUE COMETISTE NO HA SIDO POR TU CULPA, ES POR ESO QUE TE ROGAMOS QUE TE QUEDES A GUIARNOS, POR FAVOR.- Y AL MOMENTO, TODA LA GENTE ESTALLO EN OVACIONES A LA SERPIENTE EMPLUMADA.
TODOS LOS RUEGOS FUERON VANOS, PUESTO QUE LA DESICION YA ESTABA TOMADA, UN PEQUE
ÑO GRUPO DE HOMBRE LO ESCOLTO HACIA EL MAR, AL LUGAR LLAMADO XICALANCO, AHI EL DIOS LLORO AMARGAMENTE Y DESCARGO SU FURIA ARROJANDO PIEDRAS CONTRA UN ARBOL, LAS CUALES, DEBIDO A SU FUERZA DIVINA QUEDARON INCRUSTADAS AHI. DESPUES, CONSTRUYO UNA BARCA CON SERPIENTES, Y HECHO A NAVEGAR CON RUMBO A DONDE SE PONE EL SOL, NO SIN ANTES PROMETERLES A LOS TOLTECAS QUE REGRESARIA EN UN AÑO CE ACATL PARA REGRESAR A TOLLAN A LA GLORIA EN LA QUE DEBERIA ESTAR.
DESDE ESE MOMENTO, LOS DESCENDIENTES DE ESOS HOMBRES, ESPERAN DEL LADO DEL QUE SALE EL SOL, TODOS LOS A
ÑOS CE ACATL, A QUE LLEGUE EL DIOS QUE SE HIZO HOMBRE, PARA QUE LOS HOMBRES SE HICIERAN DIOSES.



Hans Christian Andersen (1805-1875)

Fue un autor danés nacido el 2 de abril de 1805 en Dinamarca, al norte de Europa y uno de los escritores de cuentos de hadas para niños más conocidos.

Nació en Odense y vivió una infancia de pobreza y abandono, criado en el taller de zapatero del padre. A los 14 años se fugó a Copenhague. Trabajó para Jonas Collin, director del Teatro Real, quien le pagó sus estudios. Aunque desde 1822 publicó poesía y obras de teatro, su primer éxito fue Un paseo desde el canal de Holmen a la punta Este de la isla de Amager en los años 1828. Su primera novela, El improvisador, o Vida en Italia (1835), fue bien recibida por la crítica. Viajó por Europa, Asia y África y escribió muchas obras de teatro, novelas y libros de viaje.

Un día de 1844 escribió: “Hace veinticinco años llegué con mi atadito de ropa a Copenhague, un muchacho desconocido y pobre: y hoy tomé chocolate con la Reina.”

Pero son sus más de 150 cuentos infantiles los que lo han llevado a ser reconocido como uno de los grandes autores de la literatura mundial.

Él usó un estilo para un lector infantil, con un lenguaje cotidiano y la expresión de los sentimientos e ideas del público infantil.

Entre sus más famosos cuentos se encuentran El patito feo, El traje nuevo del emperador, La reina de las nieves, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El ruiseñor, El sastrecillo valiente y La sirenita. Han sido traducidos a más de 80 idiomas y adaptados a obras de teatro, ballets, películas, dibujos animados, juegos en CD y obras de escultura y pintura.

El soldadito de plomo
[Cuento. Texto completo]


Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: "¡Soldaditos de plomo!" Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.

Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia.

En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una.

“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de conocerla.”

Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.

Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos, recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también querían participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme sobre su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.

De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa de la caja de rapé... Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.

-¡Soldadito de plomo! -gritó el duende-. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la bailarina?

Pero el soldadito se hizo el sordo.

-Está bien, espera a mañana y verás -dijo el duende negro.

Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la calle.

La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: "¡Aquí estoy!", lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía uniforme militar.

Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.

-¡Qué suerte! -exclamó uno-. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar.

Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan fuerte había! Bueno, después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre con el fusil al hombro.

De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura como su propia caja de cartón.

"Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría que esto fuese dos veces más oscuro."

Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la alcantarilla.

-¿Dónde está tu pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!

Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah! Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que pasaban por allí.

-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!

La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes! Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca catarata.

Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la que no vería más, y una antigua canción resonó en sus oídos:

¡Adelante, guerrero valiente!
¡Adelante, te aguarda la muerte!

En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan largo era.

Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:

-¡Un soldadito de plomo!

El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le daba la menor importancia a todo aquello.

Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo una palabra.

De pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de resorte el que lo había movido a ello.

El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores, sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito de plomo, donde ardió en una repentina llamarada y desapareció. Poco después el soldadito se acabó de derretir. Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo encontró en forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la bailarina no había quedado sino su lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.

Horacio Quiroga es quizás el mayor cuentista de la literatura latinoamericana en lengua castellana.

Nació en Salto (Uruguay) en 1878. Era hijo del vicecónsul argentino. Realizó sus estudios secundarios en Montevideo. Se interesó por el ciclismo, la química, la fotografía y el periodismo y la literatura. En su juventud viajó a Europa; luego volvió a Montevideo, y posteriormente se trasladó a Buenos Aires, a casa de su hermana. Comenzó a trabajar como profesor de Castellano en el Colegio Británico. Publicó algunos libros, pues para ese entonces había logrado algunos premios. Alrededor de 1904, con una herencia paterna, se trasladó a la Provincia de Chaco para encarar una plantación de algodón. Fracasado este intento, regresó a Buenos Aires a desempeñarse nuevamente en la docencia, recomendado por su amigo y eximio poeta, Leopoldo Lugones, con quien había realizado un viaje de estudios a las misiones guaraníticas.

En 1906 compró unas fracciones de tierras en Misiones, en los alrededores de San Ignacio, con planes accesibles que brindaba el Gobierno Nacional. Se radicó allí con su esposa Ana M. Cirés. Allí fue Juez de Paz y oficial del Registro Civil de esa Provincia. Al suicidarse su esposa, regresó a Buenos Aires. Se desempeñó en un empleo del Consulado uruguayo en Argentina. Publicó algunos libros. Y al tiempo de contraer nuevamente matrimonio con María E. Bravo, se trasladó nuevamente a Misiones con su familia (en 1932).

Allí vivió unos cuatro o cinco años, hasta que quedó solo en la selva y enfermó. Regresó a Buenos Aires a internarse en el Hospital de Clínicas, y al enterarse de su enfermedad: cáncer de próstata, puso fin a su vida en ese Hospital, voluntariamente, en 1937.

Entre sus libros de cuentos más conocidos se encuentran: "Cuentos de amor, de locura y de muerte" (1917), "El desierto" (1924), "La gallina degollada y otros cuentos" (1925), "Los desterrados" (1926) , "Cuentos de la selva" , "Los cuentos de mis hijos".A la deriva, ,

La Gallina Degollada ,El Hombre Muerto, La Insolación,,El Perro Rabioso, El Almohadón de Plumas, La Tortuga Gigante ,Historia de Dos Cachorros de Coatí y de Dos Cachorros de Hombre, Las Rayas ,La Mancha Hiptálmica, El Espectro, El Vampiro, Más Allá

El Almohadón de Plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...

—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.

—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

OscarWilde nació un 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda. Fue el segundo de los tres hijos de Sir Williams Robert Wills Wilde (científico, padre de la otología moderna) y Jane Francesca Elgee( quien escribía bajo el seudónimo de Speranza sus artículos políticos y poesías en las que exaltaba al pueblo irlandés; nacionalista y feminista). Educado en los mejores colegios de Dublín y luego en Oxford. Se casó con Constance Lloyd con quien tuvo dos hijos, le tocó en suerte vivir durante el reinado de la Reina Victoria (1837-1902). En 1874, ganó la Medalla de Oro Berkeley por su trabajo en griego sobre poetas griegos e ingresó en el Magdalen College de Oxford, gracias a una beca de 95 libras anuales. Apenas dos años después de su llegada a Londres se convirtió una figura pública, caracterizó su persona desde la vestimenta, siempre a la moda y con ciertos toques extravagantes, a las opiniones intelectuales y políticas. Vivió en forma coherente con sus postulados casi toda su vida. El éxito lo acompañó, sus libros encantaban y sus obras teatrales generaban expectativa en todo Londres. Si bien, la transgresión de las austeras normas imperantes fue una constante, (Wilde cenaba con panteras, muchachos de los barrios bajos) su lucha contra la mojigatería victoriana también se planteaba en términos estéticos. Sus opiniones políticas, como irlandés y heredero de la poderosa influencia de su madre, lo hicieron sostener en varios ensayos que: la sensibilidad y profundidad de los celtas no tenían por qué estar sometida a la frivolidad y el burdo sentido práctico de los teutones. Afirmación que, en boca de un nativo, al decir de George Bernard Shaw, de "la otra isla de John Bull", lo enemistó con la critica literaria londrinense, comprometida con la infalibilidad del proyecto burgués de civilización del imperio británico; en la creencia de que todos los pueblos del planeta le merecían incondicional entrega En 1876 logró el primer lugar del Premio en literatura griega y latina, y en 1877 le fue otorgado el Premio Newdigate por su poema Ravena y obtuvo el título de Bachelor of Arts. En 1891 publicó una serie de ensayos (Intenciones) que hicieron que se le considerase uno de los máximos representantes del esteticismo, cuyos aspectos más deslumbrantes y exquisitos puso de manifiesto tanto en su obra como en su vida. Su repudio de las convenciones y su extravagante comportamiento le hicieron famoso en los ambientes mundanos de Paris, Londres y Estados Unidos (donde en 1882 realizó una brillante gira de conferencias). Dirigió The Woman's World, revista de marcada tendencia feminista, y dio a la imprenta un texto en abierta defensa del socialismo (The Soul of Man under Socialism). Tras publicar un volumen de Poemas (1881), sus celebres relatos (El príncipe feliz, 1888; El fantasma de canterville, 1888, El crimen de Lord Arthur Saville y otras narraciones, 1891), y su única novela, El retrato de Dorian Grey, considerada una de sus obras maestras, triunfó como dramaturgo con: El abanico de lady Windermere (1892), Una mujer sin importancia (1893) y La importancia de llamarse Ernesto (1895) muestras ejemplares de su enorme talento y de la sutileza de sus irónicos diálogos. Poco despues de cumplir cuarenta años (durante 1895), fue acusado por el marqués de Queensberry de sodomía y ultraje a la moral, en contra de su hijo, Alfred Douglas, con quien mantenía una relación íntima. Como resultado de lo cual fue encarcelado durante dos años. Una vez en libertad, cambia su nombre al de Sebastian Melmoth y se traslada definitivamente a París donde fallece cinco años después, víctima de meningitis en el Hotel d'Alsace.

OBRAS

Poemas, 1881,Vera o los nihilistas 1882.,El fantasma de Canterville 1887,El crimen de Lord Arthur Saville 1887,El príncipe feliz 1888.,El gigante egoísta 1889,El retrato de Dorian Gray 1890,Intenciones 1891,La casa de las granadas 1892,El abanico de Lady Windermere 1892,Una mujer sin importancia 1893,Salomé 1894,Un marido ideal 1895,La importancia de llamarse Ernest1895.,Deprofundis1905,Balada de la cárcel de Reading 1898,Obras completas de Oscar Wilde, 1908.

EL PRINCIPE FELIZ

Custodiando a la ciudad desde lo alto de una columna, se encontraba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba totalmente cubierta con finas hojas de oro puro, como ojos lucía dos zafiros brillantes, y un enorme rubí fuego centelleaba en la empuñadura de su espada.

Todos lo admiraban intensamente.

Es tan hermoso como una veleta aseguró uno de los concejales del pueblo, quien pretendía ganarse la reputación de ser gran admirador del arte—, aunque un poco inútil agregó por temor a que algunas personas pudieran considerarlo un hombre poco práctico, cosa que no era.

—¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? preguntó una madre sensata a su hijo que lloraba por la luna—. A él nunca se le ocurriría llorar por nada.

Qué bueno que haya alguien realmente feliz en el mundo se quejó desencantado un hombre, mientras contemplaba la magnífica estatua.

Parece un ángel dijeron los niños del orfanato al salir de la catedral vestidos con sus túnicas escarlata y sus delantales blancos e impecables.

¿Cómo lo saben?respondió el profesor de matemáticas—. Nunca han visto uno.

¡Ah! Pero sí los hemos visto, en sueños.

El profesor de matemáticas frunció el seño, y su semblante se tornó severo, porque no aprobaba los sueños de los niños.

Una noche sobrevoló la ciudad una pequeña golondrina. Sus amigas habían iniciado viaje hacia Egipto seis semanas atrás, pero ella se había quedado atrás, porque se había enamorado del más hermoso junco. Lo había conocido al comenzar la primavera, cuando volaba río abajo persiguiendo una polilla rubia y carnosa. Tanto lo había atraído la figura esbelta del junco que había parado a hablar con él.

¿Puedo amarte? preguntó la golondrina, a quien le gustaba ir al punto. El junco le hizo una profunda reverencia. Ella voló una y otra vez en círculos alrededor, tocando el agua con sus alas y haciendo ondulaciones de plata. Aquel cortejo duró todo el verano.

Es una relación ridícula piaron las otras golondrinas—. No tiene nada de dinero y demasiados familiares.

Ciertamente, el río estaba repleto de juncos.

Cuando llegó el otoño, las golondrinas se marcharon. Tras su partida se sintió sola, y empezó a cansarse de su amado.

No tiene temas de conversación se dijo, y me temo que es vanidoso porque siempre está coqueteando con el viento.

En efecto, siempre que corría brisa, el junco le hacía graciosas reverencias.

Admito que es hogareña continuó—, pero yo amo viajar. A mi esposo, por consiguiente, también tiene que gustarle. ¿Vendrás conmigo? le preguntó al fin. Pero el junco negó con la cabeza, estaba muy apegado a su hogar.

Has estado jugando conmigo gritó ella. Me voy hacia las pirámides. ¡Adiós! y se fue.

Voló todo el día; por la noche arribó a la ciudad.

¿Dónde puedo alojarme? dijo—. Espero que la ciudad haya hecho los preparativos.

Entonces vio la estatua sobre la columna.

Me guareceré allí exclamó—, es una buena posición, con mucho aire fresco.

Y aterrizó justo entre los pies del Príncipe Feliz.

Tengo una habitación de oro susurró mirando a su alrededor, mientras se preparaba para ir a dormir. Pero justo cuando estaba a punto de acomodar su cabeza debajo de un ala, una gran gota de agua cayó sobre él.

¡Qué raro! se dijo; no hay una sola nube, las estrellas brillan claras, y sin embargo llueve. El clima en el norte de Europa es muy desagradable. Al junco le gustaba la lluvia, pero era sólo por egoísmo.

Entonces cayó otra gota.

¿Para qué sirve una estatua si no puede protegerme de la lluvia? se quejó—. Debo buscar una buena chimenea y se dispuso a volar.

Pero antes de abrir sus alas, cayó una tercera gota. Miró hacia arriba, y entonces lo vio... ¡Ah! ¿Qué estaba viendo?

Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y lágrimas corrían por sus mejillas doradas. Su cara se veía tan hermosa bajo la luz de la luna que la pequeña golondrina sintió mucha pena.

¿Quién eres? preguntó.

Soy el Príncipe Feliz.

¿Entonces por qué lloras? Me has empapado.

Cuando estaba vivo y tenía un corazón humano respondió la estatua, no conocía las lágrimas, puesto que vivía en el Palacio de Sans-Souci, donde al dolor no se le permite entrar. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín, y por la tarde lideraba el baile en el salón principal. El jardín estaba rodeado por un muro alto, pero nunca me interesó preguntar qué había atrás. Todo era tan perfecto. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz, y realmente lo era, si el placer es sinónimo de felicidad. Así viví y así morí. Ahora que estoy muerto me han puesto aquí, tan alto, que puedo ver toda la fealdad y miseria de la ciudad. Y aunque mi corazón está hecho de plomo no puedo dejar de llorar.

¿Cómo? ¿Pero no es de oro macizo? —se preguntó por lo bajo la golondrina. Era demasiado educada como para hacer semejante comentario en voz alta.

—Allá lejos— continuó la estatua en una suave voz musical—, allá lejos, en una callejuela, hay una casa humilde. Una de las ventanas está abierta, y puedo ver una mujer sentada a la mesa. Su cara consumida, sus manos rojas y ásperas, todas pinchadas por la aguja, porque es costurera. Está bordando pasionarias en un vestido de gasa que usara la más bella de las damas de honor de la Reina en el próximo baile de la corte. Sobre la cama, en una esquina de la habitación, su hijito yace enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no tiene nada para darle, más que agua del río, así que él llora. Golondrina, golondrina, pequeña golondrina, ¿no le llevarías el rubí de mi espada? Mis pies están sujetos a este pedestal y no me puedo mover.

—Me esperan en Egipto —respondió la golondrina—. Mis amigos están volando Nilo arriba y Nilo abajo, y hablando con las grandes flores de loto. Pronto se irán a dormir a la tumba del gran emperador. El emperador está allí mismo, dentro de su sarcófago pintado, envuelto en lino amarillo y embalsamado con especias. Lleva al cuello una cadena de jade verde claro, y sus manos son como hojas marchitas.

—Golondrina, golondrina, pequeña golondrina —rogó el príncipe—. Quédate esta noche conmigo y se mi mensajera. El niño tiene tanta sed, y la madre está tan triste.

—No estoy segura de que me gusten los niños —respondió la golondrina—. El verano pasado, siempre que estaba sobre el río, dos niños violentos, los hijos del molinero, me lanzaban piedras. Nunca lograron golpearme, desde luego; las golondrinas volamos demasiado bien como para que puedan hacerlo. Además, provengo de una familia famosa por su agilidad. Aún así, su comportamiento era una falta de respeto.

Pero el Príncipe Feliz se veía tan triste que la golondrina sintió lástima.

—Hace mucho frío aquí —dijo finalmente—, pero me quedaré contigo por esta noche, y te serviré de mensajera.

—¡Gracias, pequeña golondrina!

Entonces la golondrina tomó el gran rubí rojo de la empuñadura de la espada del Príncipe, y se fue volando sobre los techos del pueblo con la piedra en el pico.

Voló sobre la torre de la catedral, donde había esculpidos maravillosos ángeles blancos. Voló sobre el palacio y escuchó el sonido de la música de baile. Una joven muy bella salió al balcón con su amado.

—¡Qué hermosas son las estrellas —le dijo él—, y qué hermoso es el poder del amor!

—Espero que mi vestido esté listo a tiempo para el baile. Le mandé a bordar pasionarias, pero las bordadoras son tan haraganas.

Voló sobre el río, y vio los faroles colgando del mástil de los barcos. Voló sobre el Ghetto, y vio a los viejos judíos regateando y pesando monedas en balanzas de cobre. Llegó a la casa humilde y miró por la ventana. El niño tosía afiebrado en la cama, su madre se había quedado dormida, estaba tan cansada.

Saltó dentro de la habitación y dejó el rubí sobre la mesa, junto al dedal de la mujer. Luego voló con suavidad alrededor de la cama, rozando la frente del niño con sus alas.

—Me siento fresco —dijo el niño—. Debo estar curándome.

Y se sumió en un sueño delicioso.

Entonces, la golondrina voló de regreso junto al Príncipe Feliz, y le contó lo que había hecho.

—Es curioso —explicó—, pero siento calor ahora, aun cuando hace frío.

—Eso es porque has hecho una buena acción —respondió el Príncipe.

La pequeña golondrina se quedó pensando hasta dormirse. Pensar siempre le daba sueño.

Cuando salió el sol, voló hacia el río y se baño.

—Qué fenómeno notable —dijo el Profesor de Ornitología cuando cruzaba el puente—. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió una carta extensa acerca de su observación al periódico local. Todos hablaban de aquella carta: estaba tan llena de palabras que no podían entender.

—Esta noche me voy a Egipto —dijo la golondrina, entusiasmada con su partida. Visitó todos los monumentos públicos y se sentó largo rato en lo alto del campanario de la iglesia. Dondequiera que fuera, los gorriones piaban y hablaban de ella.

—¡Qué personaje distinguido! —se decían unas a otras. La golondrina disfrutaba aquel momento. Cuando apareció la luna, regresó junto al Príncipe Feliz.

—¿Tiene alguna orden para que cumpla en Egipto? —preguntó—. Recién empiezo.

—Golondrina, golondrina, pequeña golondrina —respondió el Príncipe—. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

—Me esperan en Egipto —explicó ella—. Mañana mis amigas seguirán camino hasta la Segunda Catarata. Allí se oculta el hipopótamo entre los juncos, y el dios Memnon está sentado sobre un majestuoso trono de granito. Observa las estrellas durante la noche y cuando la estrella de la mañana brilla, lanza un grito de alegría y luego se queda en silencio. Por las tardes los leones dorados se acercan a la orilla a beber agua. Sus ojos son como esmeraldas verdes, y sus rugidos son más fuertes que los de las cataratas.

—Golondrina, golondrina, pequeña golondrina —rogó el Príncipe—, a lo lejos, del otro lado de la ciudad, veo un hombre joven en una buhardilla. Está reclinado sobre un escritorio repleto de papeles y, en un cuenco junto a él, hay un ramo de violetas marchitas. Tiene pelo castaño y enrulado, sus labios son rojos como granada y tiene ojos grandes y soñadores. Está intentando terminar una obra para el Director del Teatro, pero tiene demasiado frío para seguir escribiendo. No hay fuego en su hoguera, y se ha desmayado del hambre.

—Me quedaré contigo una noche más —dijo la golondrina, que tenía un gran corazón—. ¿Le llevo otro rubí?

—¡Ah! Ya no tengo rubíes —respondió el Príncipe—. Mis ojos son todo lo que me queda. Están hechos de zafiros únicos. Los trajeron de la India hace mil años. Arranca uno y llévaselo. Se lo venderá al joyero para comprar comida y leña. Así podrá terminar su obra.

—Querido Príncipe —lloró la golondrina—, no puedo hacer eso.

—Golondrina, golondrina, pequeña golondrina. ¡Has como te ordeno!

Entonces la golondrina tomó el ojo del príncipe y se fue volando hacia la buhardilla del estudiante. Era bastante fácil entrar ya que había un agujero en el techo. Por él se escabulló dentro del cuarto. El joven tenía la cara enterrada en sus manos, por lo que no escuchó el sonido de las alas del ave. Cuando levantó la vista, encontró el magnífico zafiro sobre las violetas marchitas.

—Comienzo a ser reconocido —exclamó—. Esto debe ser regalo de algún admirador. Ahora podré terminar mi obra —y estaba feliz.

Al día siguiente, la golondrina voló hacia el puerto. Se posó sobre el mástil de una gran embarcación y observó a los marineros que subían cajones enormes de la bodega con cuerdas.

—¡Tiren! —gritaban cada vez que subían un cajón.

—¡Me voy a Egipto! —gritó la golondrina, aunque a nadie le importó.

Cuando salió la luna, regresó junto al Príncipe Feliz.

—Vengo a despedirme —le dijo.

—Golondrina, golondrina, pequeña golondrina —respondió el Príncipe—. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

—Es invierno —explicó ella— y pronto empezará a nevar. En Egipto el sol calienta las palmeras verdes. Los cocodrilos yacen en el barro y miran perezosos a su alrededor. Mis compañeras están armando sus nidos en el templo de Baalbec. Las tórtolas rosadas y blancas las observan y se arrullan. Querido Príncipe, debo dejarte, pero nunca te olvidaré. La próxima primavera te traeré dos hermosas joyas para reemplazar las que regalaste. El rubí será de un rojo más intenso que el de una rosa, y el zafiro será tan azul como el océano.

—Allá abajo, en la plaza —dijo el Príncipe— hay una pequeña vendedora de fósforos. Se le cayeron por al arroyo y se le estropearon. Su padre la golpeará si no lleva dinero a su casa. No tiene zapatos, ni medias, ni nada con que cubrir su cabecita. Toma mi otro ojo y dáselo para que su padre no la golpee.

—Me quedaré contigo una noche más —concedió la golondrina—, pero no puedo sacarte el ojo. Te quedarías ciego.

—Golondrina, golondrina, pequeña golondrina. Has lo que te digo —ordenó el Príncipe.

Entones arrancó el otro ojo del Príncipe y se marchó con él. Se lanzó en picada hacia la niña y dejó caer la joya sobre la palma de su mano.

—¡Qué trozo de cristal tan hermoso! —gritó. Y corrió riendo a casa.

La golondrina volvió junto al Príncipe.

—Ahora eres ciego —le dijo—, así que me quedaré contigo para siempre.

—No, pequeña golondrina —respondió el pobre Príncipe—. Debes irte a Egipto.

—Me quedaré contigo —insistió ella, y durmió a los pies del Príncipe.

Al día siguiente, se sentó sobre el hombro del Príncipe y le contó historias acerca de las tierras lejanas que había visitado. Le habló de los ibis colorados, que se paran en filas largas sobre los bancos del Nilo para atrapar peces con el pico. Le habló de la esfinge que es tan antigua como el mundo, que vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes, que caminan al paso de sus camellos, llevando en las manos infinidad de cuentas de ámbar. Le habló del Rey de Las Montañas de la Luna, negro como el ébano y adorador de un enorme cristal. Le habló de la gran serpiente verde, que duerme en una palmera y que es alimentada con tortas dulces por veinte monjes; de los pigmeos que navegan sobre enormes hojas planas y que están siempre en guerra con las mariposas.

—Querida golondrina —acotó el Príncipe—, me hablas de cosas maravillosas, pero no hay nada más increíble que el sufrimiento del hombre. No hay Misterio más grande que la Miseria. Vuela sobre mi ciudad y dime lo que ves.

La golondrina voló sobre la ciudad. Vio a los ricos festejando en sus casas lujosas mientras mendigos se sentaban en sus puertas. Voló por callejuelas oscuras y vio las caras blancas de niños hambrientos mirando hacia las calles negras. Debajo de un puente, dos niños dormían abrazados para mantenerse calientes.

—¡Qué hambre tenemos! —exclamaban.

—No pueden quedarse aquí —gritó el guardia.

Y se adentraron en la lluvia.

Voló de regreso y contó al Príncipe lo que había visto.

—Estoy cubierto de oro valioso —dijo él—. Debes sacarlo, lámina por lámina, y darlo a mis pobres; los vivos creen que el oro puede hacerlos felices.

La golondrina arrancó lámina por lámina, hasta que el Príncipe Feliz se volvió opaco y gris, y las repartió todas entre los pobres. Las caras de los niños tomaron color, los pequeños rieron y jugaron en las calles.

—¡Ahora tenemos para comer! —gritaban.

Llegó la nieve, y luego la helada. Las calles parecían de plata, eran tan brillantes y relucientes. Largas estalagmitas colgaban como dagas de cristal de los aleros de las casas. Todos salían envueltos en pieles, y los niños llevaban gorros escarlata y patinaban sobre el hielo.

La pobre golondrina sentía cada vez más frío, pero no podía abandonar al Príncipe: lo quería demasiado. Juntaba migas de la puerta de la panadería, cuando el panadero no la veía, y trataba de mantener el calor agitando sus alas.

Pero supo que moriría. Sólo le quedaban fuerzas para volar hasta el hombro del Príncipe.

—Adiós, querido Príncipe —murmuró—. ¿Puedo besarte la mano?

—Me alegra que al fin te vayas a Egipto, pequeña golondrina —dijo el Príncipe—, te has quedado demasiado tiempo. Pero debes besarme en los labios, porque te amo.

—No es a Egipto que me voy —respondió la golondrina—. Me voy al Hogar de la Muerte. La muerte es hermana del sueño, ¿verdad?

Besó al Príncipe Feliz en los labios y cayó muerta a sus pies.

En ese preciso momento se oyó un crujido extraño proveniente del interior de la estatua, como si algo se hubiera roto. En efecto, el corazón de plomo se había quebrado en dos. Aquella era, sin duda, una helada muy fuerte.

Temprano por la mañana, el Alcalde caminaba por la plaza en compañía de los concejales del pueblo. Cuando llegaron a la columna miró la estatua.

—¡Por Dios! ¡Qué abandonado está el Príncipe Feliz! —dijo.

—¡Qué abandonado, realmente! —asintió el consejero, que estaba siempre de acuerdo con lo que dijera el Alcalde

Subieron para observarlo.

—El rubí se ha caído de la espada, no tiene ojos y ya no es de oro —continuó el Alcalde. Parece casi un pordiosero.

—Casi un pordiosero —repitieron los concejales.

—¡Y hay un pájaro muerto a sus pies! Debemos redactar una ley que prohíba a los pájaros morir aquí —y el secretario tomó nota de la sugerencia.

Así que bajaron la estatua del Príncipe Feliz.

—Como ya no es bella, no sirve —declaró el Profesor de Arte de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el Alcalde convocó una reunión para decidir qué hacer con el metal.

—Debemos tener otra estatua, desde luego —dijo—. Y será una estatua mía.

—¡Mía! —replicó cada uno de los concejales del pueblo, y se pelearon. La última vez que oí de ellos, todavía seguían peleando.

—¡Qué cosa rara! —exclamó el Capataz de la fundición—. Este corazón partido no se derrite en los hornos. Vamos a tener que tirarlo.

Y lo tiraron en un basural, donde habían tirado también el cuerpo de la golondrina.

—Tráeme las dos cosas más valiosas del pueblo —pidió Dios a uno de sus ángeles.

El ángel llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

—Has elegido bien —dijo Dios— porque, en mi Jardín del Paraíso, cantará por siempre este pequeño pájaro y, en mi Ciudad de Oro, el Príncipe Feliz pronunciará mis alabanzas.


Michael Ondaatje,El Paciente Inglés,Stefano Bonazzi

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